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miércoles, 30 de septiembre de 2015

¿Proviene el nacionalismo vasco del carlismo?

Suele decirse que Sabino Arana, fundador del PNV, provenía de una familia carlista (arruinada con la última guerra carlista por sus servicios a la causa de don Carlos). Aquí terminan todos los argumentos de quienes sostienen (o suponen) una filiación u origen carlista del nacionalismo vasco. El hecho de que Arana, tras su "conversión", abominara toda su vida del carlismo (en el que nunca militó), acusándolo de todos los males del pueblo vasco por su "fuerismo españolista", y que el separatismo tenga mayor arraigo en las zonas históricamente más industriales o vascófonas y no en las zonas más carlistas, no parece apartar a muchos de esta intuición. Sin embargo, los hechos históricos desmienten este infundio.

Para entender el contexto político de la época, es preciso señalar que las corrientes descentralizadoras no fueron algo exclusivo del carlismo, aunque el carlismo fuera uno de los más tenaces defensores del auténtico regionalismo. Desde la Revolución de Septiembre de 1868, el federalismo contó con inquebrantables partidarios en el campo liberal, liderados por Francisco Pi y Margall. Estos, a pesar de su pensamiento anticatólico, llegaron a emplear el lema de Vizcaya (lema no exclusivo del carlismo) «Jaungoicoa eta Foruac» (Dios y Fueros), lema que también desvirtuaría más adelante Arana, cambiando Foruak por Lagi zarra (Ley vieja), debido a la conocida connotación españolista de la palabra fuero.

Bien sabida es la procedencia republicano-federalista de uno de los principales fundadores del nacionalismo catalán, Valentí Almirall. Del mismo modo, en el país vasco y Navarra también hay precedentes del nacionalismo entre liberales; ejemplo de los mismos es Fidel de Sagarminaga, a quien los propios nacionalistas vascos consideran uno de sus precursores. La Enclopedia Euskomedia define así su biografía:

Personalidad política e intelectual vizcaína, nacida en Bilbao el 27 de noviembre de 1830 y muerta en la misma capital el 20 de marzo de 1894.
Los primeros años de su vida pública transcurrieron en Madrid. Miembro del partido Unión Liberal de O'Donell, esta militancia le llevó a ocupar cargos administrativos de relieve como diputado a Cortes por Vinaroz (Castellón), oficial del Ministerio de la Gobernación y Gobernador Civil con el gobierno de Ríos Rosas. Comienza su andadura periodística en La España Regional de Barcelona, fundando en 1856 en la capital madrileña el periódico El Criterio y tomando al mismo tiempo parte activa en la vida del Ateneo. La revolución de 1868 le separa de sus cargos, regresando a Vizcaya.
En 1870 es nombrado alcalde de Bilbao, puesto del que dimitirá tras el Convenio de Amorebieta. Representante del fuerismo liberal que evolucionará hacia el fuerismo intransigente pre-nacionalista, será el jefe de la "resistencia vasca" a la Ley Abolitoria de los Fueros de 21 de julio de 1876 y principal valedor de la reintegración foral en las negociaciones llevadas a cabo con Cánovas del Castillo en Madrid. Funda, con otros, el periódico fuerista La Paz que se publicará en Madrid de 1876 a 1878. El mismo año de la abolición crea el Partido Fuerista de Unión Vascongada, precedente de la sociedad Euskal Erria. En 1880 aparecerá su órgano, el diario Unión Vasco-Navarra
Elegido Diputado General del Señorío (1876-78), en 1880 obtiene acta de diputado a Cortes por Durango. Tras su muerte, Euskal Erria, dirigida por Ramón de la Sota, evolucionará hacia el nacionalismo.

Quién mejor que Engracio Aranzadi, alias «Kizkitza», uno de los primeros seguidores de Arana, para saber cómo empezó el nacionalismo vasco. Este hombre reconoció en sus memorias tituladas Ereintza: siembra de nacionalismo vasco, que a finales del siglo XIX la debilidad de la organización nacionalista, «sólo efectiva en Bilbao» (ciudad eminentemente liberal), era «máxima».

Engracio de Aranzadi "Kizkitza" (1873-1937)
verdadero organizador del PNV moderno 
encendido admirador de Mazzini, esto es,
del nacionalismo italiano de raíz masónica, 
centralismo jacobino y obediencia británica

Desde el principio los contactos entre separatistas y «fueristas ateos», procedentes del campo liberal, existieron. En palabras de Sabino en noviembre de 1893:

Cuando apareció Bizkaya por su independencia, comunicáronme mis amigos particulares que había gustado tanto a ciertos elementos, que pensaban obsequiarme con un banquete. Esos elementos eran: cabezas X y X médico afamado... ateo que no tiene reparo en declarar sus ideas ante quien quiera, y por tanto conocido como tal por todos; prosélitos, varios conspicuos antiguos de la Euskalerria que le habían seguido a X cuando salió. Me llegó la invitación; accedí.

