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martes, 7 de noviembre de 2017

La Batalla de Montejurra (1873)



El día de hoy, y los de mañana y pasado, nos recuerdan los de iguales fechas del año 1873, por haberse librado la primer gran batalla entre el Ejército carlista, mandado por el general Elío, y el liberal, mandado por el general Moriones.

Sabíamos, ciertamente, que el objetivo principal del general Moriones era entrar en Estella por el valle de Azqueta, para lo cual disponía de un numeroso Ejército compuesto de todas las armas, y sabíamos, también, que abrigaba una completa seguridad en el triunfo.

Aunque en el ánimo del general Elío estaba dejar avanzar a nuestros adversarios hasta el mismo valle de Azqueta para librar allí la batalla, es lo cierto que el general Moriones, sea por lo que fuere, no se permitió más que quedar en Luquín, Barbarín y Urbiola, pueblos que ignominiosamente fueron desolados por las fuerzas a sus órdenes. Suponemos, buenamente, que la actitud en que se presentaron nuestros valientes voluntarios desde la madrugada del 7 que comenzó el fuego harían desistir de sus propósitos al citado general. Hizo perfectamente, aun cayendo, como cayó, en el mayor de los ridículos, porque de otro modo el desastre era inevitable.

En los dos primeros días que sostuvimos el fuego incesantemente, jugando principal papel la artillería, hubo que lamentar sensibles y numerosas pérdidas por ambas partes; pero el día tercero, al emprender el enemigo su vergonzosa retirada, cayeron en nuestro poder muchos prisioneros, y tuvimos la satisfacción de que un numeroso pelotón de fuerzas de Caballería se pasara a nuestras filas.

Como dato curioso y del que indudablemente recordarán algunos, jefes hoy, del Real Cuerpo de Artillería, podemos decir con orgullo que a nuestro Augusto Jefe, a quien siempre se le vio en las guerrillas animando con su valor a sus heroicos voluntarios, le conocieron perfectamente y saludaron con no pocos disparos, cayendo una de las granadas (que reventó) a muy pocos metros de distancia; y volviéndose el Rey al brigadier Bérriz, le dijo:

«Mira qué regalo me mandan tus compañeros de arma». 

Un enorme casco del proyectil a que aludimos ordenó el Rey lo recogieran, y mandó hacer en Eibar una purera, que conserva entre los muchos recuerdos que se hallan en el Palacio de Loredán.

I. de G.

El Correo Español (7 de noviembre 1901)

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