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miércoles, 12 de octubre de 2016

La Fiesta de la Raza



Nuestra Santa Madre la Iglesia, única Maestra infalible, proponiéndonos diariamente la consideración de las vidas gloriosas que realizaron los que declaró su sabiduría dignos del honor de los Altares, nos enseña lo conveniente que es la constante remembranza de los hechos dignos de loa. Y como pocos hay que puedan compararse con el que inmortalizó el día 12 de Octubre, festividad de Nuestra Se­ñora del Pilar, justo es que de esa fiesta [...] nos aprovechemos para estrechar los lazos que deben unirnos, ya que tanto empeño hay en romper esos fraternales vínculos, presentándonos separados y hasta en oposición.

El bendito IDEAL DE ESPAÑA, lo que forma la aspiración de su alma colectiva, comprende lo que llamó Vázquez de Mella los tres dogmas nacionales, y el tercero, complemento de los tres anteriores, cima y cúspide de ellos, es la Confederación tácita con los Estados hispanoamericanos: con esos Estados, sangre de nuestra sangre, huesos de nuestros huesos, vida de la vida española. Es indispensable llegar a constituir los Estados Unidos del Sur de América, que contrapesarían la acción sajona de los Estados Unidos del Norte. La cruz que llevó Colón al Nuevo Mundo no puede dejar de levantarse sobre todas las concupiscencias. Tiene que ser cada vez más y mejor ensalzada en la lengua que el gran Emperador Carlos V empleaba para hablar a Dios Nuestro Se­ñor y con su Madre.

Oportunísima es la celebración de la llamada Fiesta de la Raza. Como el Catecismo, debían aprender y repetir los escolares la gran hazaña del gran terciario franciscano, a quien Cavanilles apellida “el mayor de los bienhechores de la Humanidad”.

Repitamos las palabaras del mismo historiador:

“Una noche, el 11 de Octubre, a los setenta días de viaje, descubre Cotón desde el castillo de popa una luz a lo lejos; vuelve a observar... No había duda; llama a alguno de los suyos, a Pedro Gutiérrez, repostero de estrados del Rey, y a Rodrigo Sánchez de Segovia, veedor de la Armada; uno la veía; otro, no; y Colón esperó adquirir más certidumbre antes de publicar su descubrimiento.

La gente estaba inquieta y alarmada; si anunciaba la tierra y desgraciadamente no lo era ¿qué dirían los suyos? Perderían por completo el ánimo, se declararían en abierta rebelión, y peligraría la empresa. Mas el almirante había sido el primero que descubrió la codiciada tierra: así debía ser y así fue.

A las dos horas después de media noche pareció la tierra, de la cual estarían dos leguas; anuncióla primero Rodrigo, de Triana, marinero de la Pinta... Postrá­ronse todos, dieron gracias a Dios, y ¡quién podrá expresar el júbilo que inundaría el corazón del almirante! Este gran día fue el viernes, 12 de Octubre de 1492.”

[...] El descubrimiento, la colonización de América, fue empresa española y, por ende, católica. y monárquica, en servicio del Altar y del Trono. El mismo Colón lo declaró en su testamento, y un noble poeta español, a pesar de su liberalismo, hubo de reconocerlo así, proclamando, y precisamente a raíz del movimiento arteramente iniciado y protegido por nuestros seculares enemigos, que no será posible se rompan los fraternales, los filiales lazos que nos unen con los traídos por nosotros a las apacibles vías de la civilización. Hágase lo que se haga; intríguese lo que se intrigue, siémbrese la cizaña que se quiera, será una verdad axiomática la cantada por el simpático Conde de Haro, Duque de Frías:

“¡Españoles seréis, no americanos!
porque ahora y siempre el argonauta
                                               [osado,
que del mar arrostrare los furores,
al arrojar el áncora pesada
en las playas antípodas distantes,
verá la Cruz del Gólgota plantada
y escuchará la lengua de Cervantes.”


EL CONDE DE DOÑA-MARINA



EL CORREO ESPAÑOL (11 de octubre de 1917)