El«Gran Capitán» durante la batalla de Ceriñola frente al cuerpo sin vida del francés Luis de Armagnac |
BIOGRAFÍA
Con los mejores auspicios diose a conocer en la Corte de Castilla Gonzalo de Córdoba, puesto que atendiendo a las dotes de gentileza, habilidad, patriotismo y bravura de que ya había dado pruebas, mereció en temprana edad el dictado de Príncipe de los Caballeros. Inauguró sus campañas en la lucha que sostenía la Reina Católica, contra las pretensiones de Alfonso V de Portugal. En la batalla de Albuera sostuvo el honor de las armas castellanas arrostrando los mayores peligros, y en la conquista de Granada fue igualmente uno de los que mas se distinguieron, no solo en el campo de la lucha sino también en los tratos que mediaron para estipular las bases de capitulación. Pero donde le estaba reservada su gloria militar era en las guerras que en Italia sostenía Fernando el Católico contra Carlos VIII de Francia y su sucesor Luis XII.
Al frente del ejército de Aragón, acudió allí nuestro heroico capitán y en unión del almirante Requesens, rindió las plazas de Santa Agata, Seminara y Monópoli; penetró en Cefalonia, Tarento, Ruvo, Ceriñola, Seminara de la cual habían vuelto a apoderarse los franceses, y de Nápoles; les derrotó en el rio Garellano y obtuvo la rendición de Gaeta, con lo cual puso término a la guerra franco-aragonesa. La fama del afortunado vencedor, a quien desde estos triunfos podemos ya distinguir con el sobre nombre de Gran capitán, hizose universal; todo el mundo citaba las proezas por él llevadas a cabo y ensalzaba su valor.
Hasta el mismo Luis XII hubo de invitarle a comer para oir de sus labios la narración de los hechos, y traspasando los limites del entusiasmo, le envió un rico presente. Por el contrario el rey don Fernando, el mas beneficiado en aquella campaña, dejó sin recompensa tan relevantes servicios, efecto de la poca simpatía que entre ambos existía por la diferencia de caracteres, y que la envidia de otros procuró extremar harta el punto de que le tratara con el mayor desdén y le pidiera cuenta de las sumas invertidas en atenciones de la guerra.
A la vista de estos y otros ultrajes, adoptó Gonzalo la resolución de abandonar la arte, y lleno de amargura se retiró a la villa de Loja, que el rey le donó, en unión de su esposa María Manrique y de su amada hija Elvira. Próximo ya a morir, pasó a Granada con el fin de encontrar alivio a sus achaques, y a los sesenta y dos años de edad sucumbió en esta ciudad.
El Castellano (02/12/1904)
Estatua del Gran Capitán en Córdoba |
CANTO AL GRAN CAPITÁN
¡Caudillo, levanta la faz imperiosa
de bravo titán;
remueve ese polvo que guarda tu fosa
y sal, como lava de inmenso volcán!
El haz de los siglos tu paso resista
y taña sus viejas trompetas el viento,
cual si hoy retornaras de alguna conquista
que diera a tu nombre mayor valimiento.
Levanta, caudillo;
ya el sol de tu España no tiene aquel brillo
que antaño le daba
el oro que tanto por ella abundaba.
Mas quedan en alto los brazos nervudos,
los brazos que un día
con gran valentía
doblaron los bronces de extraños escudos
y queda la entraña
que esconde la sangre viril de tu España
Levanta, gigante; tus ojos fulminen
y viento tu acero
mil caras plebeyas a un tiempo se inclinen
y digan mil voces en son placentero:
–¡Victoria, guerrero!
Y al firme rendaje
del fuerte caballo que en rudas batallas
rugió de coraje
y no lo atajaron ni cercas ni vallas,
garridas matronas
enlacen coronas
y ramos de flores;
y el beso de alguna doncella sensible
te de, como ofrenda, sus dulces rumores
con una esperanza de amor imposible.
Y esparzan sus sones alegres campanas
brindando un grandioso concierto a la tierra,
y vibren e inunden regiones lejanas
los cantos que digan tus triunfos de guerra.
Cuadro de José de Madrazo sobre el asalto del «Gran Capitán» en Montefrío |
–Al héroe que en lucha fue raudo ciclón,
que siempre al contrario deshizo los planes,
brindemos las notas de nuestra canción
como un estruendoso bramar de huracanes.
Miradle, cercadle con gran frenesí;
su labio parece que dice: ¡Vencí!
Y en alto la espada, terror de los viles,
como un buen manojo de rayos de sol,
moviendo el penacho de plumas gentiles
va encima del ágil caballo español.
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¡Victoria, victoria, valiente coloso
que a reyes tiranos quitaste los fueros
y siempre a tu patria volviste gozoso
al frente de rudos y fieles guerreros;
entre un torbellino de picas y espadas
y nobles banderas por fuerza ganadas
y flores fragantes y tronos deshechos
y fuertes corazas mostrando en los pechos
de los vencedores,
sus manchas de sangre, de polvo y sudores!
¡Oh genio que fuiste forjado en la lid,
retoño del genio sublime del Cid!
Si llega a tu lecho de muerte el murmullo
del pueblo, que canta tu gloria y su orgullo,
buscando la cima de honor y de fama,
buscando la cumbre
donde hecha fiel llama
por siempre tu propia grandeza te alumbre,
¡oh, Gran Capitán,
levanta, levanta la faz imperiosa
cual bravo titán,
remueve ese polvo que guarda tu fosa
y sal, como lava de inmenso volcán!
FRANCISCO ARÉVALO
Diario de Córdoba (02/12/1915)
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