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miércoles, 31 de agosto de 2016

Vergarismo

Tal día como hoy, 31 de agosto, en 1839, se consumaba la traición de Maroto en Vergara. El vergarismo, término acuñado por Pablo López Castellote en la revista Cristiandad, había existido antes en nuestra patria y seguiría existiendo después, con tan funestas consecuencias. El artículo que reproducimos de López Castellote en 1957 es realmente premonitorio del nuevo vergarismo que se produciría en 1978, que ha acabado por devastar la España católica contra la que no pudieron las bombas y arsenales de Napoleón y de Stalin.


VERGARISMO

Nadie se moleste en buscar la palabra que encabeza estas líneas en ningún diccionario, porque, de seguro, no la hallará. Mas no por eso podrá nadie negar el derecho que me asiste a usar del privilegio de los "ismos", tan generalizado hoy, para formar la exótica palabra.

Y digo exótica no tanto por el engendro mismo que resulta de la adición del tan traído y llevado sufijo a la otra palabra, cuanto por esa otra palabra: Vergara. Porque "Vergara", que en un tiempo dijo mucho a muchos españoles, hoy, desgraciadamente, apenas dice nada a nadie.

Vergara fue el fin de la primera guerra carlista, fue la primera unificación oficial entre aquellas dos Españas de que nos habla Menéndez Pidal, fue el efusivo abrazo que ahogó en una "dichosa paz" los generosos intentos de un pueblo, fue la pincelada que impermeabilizó a la historia contemporánea española contra la "borrascosa" religiosidad de los "serviles".

Por eso resulta exótico traer a colación tal nombre con tal sufijo; porque Vergara ha sido siempre considerado como un hecho muy concreto, del cual apenas merece la pena acordarse, si no es para glorificarlo como pacífico fin de un cruento fratricidio. Y para expresar esto ya tenemos muchos otros términos más usados y más modernos.

Pero si aquí, en vez de "Vergara" decimos "vergarismo", es porque lo que allí sucedió lo consideramos más como una táctica que como un hecho, y porque ese nombre, considerado como táctica, derrama mucha luz sobre toda la historia contemporánea de España.

Vergarismo fue la Ilustración del siglo XVIII que, en nombre del progreso, nos llevó a pactar con la Revolución y a hundir los restos de nuestra escuadra en Gibraltar defendiendo a la diosa Razón. Vergarismo también el afrancesamiento que, con el velo de la "oportunidad", y de la "resignación" ante los hechos consumados, y de la "conveniencia" del oreo, se avino no sólo a pactar, sino a servir a la Revolución personificada en José Bonaparte. También el patriotismo de las Cortes de Cádiz fue en definitiva vergarismo, porque, mientras la mayoría de los españoles derramaban su sangre por Dios, por la Patria y por su Rey, ellas se abrazaban con los principios de la Revolución, hasta implantar en nuestra patria una Constitución calcada sobre la primera que tuvo la nación vecina.


Vergarismo fue también, a pesar de toda la historiografía liberal, la llamada "ominosa década", pues basta leer las "Memorias del Alcalde de Roa", un pobre hombre del pueblo, para darse cuenta de que en esa década no fueron los liberales los "mártires" —como siempre se ha dicho—, sino el pueblo de la guerra carlista y del desengaño de Vergara; y esto porque la Corte de Fernando VII fue centro del más avanzado vergarismo —del que no entendía el pueblo—; vergarismo que se realizó bajo la égida del "Deseado" con la comunión de despotismo ilustrado, afrancesamiento, constitucionalismo al estilo de la "Carta" francesa, absolutismo personal, liberalismo y masonería. Todo lo cual desembocó en la monarquía liberal, cuyos orígenes no son tan claros como han supuesto la mayoría de los historiadores. Basta para darse cuenta de ello ojear las obras de Suárez Verdaguer.

Mas ni el siglo XVIII, ni las Cortes de Cádiz, ni el fernandismo, ni la tramoya de la instauración isabelina pudieron acabar con la santa intransigencia de un pueblo que sólo con dolosos abrazos ha sido reducido a silencio.

Por eso, cuando consumada ya la división entre los españoles por la cuestión dinástica, apareció, con el matrimonio de Isabel II, una seria posibilidad de arreglo con el enlace de las dos ramas, como quería Balmes, el partido moderado propone un nuevo Vergara con la unificación de la "reina de los carlistas" y el "consorte de los isabelinos". El plan no fue aceptado, y se consumó el desgraciado matrimonio de la reina con su primo Francisco de Asís.

Y de tumbo en tumbo, y de debilidad en debilidad, se llegó al año 1868, en que la Revolución, sintiéndose ya con fuerzas suficientes, se atrevió a echar por la borda a su antigua aliada, la monarquía liberal. Después el caos.

Mas los "abrazados" de Vergara no habían muerto; y en medio del caos levantaron de nuevo su recia voz; fue la segunda guerra carlista, a la que dio la estocada mortal el sagaz Cánovas del Castillo con la Restauración del hijo de Isabel, que tantas esperanzas fallidas había de despertar en muchos corazones. Esta vez el vergarismo permitió que se levantase sobre todos los españoles el artículo 11 de la Constitución, y que fuesen regidos los destinos de España por masones públicamente conocidos.

Las consecuencias no podían ser otras que las del 14 de abril: La monarquía alfonsina acabó con el nuevo y espantoso abrazo entre el Conde de Romanones y Alcalá Zamora en casa del doctor Marañón. Con él se entregaba España a la II República, de tan tristes recuerdos para todos, porque con ese nombre está indisolublemente unido en horroroso abrazo el millón de muertos de la Cruzada.

Y no acabó todavía con la Cruzada el vergarismo. En nuestros días son muchos los que lo propugnan como única salvación de España. Y no sólo en el plano político, sino en el religioso, y no sólo en el plano social, sino en el individual, de modo que en cada español se realice un "abrazo de Vergara" entre las tendencias que le llevan a Dios y las que le llevan al diablo.

Así sin duda nos libraríamos de otro 14 de abril, porque para las nuevas circunstancias el 14 de abril quedaría muy atrás.

PABLO LÓPEZ CASTELLOTE


Nota: Rogamos a los habitantes de Vergara que perdonen el uso que del nombre hacemos, y que de ningún modo supone sentimientos menos amigables hacia ellos.

CRISTIANDAD (1/5/1957)

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