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sábado, 9 de octubre de 2021

La nación española es sagrada

¡La Patria! Sólo el ser degenerado y envilecido puede despreciarla: por eso el mundo civilizado le azota el rostro con el dicterio deshonroso llamándole: ¡sin patria! El sin patria es huérfano perpetuo, expósito miserable, que degeneró de su alcurnia y pasa la vida envuelto en dos andrajos de la abyección. 

Y si esa Patria es la gloriosísima España, cuya historia tejió una epopeya incomparable, en los pliegues de cuya bandera se cantaron los himnos de triunfo más armoniosos, la nación mil veces bendita que, desde Covadonga a Granada, fue recorriendo un camino alfombrado de turbantes y sombreado por laureles; la amazona inmortal que dilató más allá de los mares sus conquistas, porque, no cabiendo en su recinto ni el tesoro de su saber, ni la grandeza de su valor, tuvo que descubrir un mundo, para fecundarlo con su civilización y con su fe, para plantar en aquellas tierras vírgenes, con la Cruz de Cristo, el pendón de sus heroicidades. En una palabra: si esa Patria es la nuestra, la sociedad nacional es entonces tan sagrada, su tradición es tan divina, que sólo el infierno aguijado de la envidia, pudiera robarnos la riqueza de tan riquísimo abolengo. 

Sólo de España hubo de cantar un poeta: 

    “Por eso, al par de tu arrogante dama
    fueron tu gloria la bandera y Dios:
    y pueblos, como tú, de tanta fama
    ... ¡la Historia miente si consigna dos!” 

Y más adelante: 

    “España, mi ilusión y mi consuelo,
    solar más noble, que ambicione yo,
    no vio la tierra... y aun el mismo cielo... 
    ¡el cielo, sí; pero la tierra, no!”

Heredad preciosa que la sabia Providencia alhajó para nosotros, obligándonos a no degenerar de tanto heroísmo y de virtudes tantas, estimulándonos a abrillantar más y más su bandera con nuestra sangre, para que se mezcle con la sangre que en su escudo dejaron estampada nuestros padres. 

Y ¡cómo alientan esos triunfos que ya son nuestros, porque es ya legítima de nuestra familia! Cómo nos encantan y conmueven sus genios portentosos, sus sabios eminentes, sus literatos insignes, cuya estela perdura en la casa solariega que habitamos! 

Contemplad la riqueza fabulosa de nuestra madre: sus monumentos arquitectónicos, sus catedrales majestuosas, las cruces de los caminos que forman las piedras miliarias de su paso triunfal, las imágenes que predican su devoción en sencillas hornacinas, las ermitas cuajadas de exvotos que perpetúan milagros y favores del cielo, los cantares pletóricos de fe y esmaltados de esperanzas, las romerías de las aldeas, el Pilar donde posó su planta la Madre de Dios, cuando vivía aún en carne mortal, el sepulcro de Santiago... todo, en España nos predica que “Dios está aquí”, que nuestra Patria es, al par que baluarte y fortaleza, templo espléndido, donde es preciso orar, para mostrarnos agradecidos a los beneficios incontables que derramara el cielo en este suelo privilegiado. 

¿No advertís cómo palpita el pecho de todo español honrado, cuando ve en el extranjero la enseña nacional o escucha elogios de nuestros antepasados? 

Yo recuerdo el júbilo que inundó mi espíritu al penetrar por primera vez en la Basílica de San Pedro, cuando me sorprendieron las gigantescas estatuas que adornan las columnas del grandioso templo; porque son las imágenes que, desde niño, tengo grabadas en mi corazón: de Santa Teresa de Jesús, de San Ignacio de Loyola, de San Francisco Javier. Aquellas efigies me parecían gloria propia que yo mismo prestaba al Vaticano; y mi gozo se dilataba porque aquellas esculturas eran la exaltación de mi madre España. 

José María Ruano y Corbo
(Salamanca, 1876 - Paracuellos, 1936)
Al recorrer las repúblicas hispanoamericanas, al oír allí la lengua de Castilla, al ver en nombres y ciudades, en obeliscos y templos, en usos y costumbres la huella de los campeones hispanos, siento que el amor fraternal me une y enlaza con aquellos naturales. Entre todos esos Estados, estrecho con amor más tierno a la República de Colombia, donde cuento con amigos tan cariñosos, de la que admiro su rica literatura; y la quiero más por ver en ella más viva la devoción por España, porque se consagró al Sagrado Corazón de Jesús como nosotros, porque celebró un Congreso eucarístico que alegró a los cielos; porque en Velada inolvidable y solemnísima en honor de Santa Teresa de Jesús, elogió con tanto entusiasmo a nuestra Doctora mística y la aclamó “la gloria de la Raza”. 

Y es que la Patria no es una sociedad sobrepuesta y artificial, no es fruto de un pacto adventicio, sino algo consustancial para todo hombre bien nacido.


Texto extraído de “El Socialismo a la luz del Evangelio” (Tortosa, 1934), págs. 64-68, por el Dr. José María Ruano, mártir de la Tradición

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