Había llegado al colmo el sufrimiento de los españoles.
Sus reyes habían traspasado la frontera, víctimas de los engaños de un genio ambicioso, y gemían en el cautiverio del destierro.
Estaba la Religión escarnecida por el desenfreno de la soldadesca extranjera, y humillada la patria bajo el despotismo de los progenitores de las libertades revolucionarias modernas.
La ola del odio hacia los enemigos del lema querido Dios, Patria y Rеy, había ido creciendo por grados en el pecho de los heroicos hijos de esta indomable tierra. Una gota más la haría rebasar con estruendo, una chispa encendería aquella formidable mina de pólvora, una señal cualquiera llamaría millares de valientes a los campos del honor.
Esa gota, esa señal y esa chispa, fue para España el Dos de Mayo.
Fue el primer bostezo del león de Castilla, que despertaba rugiente para destrozar entre sus garras las águilas liberales de un Imperio aborrecido. Fue la aurora del día que vería renacer la libertad tradicional, sembrada entonces por la mano de los mártires con simiente de sangre.
Y empezó la lucha, la santa lucha por la independencia española. Esa epopeya primera contra la irrupción del liberalismo extranjero, esa majestuosa guerra que iluminó con resplandores de gloria los campos de Bailén y de Arapiles, las montañas del Bruch y el puente Sampayo, las murallas de Gerona y Zaragoza.
¡Vedla brillar en las páginas de nuestra historia, y arrancadla de allí o condenadla al menos, si podéis, amigos de la legalidad y las Constituciones! Hay sangre ahí, hay horrores; pero con esos horrores y esa sangre se han escrito las grandezas mayores dеl mundo.
Por ese medio se manifestó espontánea y libremente la voluntad de un pueblo esclavizado; por ese medio no más se arrancaron los laureles de la victoria para ceñirlos en la frente de la España de nuestros padres. La obra del Dos de Mayo está por terminar aún. Falta el último acto a la tragedia; acto en que el genio del mal sea definitivamente expulsado y vencido.
Pero el momento está próximo ya. De las tinieblas brotará la luz, y después del diluvio de la anarquía surgirán los nuevos héroes que espanten más allá de las fronteras a la bestia revolucionaria y enciendan con la llama de la tradición el arco iris de eterna paz sobre los cielos de la Península.
El Correo Español (2 de mayo de 1893)