Manuel Polo y Peyrolón (Cañete, 1846 - Valencia, 1918) |
Don Manuel Polo y Peyrolón cursó la segunda enseñanza en Valencia y las carreras de derecho y filosofía y letras en las Universidades de Valencia y Madrid. En 1867 fue nombrado auxiliar para las cátedras de la sección de letras del Instituto de Valencia, explicando en el curso de 1868 a 1869 metafísica en aquella Universidad. En 1870 ganó por oposición la cátedra de psicología, lógica y ética del Instituto de Teruel, pasando en 1879, en virtud de concurso, a explicar dicha asignatura en Valencia.
Fue, además, bibliotecario del mismo Instituto, comendador de Isabel la Católica, socio de mérito de la Económica de Amigos del País de Alicante, correspondiente de la Real Academia de la Historia, etc., habiendo sido condecorado por León XIII con la cruz Pro Ecclesia et Pontífice.
Como propagandista católico y tradicionalista tomó parte muy activa en conferencias y actos públicos, habiendo representado los distritos de Albaida y Valencia en el Congreso, y siendo elegido senador en 1907, cargo que también desempeñaba al morir.
Debutó en el campo literario con una serie de escenas que merecieron el elogio de Menéndez y Pelayo tituladas Realidad poética de mis montañas, costumbres de la sierra de Albarracín (1873), á las que siguieron Los mayos, novela de costumbres aragonesas (1879), su mejor obra: Elementos de psicología (1879), Elementos de lógica (1880), Elementos de filosofía moral (1880), estas tres obras obtuvieron muchas ediciones y sirvieron de texto en muchos institutos de segunda enseñanza: Supuesto parentesco entre el hombre y el mono (1881), Sermones al aire libre (1881), Guía de Tierra Santa (1882), Borrones ejemplares (1883), Bocetos de brocha gorda (1884), Sacramento y concubinato (1881), Por París á Suiza (1886), Solita ó amores archiplatónicos (1886), Vida de León XIII (1888), ¿Quién mal anda, ¿cómo acaba? (1891), Seis novelas cortas (1891), Paginas edificantes (1891), Pepinillos en vinagre (1891), Hojas de mi cartera de viajero (1892), Manojico de cuentos, etc. (1895); Don Carlos, su pasado, su presente y su porvenir ( 1898); Alma y vida serrana, costumbres populares de la sierra de Albarracín (1910).
Menéndez y Pelayo coleccionó sus Discursos (1912), entre los cuales figuran los siguientes: Elogio de Santo Tomás de Aquino (1880), El cristianismo y la civilización (1881), Apostolado de la mujer en las sociedades modernas, Místicos amores de santa Teresa de Jesús, Elogio biográfico del papa León XIII, De la verdadera forma primitiva y actual del Santísimo Sepulcro de Nuestro Señor Jesucristo, El naturalismo en la novela, Ignorancia religiosa é idolatría científica de los enemigos del catolicismo, Las conferencias de san Vicente de Paúl y la cuestión social, y Triple corazón del socio perfecto di las conferencias de San Vicente de Paúl.
Legó a la Academia de la Historia toda su correspondencia política y particular y nueve tomos que llevan el título de Memorias de un sexagenario.
«Fue discípulo aventajado en la novela —dice Cejador— de los Fernán Caballero, novelista popular y regional, sobre todo en Los mayos, linda joya en este género. Es de los escritores más castizos y que mejor conocen y emplean nuestro romance. Su clara profesión de católico, aunque sin intransigencias, bastó para que la crítica boyante y los corros literarios, donde se profesan otras ideas, hablaran poco de este escritor modesto, pero merecedor de mayores encomios».
Emilia Pardo Bazán dice de él que «es un autor castizo y ameno, honesto y formal, católico sin intransigencia», y Menéndez y Pelayo calificó de joya de oro a su novela Los mayos, sencilla y poética pintura de una costumbre popular de las montañas aragonesas. Hablando de esta novela dice el padre Blanco:
«Encarna la acción en los amores de dos aldeanos, combatidos por el mal genio de sus respectivos padres, y que contra viento y marea se resuelven en matrimonio. José, hijo del tío Tejeringo, vive y alienta para su vecina María, a cuya madre llaman en el pueblo la tía Moñohueco, cuando hete aquí que por una chilindrina se insultan mortalmente los irascibles progenitores de los novios, ventilándose el negocio de sus diferencias en un chistosísimo juicio de faltas. Como si no bastase este contratiempo, ni hacerse en el pueblo la elección y el sorteo de las mayas, José tiene que rendirse ante un rival más rico, que ofrece por María una suma de dinero superior a la contenida en los bolsillos del desventurado mozo. Complícanse las dificultades del noviazgo con las pelamesas del tío Tejeringo y la tía Moñohueco, y rotas las comunicaciones entre José y María, llega el instante en que la doncella va á entregar su mano a Andrés el cojo; pero, antes de pronunciar el sí de su esclavitud, la voz de la conciencia propia, y la intervención inesperada del amante preferido, impiden que se consume el asesinato moral de aquellos dos corazones que habían nacido para ser uno, y cuyo amor santifica luego la bendición del sacerdote».
