Después del Te Deum en la catedral (con la notable ausencia del arzobispo que no entendemos y una aburrida homilía que no ha hecho alusión a la Toma de Granada), hemos acudido a la Capilla Real, donde reposan los ínclitos Reyes Católicos, por quienes hemos rezado. Ante sus tumbas y luego en la Plaza del Carmen hemos visto tremolar el pendón de nuestra ciudad, mostrando nuestras banderas de España con el Sagrado Corazón de Jesús.
Como siempre, los granadinos han salido por miles a la calle a celebrar la Toma y han vitoreado a la Legión, exhibiendo más que nunca nuestros símbolos nacionales. En la plaza del Carmen y la calle Reyes Católicos no cabía un alfiler. El grupúsculo de renegados y energúmenos a los que inexplicablemente las autoridades reservan un rincón en la plaza, cada vez es más insignificante.
Como nota negativa, nos ha parecido un tanto ridícula la pintoresca comparsa de moros y cristianos (de lo que no hay costumbre en la ciudad) que se ha realizado en esta ocasión, con trajes que parecían de carnaval, después del desfile de la Legión y de la comitiva oficial con el pendón; pensamos que puede tratarse de un intento del Ayuntamiento de quitar solemnidad a la Toma.
El viernes 2 de Enero de 1492, a las 3 de la tarde aparecieron en las almenas de la torre más alta de la Alhambra de Granada, el estandarte de Santiago Apóstol y el pendón real de Castilla. Ante este glorioso espectáculo el coro de la real capilla prorrumpió con el solemne Te Deum y todo el ejército cristiano penetrado de profunda emoción se postró de rodillas en acción de gracias.
Cuando el rey moro llegó a la presencia de los Reyes Católicos, que esperaban su llegada en la Ermita de San Sebastián, quiso apearse del caballo y besar sus manos en señal de homenaje, pero el Rey Fernando el Católico se apresuró a impedírselo y le abrazó en prueba de su afecto y consideración.
El rey moro se acercó al cristiano y se procedió a la entrega solemne de las llaves del palacio y fortalezas, diciendo: «Tuyas son ó rey pues que Allah así lo ha dispuesto, usa de tu triunfo con clemencia y moderación». Don Fernando tomó las llaves las puso en manos de la Reina, de la Reina en manos del Príncipe, su hijo y del Príncipe las tomó Don Iñigo de Mendoza, Conde de Tendilla a quien el Rey había nombrado teniente de la Alhambra.
El Rey moro Boabdil, después del acto de sumisión, pasó a reunirse con su familia que se había adelantado con los efectos más preciosos por el camino de las Alpujarras. Entre tanto el rey moro seguía el camino llegó a un montecillo desde donde se descubría por última vez la ciudad de Granada. Allí detuvo el caballo y al dirigir su mirada postrimera sobre aquellos lugares de su pasada grandeza, su corazón se llenó de dolor y no pudo menos que llorar. Le replicó su madre: «llora, llora como mujer la pérdida de un reino por cuya defensa no has sabido morir como un hombre».
Al atardecer, los Reyes Católicos dejaron el mando de la ciudad al Conde de Tendilla y volvieron a su campamento de Santa Fe. Tres días más tarde, el 5 de Enero, harían su entrada pública y solemne en Granada.
La rendición de Granada, por Carlos Luis de Fibera y Fieve, 1890. |
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