DON CARLOS CALDERON EN MONTEJURRA, cuadro al oleo por E. Esteban |
Este precioso cuadro al óleo del notable pintor D. E. Estevan, cuya fotografía proporcionó a la revista El Estandarte Real el General D. Antonio Brea, constituye un glorioso recuerdo de la campaña de 1872-76.
El hecho a que se refiere es el siguiente:
El 17 de Febrero de 1876 se vio atacado el Brigadier Calderón por dos divisiones en la parte de la Solana y una brigada en la de Esquinza; para hacerlas frente sólo contaba con los batallones 1º y 12º de Navarra y algunas compañías alavesas; no obstante, sostuvo todo el día un rudo combate en el que hizo 400 bajas al enemigo; aquella noche atacó a éste a la cabeza de dos compañías, desalojándole de Arellano y haciéndole numerosos prisioneros. Reanudada la acción al día siguiente, viose el Brigadier Calderón atacado por tres puntos a la vez; pero el Coronel Barón de Sangarrén en unas zanjas; el 1º de Navarra sobre Monverde y Calderón con el 12º en el bosque de Arellano, hicieron retroceder cinco veces al enemigo con otras tantas cargas a la bayoneta, hasta que al verse completamente rodeados y abrumados por tantas fuerzas, y fatigada ya la gente de Calderón, mientras que el enemigo era reforzado con ocho batallones al mando del General Tassara, empezaron los carlistas a despeñarse huyendo hacia Estella.
Siguió, a pesar de todo, batiéndose el Brigadier Calderón ordenando otra nueva carga (en la que cayó herido su jefe de Estado Mayor D. Ricardo Suarep) y se retiró ordenadamente al fuerte aprovechando el desorden que acababa de introducir en los batallones liberales. Cesó el fuego, pero rehechos al fin los enemigos al cabo de una hora, se lanzaron por varios puntos sobre el fuerte, defendiéndolo bravamente por espacio de media hora los pocos voluntarios que en él habían quedado, pero viéndose desbordados y acosados por todas partes, se apoderó de ellos el pánico y huyeron hacia Estella, dejando solo con su Ayudante Sr. Henestrosa al Brigadier Calderón, quien, aunque ya había sido herido, no quiso abandonar el fuerte, cayendo éste así, huérfano de defensores en poder de las tropas liberales, al frente de las cuales felicitaron los Generales enemigos Primo de Rivera y Cortijo al Brigadier D. Carlos Calderón, por la heroica defensa que había hecho, devolviéndole la espada, así como a su Ayudante, y dejándoles prisioneros bajo su palabra.
Don Carlos de Borbón premió el brillante comportamiento de Calderón con la faja de Mariscal de campo.
Pocos han tenido ocasiones como nuestro infortunado amigo, de hacer simpático y respetable el nombre español fuera de nuestras fronteras, y pocos se han dedicado a esta tarea con éxito aproximado, pues la nota saliente de su personalidad era el más acendrado patriotismo.
Este sentimiento puede decirse que fue el que exclusivamente le trajo a nuestro campo y creó entre Carlos VII y él una indestructible intimidad que por igual honra a ambos.
Cosmopolita por su educación y por sus hábitos, pero español rancio por su corazón, tenía la evidencia de que sólo la Monarquía representada por Don Carlos podía, y eso en poquísimo tiempo, sacar a España del lugar secundario a que está relegada y elevarla rápidamente a potencia de primer orden.
¿Don Carlos podía efectuar ese milagro? Calderón estaba seguro de ello, y esa certeza le bastaba para ofrecer a Don Carlos su vida, sin alambicar ni sus principios ni sus derechos por más que fuera respetuoso y defensor de los unos y de los otros.
En el destierro fue Calderón acaso el más asíduo visitante de su Rey proscripto, a quien iba a ver a lo menos una vez cada año, a París, a Londres, a Frohsdorf, a Venecia, a donde quiera que estuviese, causando siempre sus visitas singular regocijo a Don Carlos que estimaba en alto grado todas sus condiciones personales, la nobleza de su carácter afable y abierto, su bravura como soldado, su exquisita cortesía como hombre de mundo, su actividad infatigable como trabajador y su fidelidad a toda prueba como carlista.
Llórale hoy, no sólo como General, sino como amigo muy querido y probablemente los primeros sufragios que se habrán celebrado por el ilustre difunto, serán los que don Carlos ordenó en el momento de saber su muerte inesperada, dando la coincidencia providencial de que la primera Misa dicha por su alma en Venecia, se celebró precisamente el día 10, fiesta de San Andrés Avelino, protector de los cristianos en las muertes repentinas.
La noche antes de su muerte, el General Calderón obsequió, en su casa en París, con regio banquete y recepción a SS. AA. II. el Gran duque y la Gran Duquesa Wladimiro, al Gran Duque Alejo y a los Duques de Leuchtemberg... y a las pocas horas de retirarse a descansar, una angina de pecho acabó en breves instantes con su preciada existencia.
Los funerales han sido espléndidas manifestaciones de duelo y generales simpatías.
En las exequias de París presidieron el Duque de la Unión de Cuba y el Conde de Adanero, en representación de la familia, el General Mergeliza de Vera, en representación de Don Carlos, y el Sr. Angulo, en representación de la Compañía Trasatlántica, de la que era Director así como de los caminos de hierro mejicanos nuestro entendido y bizarro general. Entre la concurrencia, tan numerosa como brillante, figuraron el Gran Duque Wladimiro, los Duques de Leuchtemberg, de Almenara Alta, de Lerma, de Fernán Núñez, de Montellano, de Tamames y de Croig; los Marqueses de la Torrecilla, de la Mina, de la Romana, de Casa-Riera y de Salamanca, los Príncipes Orloff y Troubeskoi; los Condes de Bressón, de Lambertye, de Pradire, de Peralada, de Estrada, de Santovenia y de Torres de Luzón y el barón de Rothschild.
En los funerales de Madrid, la concurrencia fue tan numerosa que no cabía en la extensa nave de la Iglesia de Santa María. Allí estuvieron brillantemente representados todos los partidos políticos, el clero, la aristocracia, la banca, las letras, las artes y las industrias, sin faltar tampoco generales, jefes y oficiales del ejército, algunos de uniforme, y entre ellos el que le hizo prisionero en Montejurra, el General Primo de Rivera, al lado de nuestro Jefe Delegado el Marqués de Cerralbo, a quien acompañaban D. Pablo Morales y el General Brea (hermano, más que amigo, de Calderón), el Dipudado por Tolosa don Benigno Rezusta, los Condes de Balazote y de Casasola, el Sr. Herrero, en representación de El Correo Español, e innumerables correligionarios nuestros, entre ellos muchos voluntarios de los batallones guías del Rey y 2º de Navarra.
Todas las clases sociales, altas y bajas, han rendido el último homenaje de cariño y de respeto al cumplido caballero.
¡Descanse en paz el General Calderón!
Extraído de la revista El Estandarte Real. Diciembre de 1891.
Según es fama, fue el modelo que inspiró su Marqués de Bradomín a Don Ramón-María del Valle-Inclán
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