«Mil incidentes típicos, entrelazados en la narración como rosas de primavera, dan a Los mayos una frescura y un hechizo realzados por el color local y por la ingenuidad candorosa del estilo».
El nombre de Polo y Peyrolón representa, además, una de las glorias más legítimas del profesorado español, ya que su labor docente, prolongada por espacio de cerca de sesenta años, en la enseñanza de una asignatura tan delicada y trascendental para la formación de la juventud, como lo es la psicología, lógica y ética, implica en tan largo espacio de tiempo la educación de varias generaciones de escolares que en la cátedra de Polo y Peyrolón aprendieron las verdades más útiles para la vida social y ciudadana.
Hay que recordar, además, su enérgica y brillante actuación parlamentaria en el Congreso y en el Senado, defendiendo en elocuentes discursos y documentadas interpelaciones los intereses sociales y religiosos, sin atender a ningún medro ni orgullo personal. La segunda enseñanza le debe útiles y muy prácticas defensas de los planes de estudios y de la organización del profesorado, que muchos ministros, adversarios suyos en política, no vacilaron en adoptar o incorporar a sus disposiciones legislativas, más de una vez.
Funeral de don Manuel Polo y Peyrolón en Valencia (1918) |
Información extraída de la Enciclopedia universal ilustrada europeo-americana (Espasa-Calpe). Tomo XLVI, p. 69.
En el pie de página debiera figurar 1918, no 1818.
ResponderEliminar¿Saben a qué facción carlista perteneció? Algo me dice que al Integrismo.
Gracias, hemos corregido el error en la fecha de la foto. Fue toda su vida carlista, como dice el artículo. El integrismo no era una "facción carlista" sino un partido político diferente, separado del carlismo en 1888 y retornado al mismo en 1931, aunque con periodos de estrecha colaboración entre ambas comuniones políticas desde 1906.
ResponderEliminarCuando digo "toda la vida" me refiero a desde la revolución de 1868, que es cuando se hicieron carlistas la mayoría de los monárquicos católicos.
ResponderEliminarGracias por la respuesta pero son muchos los historiadores y doctrinarios carlistas que consideran la senda del Integrismo (e incluso del mellismo) como sendas divergentes aunque convergentes al fin, de la Gran Familia Tradicionalista-Carlista, e incluso como separaciones necesarias para apuntalar los dogmas de la Santa Causa.
ResponderEliminarA Dios gracias que todos convergieron al final en torno al postrero Rey legítimo Alfonso Carlos I de Borbón demostrando que eran más las semejanzas que las diferencias.
¡Viva España Carlista!
Estimados correligionarios granadinos, ahora que se menciona la figura de S.M.C. Don Alfonso Carlos I, quisiera preguntarles si saben de algún material radiofónico-sonoro de nuestro egregio Rey en el que poder oírle de viva voz. Gracias de antemano.
ResponderEliminarEn respuesta a Cruzadista, lo correcto es decir que el carlismo/jaimismo, el integrismo y el mellismo eran efectivamente ramas distintas de la gran familia tradicionalista, que como no podía ser de otro modo acabarían reunificándose en 1931. No obstante, el calificativo de «carlista» siempre definió a los seguidores de Don Carlos (hasta 1909, cuando pasaron a llamarse «jaimistas») y por tanto los integristas que en 1888 se habían separado de Don Carlos, no se consideraban «carlistas», aunque sí «tradicionalistas» (igual que los carlistas y después jaimistas y mellistas). Suele desconocerse que la animadversión mutua entre integristas y carlistas no llegó a durar ni dos décadas. Desde 1906 ya hubo una estrecha alianza entre carlistas e integristas.
ResponderEliminarEn cuanto a la siguiente pregunta, lamentablemente ignoro totalmente que exista material sonoro de Don Alfonso Carlos. Si existiese, sería algo maravilloso sin duda. Un saludo.