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martes, 28 de julio de 2015

LA GANGRENA Y EL PATRIOTISMO

Por Juan Manuel de Prada
Honor y Gloria a Juan Vázquez de Mella,
Verbo de la Tradición,
que tendrá eternamente el mayor monumento y
reconocimiento en el corazón de todos los tradicionalistas.

ANTE los embates del separatismo catalán o los aspavientos iconoclastas de Podemos, volvemos a escuchar los plañidos de los que –perfectamente caracterizados por Vázquez de Mella– ponen tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias, alertándonos que España se rompe. Cuando lo cierto es que España no puede romperse, por la muy sencilla razón de que antes se ha gangrenado; y a un cuerpo gangrenado no le resta otro destino sino desmenuzarse entre vapores hediondos. Donoso Cortés (otro gran pensador tradicional al que urge que los demócratas arrebaten alguna calle, para dársela a algún rapsoda del ojo sin párpado) ya nos lo advertía, en una frase de una clarividencia atroz: «El principio electivo es de suyo cosa tan corruptora que todas las sociedades civiles, así antiguas como modernas, en que ha prevalecido han muerto gangrenadas».

Aquí, naturalmente, Donoso Cortés no se refiere a la democracia como forma de participación del pueblo en el gobierno, sino a la democracia erigida en religión que no acepta realidades históricas o políticas anteriores a ella y que, ebria de libertades de perdición, «elige» lo que es bueno y lo que es malo, con desprecio de la ley natural y divina, mediante cálculo aritmético y sin otra vara de medir que el nefando «consenso», que es el punto de encuentro de la gente sin principios. Esta gente sin principios pensó que semejante engendro garantizaría la subsistencia de la monarquía (una monarquía reducida a perifollo retórico) y de la unidad de la patria (una unidad falsa, sostenida sobre la pura conveniencia egoísta); y ahora que se comprueba que no es así se pone a plañir, después de haber metido en casa todas las calamidades que ahora quieren enseñorearse de ella. El verdadero patriota corre en esta coyuntura el riesgo de ofuscarse y hacer caso de los plañidos de esta gente sin principios, acudiendo a su llamamiento. Cometería un gravísimo error; pues ellos fueron quienes entregaron el cuerpo vivo de la patria a la putrefacción, chupándole antes la sangre. Quienes hoy se rasgan las vestiduras son los mismos que han vendido la patria, tanto material como espiritualmente (lo mismo entregando la riqueza nacional a la rapiña extranjera que envenenando el alma del pueblo, haciéndolo cada vez más irreligioso, más vicioso, más zafio y cretinizado). Quienes hoy se las quieren dar de patriotas son los mismos que ayer mismo votaron a favor de quitarle el nombre de una plaza a un hombre que murió consumido por amor a España, para dársela a un señor con orgasmos democráticos que contribuyó (modestísimamente, tampoco exageremos) a su destrucción.

No olvide nunca el verdadero patriota que tan nocivos para España, o más aún, han sido quienes pusieron tronos a las causas como quienes ahora se enseñorean sobre las consecuencias, dispuestos a rematar la faena. Y, en este momento de oprobio, recuerde aquellas palabras de Vázquez de Mella: «El pueblo decae y muere cuando su unidad interna, moral, se rompe, y aparece una generación entera, descreída, que se considera anillo roto en la cadena de los siglos, ignorando que sin la comunidad de tradición no hay Patria; que la Patria no la forma el suelo que pisamos, ni la atmósfera que respiramos, ni el sol que nos alumbra, sino aquel patrimonio espiritual que han fabricado para nosotros las generaciones anteriores durante siglos, y que tenemos el derecho de perfeccionar, de dilatar, de engrandecer, pero no de malbaratar, no de destruir, no de hacer que llegue mermado o que no llegue a las generaciones venideras».

El verdadero patriota debe luchar por restablecer ese patrimonio espiritual; y en ningún caso asociarse con los que lo malbarataron y ahora plañen jeremíacos.

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