Recuperamos hoy la memoria de otro carlista granadino ilustre, como lo fue el general Carlos Calderón: D. Francisco Guerrero Vílchez (1854-1941), fundador y director del períodico tradicionalista de Granada La Verdad (1899-1941), veterano de la tercera guerra carlista y caballero de la Orden de la Legitimidad Proscrita.
En sus años mozos peleó por las banderas de Don Carlos en el Norte. En la batalla de Lácar gustó del plomo enemigo por su valentía en el combate, y en ese combate permaneció toda su vida.
Su defensa de la Tradición Española iba pareja a su fervor religioso. Tenía verdadera devoción por el Corpus Christi y por la excelsa Patrona de Granada, la Virgen de las Angustias; devoción que reflejaba en los artículos de su periódico de manera sublime.
En 1936, siendo ya octogenario, alegó no tener más de cuarenta y tantos años para alistarse en la retaguardia del bando nacional, en la milicia ciudadana Españoles Patriotas.
Su temple y su espíritu no decayeron hasta los últimos días de su vida.
El periódico «La Gaceta del Norte» publicaba este artículo con motivo de su fallecimiento a los 87 años, en 1941:
Como una violeta que ignorada de todos, perece al soplo del cierzo en la campiña, ha muerto en Granada, desconocido, el más viejo, probablemente y el más «autártico», desde luego, de los periodistas españoles. El más «autártico», porque a lo largo de su larguísima vida –88 años tenía al morir– tuvo que bastarse a sí mismo a grado tan extraordinario, que él lo era todo en el periódico: director, administrador, cajista, corrector, ajustador, agente de anuncios, empaquetador y… el chico que lleva las cartas al Correo.
Se llamaba Francisco Guerrero Vílchez. Su periódico, «La Verdad».
En 1897
1897. Guerrero Vílchez, veterano de los Ejércitos de Carlos VII, jefe delegado, por egregia disposición de la Comunión Tradicionalista en el Reino de Granada, se propuso crear un órgano de batalla y orientación para la defensa y propaganda de sus Ideales. Y nació «La Verdad». En sus primeros años el nuevo periódico contó con un plantel de fervorosos colaboradores que, al calor de los acontecimientos nacionales (España entera tenía, a la sazón, por cosa muy segura que don Carlos habría de venir para salvar a su Patria de la bancarrota moral y material en que la sumían sus desastres en Ultramar), se arrimaban a Guerrero Vílchez, afanosos de cooperación en la tarea del insigne veterano.
Pero aquel calor no tardó en consumirse; el Rey, adelantándose caballerescamente a toda suspicacia de ambición, anunció en solemne documento que, dadas las circunstancias en España, no solamente no crearía dificultad de ninguna clase a doña Cristina de Habsburgo-Lorena, sino que, si preciso fuera, dispondría que sus Ejércitos se pusieran a las órdenes de la Regente en aras del servicio de la Patria; y… como siempre que una posibilidad soñada se aleja, el círculo de los que la esperaban fue deshinchándose de adheridos ocasionales, pero estrechándose –cada vez más fuertemente– con los leales que lo eran de corazón y no por cálculo, con los insobornables, con los «de siempre y para siempre». Y entre ellos, Francisco Guerrero Vílchez.
Solo
Entonces comenzó la era «autártica» del periodista granadino, que ya no había de terminar sino con su muerte, ocurrida un día de Septiembre de 1941.
Guerrero Vílchez, solo físicamente, pero más acompañado que nunca de la fe en su ideal, se metió en su imprentuca de la calle Nueva del Santísimo y reemprendió su tarea. Él redactaba íntegramente su periódico, vibrante, ágil, repleto de verdad, de acuerdo con su título; zumbón en sus «Disparos»; certero en sus críticas; implacable, como campeón de lo justo, en sus juicios; valiente, intransigente, fervoroso. Él lo componía después. Lo corregía. Lo tiraba. Él iba en busca de los anuncios que cubrieran la tirada –y si no alcanzaban su importe, ¡Dios sobre todo!–. Él, por fin, hacía el «cierre» y cargaba con los paquetes camino de Correos; llevaba el fichero, giraba, cobraba… Los pagos… Los pagos no le quitaban el sueño, porque si alguna vez se quedaba en déficit, con descontarlo de sus medios vitales, el saldo quedaba hecho de un modo por demás sencillo.
Orden del Rey
Pero hasta las más duras peñas se resquebrajan algún día, y Guerrero Vílchez, ya setentón, sintió laxitud en su esfuerzo y desánimo en su soledad. Mas como el periódico –con ser tan suyo como jamás lo fue de nadie periódico alguno– era moralmente de su Ideal, no quiso suspenderlo sin haber dado cuenta de su decisión al Augusto Caudillo de la Comunión Tradicionalista, que lo era, en los tiempos en que esto ocurría, don Jaime de Borbón. Acudió al Rey Guerrero Vílchez y planteó su caso. Don Jaime le escuchó con aquella su innata gentileza que le valió el sobrenombre de «Príncipe Caballero», y cuando el veterano hubo acabado su respetuoso alegato, el Rey, poniéndole familiarmente la mano sobre el hombro, le dijo:
- Tú no puedes hacer eso, Guerrero. Has sido hasta ahora un buen soldado y tu propósito pudiera parecer una deserción. Un soldado no abandona nunca su fusil: muere con él en la mano… ¿Qué me dices?
- Señor: el periódico no morirá mientras yo viva.
Y volvió a su Granada a cumplir la palabra empeñada al Rey.
«La Verdad» ha vivido 44 años. La muerte ha sorprendido a Francisco Guerrero Vílchez justamente cuando daba el último toque a uno de los dos números extraordinarios que lanzaba todos los años en loor de las dos solemnidades más grandes de la vida religiosa de Granada: el Corpus y Nuestra Señora de las Angustias. La última edición de «La Verdad», dedicada a la exaltación de la Excelsa Patrona –la portada del extraordinario reproduce una encantadora tricromía de la Virgen en la advocación de las Angustias– quedaba compuesta y tirada en el momento preciso en que la Señora había decidido llamar al Cielo a su lealísimo devoto. El número ha sido repartido después de la muerte de Guerrero Vílchez, que ha cumplido así con creces la palabra empeñada al Príncipe Caballero: ha hecho más que caer con su fusil; ha caído antes que su fusil.
Otra vez, al servicio de España
Al estallar la guerra de liberación, Guerrero Vílchez conoció el gozo de no sentirse ya solo. De la vieja solera carlista de la Vega de Granada surgió, por pujante generación, el Tercio de Requetés Isabel la Católica, que dejó en los campos de Andalucía una siembra ubérrima de abnegaciones y de heroísmos.
¡Descanse en paz!
ANGEL PUENTE
Hemeroteca del periódico La Verdad (1899 - 1941)