En LA ESPERANZA, que fue órgano oficioso del carlismo y el diario de mayor circulación en España durante la década de 1850, escribió su director numerosos artículos durante veinte años, sirviendo como ejemplo a seguir para los abundantes y brillantes periódicos y redactores tradicionalistas que aparecerían a partir de la nueva agitación liberal de la Revolución de Septiembre de 1868.
D. Pedro de la Hoz fue además autor de los manifiestos que firmó María Teresa de Braganza, viuda de Carlos V, como la Carta a los españoles de septiembre de 1864, en la que acusaba a quienes «se dicen católicos» de aceptar «como fundamento social el fantasma de la opinión pública».
La siguiente reseña biográfica, que extraemos del artículo que le dedicara José María Carulla con motivo de su muerte, omite la destacada militancia carlista de D. Pedro de la Hoz —un secreto a voces— al estar prohibida la significación legitimista durante el reinado de la llamada Isabel II:
Reseña biográfica de D. Pedro de la Hoz (1800-1865)
El Sr. D. Pedro de la Hoz nació en Espejo, provincia de Córdoba, el día 17 de mayo de 1800. Fueron sus padres D. Vicente, corregidor de varias villas y ciudades, como también caballero maestrante de Ronda, y doña María Tecla de la Torre. Restituidos a los pueblos de Penagas y Anaz, de la provincia de Santander, de donde eran respectivamente naturales, pasó en 1808 al colegio de Escolapios de Villacarriedo, en el cual hizo sus primeros estudios, saliendo de allí para la universidad de Valladolid, en la que cursó jurisprudencia.
Seducido por las ideas liberales que a la sazón reinaban ya en las universidades y academias, abrazolas con inexperiencia, siendo nombrado en su virtud secretario del gobierno político de León, y después de otras provincias. A tener entonces los veinticinco años que la ley exigía, hubiera desempeñado la jefatura política.
Ya en 1822 comprendió la impotencia a que se hallaba reducida la autoridad bajo el régimen parlamentario. Su conversión a las sanas doctrinas fue un hecho poco después, cuando, unido en matrimonio con una hija del valerosísimo general Liniers, muerto en defensa de su Rey, observó, por la lectura de los periódicos extranjeros, la prepotencia que la Revolución había logrado en el imperio vecino.
Desde ella no faltó ni en un ápice a la gloriosa causa de la monarquía. Pareciéndole muy bien al Monarca algunos de sus escritos, fue nombrado, sin saberlo. Director de la Gaceta de Madrid. En 1831 se le designó para la fiscalía general de correos, a cuyo cargo estaban anejos los honores y antigüedades del extinguido Supremo Consejo de Hacienda.
Fallecido Fernando VII, dimitió el cargo, a pesar de las vivas gestiones de casi todos los nuevos ministros para que lo conservase. Previendo que no podrían contener las ideas revolucionarias, aun cuando quisieran, lo renunció, y con él a un porvenir brillante, a trueque de no ponerse en contradicción con sus últimos actos, y deshonrarse políticamente. Pasó después al extranjero, volviendo en 1840, y fijando su residencia en Burgos, donde se dedicó con gran éxito al ejercicio de la noble profesión que tiene por objeto pedir justicia.
Director de LA ESPERANZA, consagrose a ella con una fe verdaderamente inextinguible y con un ardor verdaderamente infatigable. Para saber lo que fue el periódico, pueden leerse los elogios que tributaron a LA ESPERANZA los mismos liberales, a pesar de que éstos rara vez hacían justicia a sus adversarios. La Patria, diario al cual LA ESPERANZA combatió con frecuencia enérgicamente, consignó en su número del sábado 16 de diciembre de 1865 las siguientes palabras:
Un periódico se publica en Madrid muy importante, ya por ser el decano de la prensa de la corte, ya por consecuentísimo en la predicación de sus doctrinas, y por hábil hasta lo sumo, al atravesar las mas difíciles circunstancias, sin plegar nunca su bandera. Dirigido por un hombre de gran capacidad y de experiencia consumada, y de espíritu y corazón de buen temple, para no ceder a temores, ni dejarse nunca tentar por halagos, siempre fue y va a su objeto en derechura; y así se ha granjeado legítimo ascendiente y grande respetabilidad entre los que profesan sus opiniones.