Es cierto que en ese banquete la conversación fue acalorada, y Aranzadi, a juzgar por sus palabras, habría renegado hoy de los vascos (pueblo descristianizado por el separatismo), pues dijo «si mi pueblo se resistiera [a aceptar el catolicismo] renegaría de mi raza». No obstante, las compañías posteriores del separatismo no dejarán de ser hombres procedentes del liberalismo español.

Es interesante advertir cómo, a finales del siglo XIX, más de dos décadas después de la derrota carlista en la guerra, con el tradicionalismo político dividido y los vascongados afrentados por la pérdida de sus fueros en 1876, existía aun un fervor hiperpatriótico español en Vasconia. ¿No dicen que el nacionalismo vasco viene del carlismo derrotado? ¿Cómo se explica pues que aún no se hubiera generado el caldo de cultivo nacionalista? ¿Por qué nadie hacía caso a los escasos bilbaínos seguidores de Sabino Arana? Tan es así, que mientras decenas de títulos de la prensa tradicionalista vascongada llegaba diariamente a los caseríos vizcaínos, guipuzcoanos y alaveses, el periódico de Arana, Bizkaitarra, solo logró publicar la ridícula cifra de 32 números —entre 1893 y 1895— y, su sucesor, El Correo Vasco, no duró más que tres meses, de junio a septiembre de 1899.

Así cuenta Aranzadi la pasión españolista en Vascongadas a raíz de la guerra contra Estados Unidos en 1898:

Fuera de la guerra de Marruecos con O'Donell, contienda fácil, por el atraso de ese pueblo africano, no había tenido España una tensión de este género desde la era napoleónica. Y se encontraban sus hijos embriagados con las mentiras de historiadores y periodistas sobre la eficacia bélica invencible de España como en los días del sol que no se ponía, invocados de continuo. Parlamento, Diputaciones, Ayuntamientos, diarios, revistas, toda la prensa, tribunas civiles y eclesiásticas constituían una hoguera formidable de pasión y locura. (...)
Por mucho que viva el nacionalismo vasco y por difíciles que puedan ser los trances en que se encuentra no se verá, por fortuna, en situación tan agobiadora como aquella de los meses de Abril y Mayo de 1.898. Por un lado la exaltación hiperpatriótica española, y por otra, la máxima debilidad de una organización, sólo efectiva en Bilbao (...)

En el citado libro también se echa por tierra la tesis de que los integristas, escisión del carlismo, no tuvieran el más mínimo problema en renegar de España. Aranzadi define el regionalismo de éstos como:

(...) un vasquismo forzado, por la separación de Nocedal, que no veía incompatibilidad entre España y Euskadi, tendencia seguida por los señores Sanz y Otxoa, Agiñaga y Pérez Ikatzategi.

Si bien es cierto que en 1898 lograron convencer al periódico nocedalista donostiarra El Fuerista de que se hiciera nacionalista, no siguieron esa tendencia el grueso de los integristas vascongados, que en aquel tiempo contaban con muchos otros periódicos en la región (además de los que recibían de Madrid), y, según el mismo Aranzadi, el cambio ideológico en El Fuerista provocó la muerte del diario (por la pérdida de suscriptores):

(...) divididos los guipuzkoanos integrantes del grupo fuerista y axfisiados (sic) por el ambiente hostil, debieron juzgar los del Consejo que no era posible seguir publicando el diario. (...)
Murió El Fuerista con once años de existencia y solo veinte días de vida nacionalista.

Para muestra del ambiente burgués y elitista de los primeros nacionalistas, procedentes de familias evidentemente liberales, y el desprecio que en realidad sentían a la Vasconia rural (por mucha retórica que a favor de ella empleasen), no tiene desperdicio lo que cuenta Arana que le decían sus correligionarios cuando decidió casarse con una aldeana:

(...) juzgaban y me decían que desprestigiaba el partido con mi acto —por casarme con una aldeana— y daba un golpe de muerte al nacionalismo. (...)

Nuevamente el libro de Aranzadi muestra su única implantación inicial en la muy liberal ciudad de Bilbao. El fundador del PNV escribía en 1903:

«(...) Probablemente nuestro partido prestará apoyo a candidato extraño bajo condiciones escritas, en cuatro distritos: Bilbao, Barakaldo, Gernika y Markina. Venceremos sólo en Bilbao.»

Después de la muerte de Arana en noviembre de 1903, su acólito vuelve a señalar la antipatía de todos los partidos (incluyendo el carlista y el integrista) hacia el proyecto separatista, de cuyo fracaso se mostraban seguros tras el fallecimiento de su inventor:

Con el éxito que habían alcanzado nuestros enemigos abriendo la fosa del gran jefe vasco, con sus infames tropelías, se juzgaban seguros, acompañándoles gozosos en ese sentimiento, las fuerzas que entonces se vanagloriaban de enemigas del régimen alfonsino vigente, del socialismo al integrismo.

