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sábado, 5 de enero de 2019

El mal menor, por Juan Vázquez de Mella



La guerra exclusivamente defensiva lo mismo en las luchas guerreras que en las sociales y en las batallas de doctrinas, no es más que una triste necesidad de los débiles. Y cuando no es así, por fuerte que sea el ejército que limita sus empresas a resistir la violencia, no conseguirá otra cosa que pactar con la muerte, transigir con desventaja con el enemigo y abdicar hasta la esperanza de la victoria.

Con esa estrategia del mal menor se puede hacer el recuento de todas las batallas que se han perdido; pero no es posible empezar la lista con una sola que se haya ganado.

Durante todo el siglo décimo nono, no hay en España una sola década en que no haya perdido algo la fortaleza de la fe: Un día cae una almena, otro se ciega un foso, más tarde se derrumba una torre, después se cuartea un muro, y no está toda en el suelo, porque ha habido los soldados de la tradición que acometieron por fuera al adversario. ¿Y todavía habrá quien defienda semejante estrategia, que no es más que la teoría de la derrota? La sabiduría popular la comenzó en uno de sus gráficos apotegmas: «El que pega primero pega dos veces»; pero los católicos españoles repetimos filosóficamente la súplica del general griego: «Pega, pero escucha». Y la Revolución, que no es en sus distintas formas más que la fuerza impía, pega, pero no escucha; y si escucha es para llamarnos ¡provocadores! —como el lobo de la fábula al cordero que bebía más abajo— y después pega otra vez. Y sin embargo no aprendemos. La ley del escarmiento, que rige para los gatos, no rige para los católicos españoles.

Los que pueden vencer, los que vencerán sin duda, si se lo proponen valerosamente, son los que no acataron las instituciones enemigas, ni entraron en su legalidad, ni se resignaron a la estrategia de la sola defensa, sino que tomaron resueltamente la ofensiva; que a la táctica ofensiva se deben las victorias; que por no saber seguirla los católicos, vamos perdiendo cada día un girón de nuestra bandera y un pedazo de nuestra independencia.

Juan Vázquez de Mella

Fuente: Álbum Histórico del Carlismo: 1833-1933-35, pp. 307-308.


A este fantástico texto de Vázquez de Mella, con el que estamos plenamente de acuerdo, solo añadimos lo siguiente: no nos limitemos a arremeter contra el que meramente defiende (aunque ello pueda ser en algún momento necesario), sino lideremos, a campo abierto, el ataque al enemigo, ganando de este modo las simpatías de los que defienden desde la fortaleza, que verán en nosotros, sus salvadores, el mejor ejemplo a seguir y correrán presurosos a abandonar sus puestos para ingresar en nuestras filas. Porque los católicos (católicos verdaderos, entiéndase bien) que se defienden y no atacan, por muy equivocados que estén, no son nuestro enemigo, sino aquellos a quienes precisamente queremos salvar.

miércoles, 2 de enero de 2019

Los tradicionalistas hemos celebrado la Toma de Granada

Como cada año, este 2 de enero los tradicionalistas granadinos hemos celebrado que Granada y España son católicas.

Después del Te Deum en la catedral (con la notable ausencia del arzobispo que no entendemos y una aburrida homilía que no ha hecho alusión a la Toma de Granada), hemos acudido a la Capilla Real, donde reposan los ínclitos Reyes Católicos, por quienes hemos rezado. Ante sus tumbas y luego en la Plaza del Carmen hemos visto tremolar el pendón de nuestra ciudad, mostrando nuestras banderas de España con el Sagrado Corazón de Jesús.

Como siempre, los granadinos han salido por miles a la calle a celebrar la Toma y han vitoreado a la Legión, exhibiendo más que nunca nuestros símbolos nacionales. En la plaza del Carmen y la calle Reyes Católicos no cabía un alfiler. El grupúsculo de renegados y energúmenos a los que inexplicablemente las autoridades reservan un rincón en la plaza, cada vez es más insignificante.

Como nota negativa, nos ha parecido un tanto ridícula la pintoresca comparsa de moros y cristianos (de lo que no hay costumbre en la ciudad) que se ha realizado en esta ocasión, con trajes que parecían de carnaval, después del desfile de la Legión y de la comitiva oficial con el pendón; pensamos que puede tratarse de un intento del Ayuntamiento de quitar solemnidad a la Toma.






El viernes 2 de Enero de 1492, a las 3 de la tarde aparecieron en las almenas de la torre más alta de la Alhambra de Granada, el estandarte de Santiago Apóstol y el pendón real de Castilla. Ante este glorioso espectáculo el coro de la real capilla prorrumpió con el solemne Te Deum y todo el ejército cristiano penetrado de profunda emoción se postró de rodillas en acción de gracias. 

Cuando el rey moro llegó a la presencia de los Reyes Católicos, que esperaban su llegada en la Ermita de San Sebastián, quiso apearse del caballo y besar sus manos en señal de homenaje, pero el Rey Fernando el Católico se apresuró a impedírselo y le abrazó en prueba de su afecto y consideración. 

El rey moro se acercó al cristiano y se procedió a la entrega solemne de las llaves del palacio y fortalezas, diciendo: «Tuyas son ó rey pues que Allah así lo ha dispuesto, usa de tu triunfo con clemencia y moderación». Don Fernando tomó las llaves las puso en manos de la Reina, de la Reina en manos del Príncipe, su hijo y del Príncipe las tomó Don Iñigo de Mendoza, Conde de Tendilla a quien el Rey había nombrado teniente de la Alhambra. 

El Rey moro Boabdil, después del acto de sumisión, pasó a reunirse con su familia que se había adelantado con los efectos más preciosos por el camino de las Alpujarras. Entre tanto el rey moro seguía el camino llegó a un montecillo desde donde se descubría por última vez la ciudad de Granada. Allí detuvo el caballo y al dirigir su mirada postrimera sobre aquellos lugares de su pasada grandeza, su corazón se llenó de dolor y no pudo menos que llorar. Le replicó su madre: «llora, llora como mujer la pérdida de un reino por cuya defensa no has sabido morir como un hombre». 

Al atardecer, los Reyes Católicos dejaron el mando de la ciudad al Conde de Tendilla y volvieron a su campamento de Santa Fe. Tres días más tarde, el 5 de Enero, harían su entrada pública y solemne en Granada.


La rendición de Granada,
por Carlos Luis de Fibera y Fieve, 1890.