Monumento a Fray Luis de Granada en la ciudad de los cármenes, actualmente ubicado frente a la iglesia de Sto. Domingo. Fue construido por iniciativa del periódico carlista granadino La Verdad. |
Fray Luis De Granada
Hoy hace 300 años que en Lisboa murió en la paz del Señor uno de los varones más insignes con que se enorgullece nuestra patria.
Hijo de una humilde lavandera, recogido y amparado por un prócer ilustre admirado del natural despejo que mostraba en medio de sus juegos infantiles el obscuro huérfano, de tal manera ascendió por la escala de la virtud y del saber, que su nombre brilla como estrella de primera magnitud en la Orden de Santo Domingo y en el cielo de nuestras letras.
No es difícil en siglos menguados que se eleve sobre el nivel común de las medianías el hombre de verdadero mérito; pero asombra y maravilla que, en centurias como la décimasexta, cuando del fecundo seno de nuestra patria surgía opulenta y magnífica la vida nacional, dilatándose las grandezas españolas por todos los términos de la tierra, y presenciando atónito el mundo la más pasmosa asociación que pudo ofrecer jamás nación alguna de esplendores literarios y ciencias y virtudes egregias, y hazañas sin cuento, se destacase con soberana majestad la figura de un pobre religioso y atrajese hacia sí la admiración de aquellas gentes, habituadas a contemplar gigantes y a presenciar como cosas ordinarias las mayores magnificencias.
Y, sin embargo, es lo cierto que el nombre de Fray Luis de Granada resplandece con fulgores inextinguibles allí donde lanzan lumbre inmortal las inteligencias y los corazones de los hombres excelsos que honran y engrandecen nuestra raza.
En esa edad de oro de nuestra cultura, que comprende, no sólo el siglo XVI, sino casi todo el XVII, la fe católica, causa primera y superior del espíritu nacional, y la épica cruzada de las centurias anteriores, comunicaron tan poderosos alientos y tal vigor y energía a aquellas generaciones, que la robusta y lozana vida que las animaba parece que, después de correr abundante y generosa difundiendo por todas partes la salud, tomó cuerpo y como que concentró en un hombre alguna de sus peculiares energías, representando así la más alta de las ciencias, la sublime Teología, Vitoria y Melchor Cano; la ciencia filosófica, Suárez y Luis Vives; el Derecho, Soto y Molina; la poesía dramática, Lope y Calderón; la lírica, Fray Luis de León y Herrera; y el fuego de los divinos amores que enciende las almas y arrebata las voluntades hasta unirlas por amorosos besos con el Bien Sumo, San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús; como representaron la elocuencia que dispersa, con la luz de la verdad, las sombras del error y del pecado, el Venerable Juan de Avila y Fray Luis de Granada.
Si en las obras de Cervantes corre rica, abundante y armoniosa la prosa castellana, y en las de Saavedra Fajardo se muestra severa, concisa y enérgica, y en las de Solís florida y elocuente, con haber tan maravillosos escritores en aquella edad de gloria, en ninguno como en Fray Luis de Granada adquirió la lengua castellana tanta majestad y grandeza. Como río que se sale de su cauce y se desborda y todo lo inunda, así de los labios y de la pluma de Fray Luis de Granada sale el henchido raudal de la elocuencia, pareciendo que con el cadencioso sonar de sus palabras llegan hasta nosotros armonías de lo alto.
Al leer el Símbolo de la Fe, y principalmente sus sermones, y al contemplar la exigua, pobre y afrancesada prosa de estos tiempos, parecen aquellas páginas escritas en lengua diferente de la que de continuo resuena en nuestros oídos.
Y es que aquellos hombres de aquella edad levantaron el lenguaje a la altura de sus inteligencias y de sus corazones; y como estaban animados de fe poderosa y ardiente, comunicaron brillo y grandeza a la lengua castellana, mientras en este siglo se la rebaja al nivel de las concupiscencias de la carne y las impurezas del error, y por eso parece planta macilenta y agostada, a la que falta savia y vida.
Vuelva a encenderse la fe en las almas, y aquellas generaciones de gigantes aparecerán otra vez sobre el suelo de la patria, y las obras de Fray Luis de Granada tornarán a ser el deleite y el alimento de los espíritus, y, juntamente con la hermosura y gallardía del lenguaje, reaparecerá la pureza de las creencias, y reanudaremos la rota cadena de nuestras tradiciones nacionales.
(Artículo publicado en El Correo Español, el día 31 de diciembre de 1888.)
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