En 2016, el ayuntamiento de Madrid dirigido por la podemita
Manuela Carmena, a propuesta del Partido Socialista, alegando varias miles de
firmas de la plataforma digital Change.org y amparándose en la ley de Memoria
Histórica, renombró la plaza Vázquez de Mella como plaza Pedro Zerolo, un
político socialista (¡cómo no!) y aún más importante para el Ayuntamiento,
sodomita –nos negamos a transigir en la dominación lingüística de lo
políticamente correcto y a usar la denominación oficial, usando en cambio el sustantivo que históricamente se ha usado, véase como ejemplo la obra de
John Kennedy Toole, La Conjura de los
necios, usado tanto por el protagonista, Ignatius Reilly, como por Myrna
Minkoff, a quién el pensamiento hegemónico de hoy no dudaría en calificar de
“progresista”.
Vázquez de Mella fue el mayor sistematizador de la doctrina
carlista de la historia del carlismo, y uno de los mejores oradores de su
época; diputado a Cortes, autor de numerosas obras reunidas en una treintena de
obras completas, dejó un influyente legado doctrinal que traspasó los simples
límites del carlismo y de España, llegando a América. Zerolo, en cambio, era concejal
en Madrid, cuya influencia se debía a los contactos con el poder, y no a su
capacidad y talento, y es conocido únicamente por defender los “derechos” de un
colectivo al que él mismo pertenecía, de los que no destacó en exceso, y
limitándose su influencia a las actuaciones de dicho colectivo, sin ningún
legado doctrinal.
De nada sirvió que Vázquez de Mella hubiese muerto en 1928,
tres años antes de la proclamación de la Segunda República y ocho antes del
inicio de la Guerra Civil; de nada sirvieron las quejas de los vecinos de la plaza
(a pesar de que muchos de los firmantes probablemente ni siquiera eran de
Madrid, pues se trata de una recolección de firmas digital, el ayuntamiento
madrileño ni se molestó en consultar a los vecinos); de nada sirvió que Vázquez
de Mella hubiese defendido el voto femenino en su concepción de la democracia
orgánica o jerárquica antes de que se hiciera realidad en 1931, y con la
opinión en contra de numerosos izquierdistas, como la socialista Victoria Kent
(en algún foro se comenta que si los izquierdistas se enterasen de esto, les
daría un ictus); y de nada sirvió la campaña que intentó llevarse a cabo en la
propia plataforma Change.org (en primer lugar, porque fue enseguida eliminada); el nombre de la plaza fue irremediablemente modificado amparándose en la Ley de
Memoria Histórica.
Muchos atribuyen este hecho a la ignorancia histórica de la
alcaldesa de Madrid y su equipo de gobierno; sin embargo, no se nos debe escapar
que la plaza Vázquez de Mella ha sido un recorrido tradicional del irónicamente
llamado Día del Orgullo Gay (otros nombres que se han sugerido, como Día del Orgullo Neocapitalista o Día del Complejo Gay, son mucho más
apropiados para un espectáculo que más bien provoca vergüenza
ajena), por lo que esto debe entenderse más como una estrategia de conquista
continua del espacio público por parte de los rosas que les garantice la hegemonía total y haga que sus horteras
banderas sean izadas en todos los lugares sin discusión.
Otro aspecto que no se nos debe escapar es que Carmena pertenece a ese colectivo que gritaba ¡Arderéis como en el 36!, es decir a un grupo que fue derrotado en la Guerra civil, algo que todavía les escuece; Vázquez de Mella es el
principal referente de los carlistas, ¿pero quiénes eran los carlistas? Los
carlistas eran los que se sublevaron en el 36 y lograron conquistar el Norte de
España para el Bando Nacional, que sin ellos jamás hubiese
ganado la Guerra, y la añorada y utópica República quema-conventos de los
comunistas todavía seguiría en pie. Tampoco es casualidad que en el
mismo año en que se aprobó el renombramiento de la plaza Vázquez de Mella (2015), el ayuntamiento de Pamplona, también de izquierdas, le retiró la plaza del Conde de Rodezno en Pamplona, uno de los principales dirigentes que negoció con el Bando Nacional la entrada de los
carlistas navarros en el Alzamiento, si bien es verdad que fue a espaldas de Fal Conde, y que Rodezno era de muy dudosa lealtad, ocupando puestos de importancia durante el gobierno de Franco.
Pero volvamos a la figura de Vázquez de Mella. Si analizamos
todo su pensamiento y todas sus influencias, no es de extrañar que la izquierda
sienta repulsión a su figura. Carlista convencido, criticó la teoría de la
separación de poderes, uno de las principales bases políticas del liberalismo,
y por lo tanto de la izquierda, así como el parlamentarismo, la libertad de
cultos, el marxismo... Propugnaba una sociedad firmemente católica, con gremios y
sin sindicatos (tal y como los conocemos, al menos), en que fuesen innecesarias las huelgas, y un Estado encabezado
por un rey que gobierne y en el que la representación política esté compuesta
por corporaciones, no por partidos de masas. Siendo justos, es difícil
defender el pensamiento de Mella sin que la izquierda (y la derecha) se quede horrorizada y blanca como la leche del terror.
De todo a lo que influenció el caso no es muy distinto. El
pensamiento de Mella, aunque desvirtualizado, sería usado por la cultura
oficial franquista, y sus planteamientos en política nacional marcaron la
política exterior franquista. Fuera de nuestras fronteras, Mella influyó
notablemente al integralismo lusitano, adscrito primero a la dinastía liberal
portuguesa y luego a la miguelista, cuyo planteamiento doctrinal es paralelo al
carlista (anti-parlamentarismo, anti-liberalismo, rey gobernante, sociedad católica y cuerpos intermedios), aunque dirigida al caso específico de Portugal, y en la que cabe
destacar a Antonio Sardinha y su Teoría
de las Cortes Generales, una elaboración sistemática de la doctrina
tradicionalista en una sola obra que no tendría paralelo en la propia España
hasta tiempos de Elías de Tejada; en América, se destaca a la vertiente
brasileña del integralismo lusitano, el patrianovismo, al pensador brasileño
Pedro Galvaõ de Sousa, que afirmaba que un Estado corporativo sólo podía tener
lugar con una monarquía en el que rey reine y gobierne, o al
sacerdote chileno Osvaldo Lira, que decía que había que borrar todo lo escrito
por el Concilio Vaticano II, ese que supuso que la Iglesia reconociera la
libertad de cultos en aquellos países de mayoría católica, el ecumenismo y la
subordinación de la Iglesia a los dictados internacionales.