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jueves, 18 de junio de 2015

La Cruzada que no cesa

Al grito traidor de las logias, el año 1820, en las Cabezas de San Juan, que fue causa del abandono de América y de la pérdida de España en los horrores de la primera época constitucional, los católicos españoles se unieron, se organizaron, aunque sin rey ni cabeza, como en la guerra con los franceses, y nombraron junta y regencia, y organizaron aquellas bandas y aquel ejército que llamaron de la Fe, que llevaban por bandera el lábaro de Constantino sobre los colores de España, y pelearon contra la revolución liberal, como ocho y catorce años antes habían peleado contra Napoleón, para restaurar el estado cristiano.
Lábaro de Constantino

A la muerte de Fernando VII, que se deshizo de los apostólicos para renovar el gobierno absolutista y borbónico, a la francesa, y dejar al fin el trono a merced del liberalismo y las logias en la persona de su hija, doña Isabel, uniéronse los católicos al rededor del infante D. Carlos; y bajo el cetro de Carlos V quisieron, y procuraron a precio de su sangre, restaurar el estado cristiano. Y treinta años después, al estallar la revolución de 1868, última consecuencia fatal y necesaria, último término forzoso y desastrado del estado liberal y las libertades de perdición y el juego de los partidos, otra vez volvieron a unirse en el carlismo los católicos que aborrecían la revolución y querían la restauración del estado católico y castiza y genuinamente español.

El Suplemento (Palma de Mallorca, 29/04/1893)

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