Este periódico se llama La Esperanza; D. Pedro de la Hoz es su Director inteligente y dignísimo de todo elogio, por cuya salud elevamos nuestras plegarias al cielo. Con adversarios de esta categoría es honroso medir las armas, según buena ley de caballería, sin que lo cortés quite a lo valiente, y aspirando a la victoria, no con vocerío de palabras, sino a fuerza de sólidas razones.
Calle del Pez n.º 6 de Madrid, lugar en el que tuvo sus oficinas el periódico LA ESPERANZA hasta ser clausurado por Francisco Serrano en enero de 1874.
Mientras infinidad de períódicos, principalmente liberales, dejaron de publicarse, no obstante la protección de todo género que recibían, LA ESPERANZA subsistió robusta y prepotente, a pesar de las recias sacudidas de todo linaje asestadas contra ella. La gloria de tal resultado correspondió entera por riguroso derecho al Sr. D. Pedro de la Hoz, que dirigió el periódico desde su fundación.
Que el Sr. D. Pedro de la Hoz aceptase en 1844 la dirección de LA ESPERANZA, es cosa que no debe maravillarnos. Aunque su salud ya se había entonces grandemente resentido, se hallaba, sin embargo, en el pleno de su energía intelectual, pudiendo, por consiguiente, dedicarse con ahinco a las tareas de su nueva misión, tan importante como delicada. Lo asombroso y digno de loa es que persistiese en dirigirla a los sesenta y cinco años de edad, cuando sus fuerzas se iban extinguiendo por instantes, Algunos do sus amigos, considerando que la enfermedad le tenía sumamente débil, y viendo que Dios le había hecho merced de un hijo, continuador de su preclara inteligencia, de su buen criterio, y de su fe ardorosa, le proponían con frecuencia que la dejase, o al menos que se ciñese a lo puramente preciso para su marcha. Jamás pudieron conseguirle. No satisfecho aun, ocupábase también en recibir a los que venían con el objeto de conocerlo; en responder a los que lo consultaban sobre innumerables asuntos políticos y de diversa índole; en meditar una obra de Religión que por su muerte no pudo publicarse; en dirigir la educación de su familia; en atender, para concluir, a esos héroes cuyo elogio no puede hacerse por falta de palabras bastante expresivas, que, a trueque de conservar inmaculado su honor, sufrieron toda clase de privaciones, renunciando a toda suerte de comodidades.
Alguna vez pensó seriamente en trasladarse al Escorial, a fin de terminar allí sus días, entregado a la meditación de las eternas verdades. No puso en práctica su pensamiento. Además de sus dolencias habituales, impedíanselo su amada familia que no quería desatender, LA ESPERANZA, de que no quería prescindir, y la comunión monárquico religiosa, que no quería por ningún concepto abandonar.
Poco antes de morir trabajaba, si cabe, con más celo y satisfacción que en años anteriores. Es que veía confirmadas sus opiniones políticas de la manera más absoluta. Veía completamente desacreditado el orden de cosas que constantemente impugnó; veía que los hombres de buena fe que lo habían sostenido se agrupaban denodadamente alrededor de su bandera inmaculada; veía en lontananza a los nuevos Constantinos que han de regenerar a nuestra desdichadísima patria; veía, en fin, cercana o inevitable la realización de sus dulces consoladoras esperanzas.
Extraído en su mayor parte del artículo que le dedicó con motivo de su muerte José María Carulla en LA ESPERANZA (18 de diciembre de 1865)
(...) nunca más que hoy ha sido conveniente que permanezca inhiesta la bandera de LA ESPERANZA (...)
(...) Dos cosas, únicamente, son las que debo recomendarte y te recomiendo. Una, la de que perseveres hasta la muerte en la defensa de nuestra Santa Religión; y otra, la de no faltar nunca a las prescripciones del honor. (...)
(...) Como católico sabes no te es permitido sino repeler la fuerza con la fuerza, y eso cuando no está a mano la autoridad para acudir a ella. (...)
De la carta de D. Pedro de la Hoz a su hijo, D. Vicente de la Hoz y de Liniers.
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