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miércoles, 28 de junio de 2017

Sabían lo que hacían




En 2016, el ayuntamiento de Madrid dirigido por la podemita Manuela Carmena, a propuesta del Partido Socialista, alegando varias miles de firmas de la plataforma digital Change.org y amparándose en la ley de Memoria Histórica, renombró la plaza Vázquez de Mella como plaza Pedro Zerolo, un político socialista (¡cómo no!) y aún más importante para el Ayuntamiento, sodomita –nos negamos a transigir en la dominación lingüística de lo políticamente correcto y a usar la denominación oficial, usando en cambio el sustantivo que históricamente se ha usado, véase como ejemplo la obra de John Kennedy Toole, La Conjura de los necios, usado tanto por el protagonista, Ignatius Reilly, como por Myrna Minkoff, a quién el pensamiento hegemónico de hoy no dudaría en calificar de “progresista”.

Vázquez de Mella fue el mayor sistematizador de la doctrina carlista de la historia del carlismo, y uno de los mejores oradores de su época; diputado a Cortes, autor de numerosas obras reunidas en una treintena de obras completas, dejó un influyente legado doctrinal que traspasó los simples límites del carlismo y de España, llegando a América. Zerolo, en cambio, era concejal en Madrid, cuya influencia se debía a los contactos con el poder, y no a su capacidad y talento, y es conocido únicamente por defender los “derechos” de un colectivo al que él mismo pertenecía, de los que no destacó en exceso, y limitándose su influencia a las actuaciones de dicho colectivo, sin ningún legado doctrinal.

De nada sirvió que Vázquez de Mella hubiese muerto en 1928, tres años antes de la proclamación de la Segunda República y ocho antes del inicio de la Guerra Civil; de nada sirvieron las quejas de los vecinos de la plaza (a pesar de que muchos de los firmantes probablemente ni siquiera eran de Madrid, pues se trata de una recolección de firmas digital, el ayuntamiento madrileño ni se molestó en consultar a los vecinos); de nada sirvió que Vázquez de Mella hubiese defendido el voto femenino en su concepción de la democracia orgánica o jerárquica antes de que se hiciera realidad en 1931, y con la opinión en contra de numerosos izquierdistas, como la socialista Victoria Kent (en algún foro se comenta que si los izquierdistas se enterasen de esto, les daría un ictus); y de nada sirvió la campaña que intentó llevarse a cabo en la propia plataforma Change.org (en primer lugar, porque fue enseguida eliminada); el nombre de la plaza fue irremediablemente modificado amparándose en la Ley de Memoria Histórica.

Muchos atribuyen este hecho a la ignorancia histórica de la alcaldesa de Madrid y su equipo de gobierno; sin embargo, no se nos debe escapar que la plaza Vázquez de Mella ha sido un recorrido tradicional del irónicamente llamado Día del Orgullo Gay (otros nombres que se han sugerido, como Día del Orgullo Neocapitalista o Día del Complejo Gay, son mucho más apropiados para un espectáculo que más bien provoca vergüenza ajena), por lo que esto debe entenderse más como una estrategia de conquista continua del espacio público por parte de los rosas que les garantice la hegemonía total y haga que sus horteras banderas sean izadas en todos los lugares sin discusión. 

Otro aspecto que no se nos debe escapar es que Carmena pertenece a ese colectivo que gritaba ¡Arderéis como en el 36!, es decir a un grupo que fue derrotado en la Guerra civil, algo que todavía les escuece; Vázquez de Mella es el principal referente de los carlistas, ¿pero quiénes eran los carlistas? Los carlistas eran los que se sublevaron en el 36 y lograron conquistar el Norte de España para el Bando Nacional, que sin ellos jamás hubiese ganado la Guerra, y la añorada y utópica República quema-conventos de los comunistas todavía seguiría en pie. Tampoco es casualidad que en el mismo año en que se aprobó el renombramiento de la plaza Vázquez de Mella (2015), el ayuntamiento de Pamplona, también de izquierdas, le retiró la plaza del Conde de Rodezno en Pamplona, uno de los  principales dirigentes que negoció con el Bando Nacional la entrada de los carlistas navarros en el Alzamiento, si bien es verdad que fue a espaldas de Fal Conde, y que Rodezno era de muy dudosa lealtad, ocupando puestos de importancia durante el gobierno de Franco. 

Pero volvamos a la figura de Vázquez de Mella. Si analizamos todo su pensamiento y todas sus influencias, no es de extrañar que la izquierda sienta repulsión a su figura. Carlista convencido, criticó la teoría de la separación de poderes, uno de las principales bases políticas del liberalismo, y por lo tanto de la izquierda, así como el parlamentarismo, la libertad de cultos, el marxismo... Propugnaba una sociedad firmemente católica, con gremios y sin sindicatos (tal y como los conocemos, al menos), en que fuesen innecesarias las huelgas, y un Estado encabezado por un rey que gobierne y en el que la representación política esté compuesta por corporaciones, no por partidos de masas. Siendo justos, es difícil defender el pensamiento de Mella sin que la izquierda (y la derecha) se quede horrorizada y blanca como la leche del terror. 

De todo a lo que influenció el caso no es muy distinto. El pensamiento de Mella, aunque desvirtualizado, sería usado por la cultura oficial franquista, y sus planteamientos en política nacional marcaron la política exterior franquista. Fuera de nuestras fronteras, Mella influyó notablemente al integralismo lusitano, adscrito primero a la dinastía liberal portuguesa y luego a la miguelista, cuyo planteamiento doctrinal es paralelo al carlista (anti-parlamentarismo, anti-liberalismo, rey gobernante, sociedad católica y cuerpos intermedios), aunque dirigida al caso específico de Portugal, y en la que cabe destacar a Antonio Sardinha y su Teoría de las Cortes Generales, una elaboración sistemática de la doctrina tradicionalista en una sola obra que no tendría paralelo en la propia España hasta tiempos de Elías de Tejada; en América, se destaca a la vertiente brasileña del integralismo lusitano, el patrianovismo, al pensador brasileño Pedro Galvaõ de Sousa, que afirmaba que un Estado corporativo sólo podía tener lugar con una monarquía en el que rey reine y gobierne, o al sacerdote chileno Osvaldo Lira, que decía que había que borrar todo lo escrito por el Concilio Vaticano II, ese que supuso que la Iglesia reconociera la libertad de cultos en aquellos países de mayoría católica, el ecumenismo y la subordinación de la Iglesia a los dictados internacionales.

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