Bien, a cualquiera que lea el libro de Aranzadi le queda claro que Sabino Arana fue consciente de su fracaso, llegando a proponer al partido "hacerse españolista". Sin embargo, todos sabemos que después arraigó el separatismo en las Vascongadas. ¿De dónde procedieron, pues, los hombres (y el dinero) que rescataron al separatismo vasco del irremediable naufragio al que iba encaminado? Dice «Kizkitza»:

Había sido suspendido El Correo Vasco, nuestro diario, tan pronto como causó los gastos de instalación a los cuatro meses de vida. No teníamos más que el semanario La Patria. Necesitábamos del aire de la prensa diaria para vivir. Era la necesidad suprema de aquellos días. Un año antes había fundado en Donostia D. Rafael de Pikabea El Pueblo Vasco. Joven, rico, ágil, activo e inteligente, se encontraba en inmejorables condiciones de lucha. (...) 
El me lo decía con toda sencillez y nobleza. Si me arañaran, se vería que soy nacionalista por dentro, pero no me conviene declararlo. (...) Quería que colaborásemos (...) en las columnas de su diario con toda libertad. Y empecé a escribir. (...) 
Abríamos luego, según veremos, el ''Centro Vasco'' en Donostia y fué también ese diario el que nos defendió en el vendaval horrendo que provocamos con ésto. Además nos dió 7.000 pesetas para los gastos de instalación de la Sociedad; todo ello en tiempos en que nosotros no le podíamos ofrendar más que disgustos, porque no se decidía a venir al campo nacionalista, y sobre todo, disgustos muy fuertes, porque esa protección que nos concedía, le presentaba como separatista abominable ante los que le rodeaban; ante las autoridades hispanas y el Rey Alfonso XIII. (...)
Reconocer el desinterés y valentía con  que el Sr. Pikabea nos ayudó, desde sus tiendas, en aquellos tiempos durísimos, es un deber de justicia y un deber también de gratitud.

¿Quién era el tal Rafael Picavea o "Pikabea"? Un liberal alfonsino, director del diario El Pueblo Vasco, sin cuya ayuda el nacionalismo habría carecido del indispensable eco mediático que precisa toda ideología para cambiar a la sociedad. En palabras de Iñaki Anasagasti:

Don Rafael Pikabea era un hombre fundamentalmente liberal. Ese calificativo fue el signo de su vida política. (...) donde Pikabea rindió eminentes servicios a la causa de la libertad de su pueblo fue en su periódico, en El Pueblo Vasco, cuando tomaba la pluma del popularísimo Alcibar y, con una gracia inimitable, atraía a las filas del vasquismo a una masa muy considerable, demasiado asustadiza, demasiado recelosa para incorporarse de lleno al nacionalismo vasco. Los patriotas gipuzkoanos, los vascos en general, debemos mucho a Pikabea.

Ya hemos mencionado antes a Ramón de la Sota, perteneciente a una familia alfonsina extraordinariamente rica, y que sucedió a Sagarminaga al frente de la revista Euskal Erria. No somos nosotros, sino el historiador Pedro José Chacón Delgado quien afirma que fue debido a su confluencia que los seguidores de Arana pasaron de ser una asociación minoritaria a «un partido con posibilidades reales de alcanzar cuotas de poder político» [1]. Se trata de otro de los grandes mecenas del PNV:

Ramón de la Sota y Llano, nacido en Castro Urdiales (Cantabria) el 20 de enero de 1857 y fallecido en Guecho (Vizcaya, País Vasco) el 17 de agosto de 1936, fue empresario naviero, abogado y político español del Partido Nacionalista Vasco (PNV) y una de las mayores fortunas de su época. El Rey de Inglaterra le otorgó el título honorífico de Caballero y se hizo llamar constantemente «sir Ramón de la Sota».
Sota aporta solidez económica al PNV y así participa económicamente en El Correo Vasco con el 20,4 % del capital.

De este modo, en 1909 volvía a publicarse Bizkaitarra y la lepra separatista pudo seguir creciendo e infectando con sus ideas una sociedad que hasta entonces había sido furibundamente españolista.

En cambio, desde el principio el separatismo vasco se topó con una oposición frontal desde las filas del carlismo, su peor enemigo. Hasta tal punto llegó la enemistad, que con frecuencia los tradicionalistas tuvieron que liarse literalmente a tiros con los violentos bizkaitarras, que les gritaban, de manera lógica para ellos:

«¡Muera España!, ¡Muera Carlos VII! y ¡Viva Alfonso XIII!» [2]

También en las Cortes los separatistas no contaron con mayor oposición que la de los tradicionalistas, que sin dejar de defender los fueros a ultranza, abominaron de los enemigos de la Patria. Darían buena prueba de ello diputados como Rafael Díaz Aguado y Salaberry o el gran Víctor Pradera, al que los separatistas asesinarían en 1936 por tratarse de uno de sus mayores enemigos.


Hasta aquí, de momento, nuestra refutación al infundio de que el nacionalismo vasco es hijo del carlismo como "segunda vía" de reacción al liberalismo o cosa parecida.

* [1] Chacón Delgado, Pedro José. Nobleza con libertad. Para una historia de la derecha vasca (2015), p. 59.
* [2] Véase: Sobre el mitin de Andoaín: Interpelación del Sr. Salaberry (4 de mayo de 1908).

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