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martes, 4 de agosto de 2015

La estancia en Granada de Rafael Gambra

Mi lejana estancia en Granada
por Rafael Gambra (1983)

Puesto que tengo ya nietos, permítaseme ejercer uno de los derechos universalmente reconocidos a los abuelos de todos los tiempos: evocar algún recuerdo de su primera y ya lejana juventud.

En este caso, de mi única estancia en la hermosa ciudad de Granada, allá donde más cabe compadecer al ciego. Hace ya cuarenta y cinco años, y sólo duró dos meses, por más que en ellos cursé, en cierto modo, toda una carrera. Pretendo evocar con ello un momento de ilusión y de heroísmo en la vida española en el que nos cupo esperar una recuperación de la fe, de la tradición y de las glorias que creímos perdidas.

Se iniciaban ya los meses invernales de 1938; contaba yo dieciocho años. Venía a la sazón —boina roja, cazadora caqui y macuto a la espalda— de pasar varios meses y muchos fríos en el Alto del León, con el Tercio navarro de Abárzuza, y acudía a los cursos de Alférez Provisional de Infantería que se realizaban, desde tiempo atrás, en esa ciudad.

A mi llegada a Granada me enteré de que no lo hacía a la templada Andalucía que yo conocí en la plana de Sevilla y de Morón, sino a una ciudad de invierno frío, cuyas heladoras amanecidas habría de sufrir cada día en las interminables operaciones ficticias por el cerro de la Perdiz, a orillas del Darro, traspasados los jardines de la Alhambra, blancos de escarcha, o en el Llano de la Cartuja baja, frente a la dorada Sierra Elvira. También aprendí que para ser admitido en la Academia era necesario llevar maleta, utensilio que, en guerra, considerábamos tan inaceptable como llevar paraguas. Nos lo enseñaba enseguida una cancioncilla con que nos recibían los cadetes veteranos ya de un mes:

Pobre Pirulo, que llegas a Granada,
Sin la maleta, no serás oficial.
Aunque tú traigas catorce laureadas
Si no traes maleta te suspenderán... 

Llano de la Perdiz en Granada, donde se divisa el monasterio Jesús del Valle,
 lugar en el que fue enterrado el general Carlos Calderón y Vasco

Mandaba aquella improvisada Academia de la Cartuja Alta un coronel mutilado y de avanzada edad —el coronel Izquierdo—, cascarrabias y gritón, pero que era al final un padre para tanto muchacho —casi niños— que pasaban por su mando, camino muchos de ellos, de un bello morir. Los instructores de operaciones eran alemanes. Después de cuarenta años viendo películas de boches siniestros, torpes y malvados, chocará oír que, a pesar de su dureza en el ejercicio, los cadetes los queríamos porque eran buenos con nosotros. Recuerdo a un capitán Feita (¿se escribiría así?) al que debían haber explicado que la única exclamación era ¡caramba! Se enfurecía a menudo si el despliegue no resultaba a su gusto, y resultaba cómico oírle gritar en el colmo de la indignación ¡¡caramba!!

No tenía yo en Granada parientes ni amigos. Se me brindó, sin embargo, un verdadero hogar para los pocos días en que disfrutamos de fiesta o de permiso. Por un azar conocí pocos meses antes —estando ya en el frente— una pequeña revista carlista titulada LA VERDAD que se publicaba hacía muchos años precisamente en Granada. Era su fundador y director don Francisco Guerrero Vílchez, antiguo capitán de Carlos VII, que exhibía en la revista, bajo el lema DIOS-PATRIA-REY, el título de «Caballero de la Orden de la Legitimidad Proscrita». La revista no era más que dos hojas de tamaño grande, creo que quincenal, y publicaba por el Corpus un número extraordinario con ilustraciones y mucha publicidad local. En esas páginas habían aparecido mis primeras colaboraciones, tan ingenuas como podría esperarse de los diecisiete años de edad.

Al poco de mi llegada rendí visita a mi director literario. Contaba a la sazón don Francisco ochenta y muchos años, pero me acogió con ánimo paternal y conté en su casa con un refugio seguro y cariñoso. Incluso me dijo que parecía mentira que «un intelectual como yo» tuviera que ir por el mundo con un macuto y buscando quien le cosiera y lavara la ropa. Creo que murió poco después de la Victoria. Muerte feliz y oportuna que culminaba en triunfo toda una vida de lucha por la Causa.

LA VERDAD fue, después de la derrota en la última Guerra Carlista, uno de los islotes de carlismo que pervivieron contra toda adversidad hasta alcanzar el renacer carlista del Alzamiento Nacional. Haga Dios que otros islotes que hoy perviven en esta hora triste de España lleguen a conocer parecida reviviscencia.


Rafael Gambra Ciudad
Boletín "Fal Conde",
Granada, febrero de 1983

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