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viernes, 15 de junio de 2018

Reseña de «Una resistencia olvidada. Tradicionalistas mártires del terrorismo»

Si del casi millar de muertos a manos de ETA, solamente unas decenas eran tradicionalistas, cabría pensar que una monografía sobre el conflicto entre una ETA creciente y un carlismo inactivo es meramente anecdótico; sin embargo, Víctor Ibáñez ha demostrado que no así en absoluto.

El conflicto entre el carlismo vasco-navarro y ETA procede de un odio visceral de ésta al carlismo causado por la existencia de aquel como una prueba viviente que afirma con su sola existencia la falsedad de las doctrinas nacionalistas.

El carlismo vasco representa las raíces más profundas de la tradición vasca, que se autoafirma en un ejercicio de españolidad, como muestran los tercios de requetés vasco-navarros ofrecidos voluntarios en la Cruzada contra la Segunda República, desmintiendo doblemente las tesis del carlismo como antecedente del nacionalismo vasco y de la Guerra Civil como una invasión española del País Vasco.

Dentro del odio al carlismo, había también en componente racial, o mejor dicho, de autoodio racial, pues desde sus inicios el nacionalismo vasco ha sido una corriente profundamente racista, por mucho que en los primeros años de ETA intentaran reemplazar el término raza por el de etnia. El carlismo representaba al vasco de raza, siendo las grandes familias carlistas antiguos linajes con sus ocho apellidos vascos, mientras que, por el contrario, las filas de los etarras estaban engrosadas por los mismos hijos de los inmigrantes andaluces a los que ellos condenaban. Como se cita en el libro, cada cual conoce sus apellidos.

La estrategia etarra de eliminación del carlismo consiste en el terror y la eliminación de opositores mediante el arma psicológica. Esta estrategia se establece a tres niveles: un primer nivel consistente en la detección de opositores, con la posterior amenaza directa contra su persona y/o su familia; el segundo nivel consiste en el ataque a sus propiedades y, finalmente, la eliminación física de la persona, en la mayoría de los casos realizada mediante ataques por la espalda o por sorpresa cuando la víctima está sola, utilizando ametralladoras y coches robados.

Con esta estrategia se consigue amedrentar a la víctima, evitando un activismo de oposición, y aislar socialmente a la víctima y a sus familias, por temor a represalias. En segunda instancia, se logra un clima de terror que tiende a concluir con la huida de la víctima y su familia a entornos más seguros, bien a zonas vecinas del País Vasco para ejercer su actividad rutinaria en su lugar de trabajo, caso de numerosos funcionarios, o de un auténtico exilio interior, buscando lugares más tranquilos. Para nombrar a los afectados por esto hoy día se utiliza el término trasterrados.

Con este sistema, millares de familias vascas abandonan la región. Se calcula que en torno al 10 % de la población vasca huiría a otras regiones españolas, y si bien no se constató una bajada de la población, esto se debió a la inmigración masiva en aquellos años, que contribuyó a sustituir la composición social anterior, pero sí que se constata un crecimiento demográfico bastante menor que otras regiones españolas.

A esta situación, hay que añadir el clima de desamparo por parte del Estado y los atentados contra monumentos de tipo simbólico, como es el Monumento de Navarra a sus muertos en la Cruzada. También hay que añadir que muchos de los muertos carlistas no eran simples miembros del común, sino personalidades políticas relevantes, como presidentes de diputaciones o alcaldes, o gente con un importante lugar dentro de sus comunidades y muy conocidas, por lo que su eliminación contribuía a aumentar el terror y la sensación de desamparo.

El libro de Víctor Javier Ibáñez Una resistencia olvidada. Tradicionalistas mártires del terrorismo (Ediciones Auzolan, 2017, 228 páginas) no es una obra total que se dedica a explicar todo un tema de forma global, sino que es de ese tipo de monografías dedicada a un tema concreto, que en este caso es el conflicto entre tradicionalistas y etarras, explicando el desarrollo histórico y cronológico de los hechos, por lo que nos encontramos con diversas descripciones de los sucesos y con múltiples testimonios de aquellos que los vivieron.

De esta forma, la mayoría de los capítulos nos hablan de los atentados tal y como se desarrollaron, contra carlistas, víctimas relacionadas con el carlismo y otras víctimas colaterales, amén de monumentos simbólicos. Sólo dos de los siete capítulos se dedican a explicarnos el proceso general, si bien presuponen algunos conocimientos básicos al lector; se nos habla, por ejemplo, de la naturaleza de ETA en el contexto del fenómeno terrorista de la época, con una aproximación somera a sus primeros pasos y a sus doctrinas, pero sin indagar demasiado en éstas.

A nivel general, la obra es de buena factura. Las descripciones y los testimonios de familares que permiten una buena aproximación a los sucesos, transmitiendo además la situación de ansiedad y de desesperación que se debió vivir en la época. Los únicos defectos son algunas erratas ortográficas, de la que ninguna obra, por especializada que sea, está exenta, y que pueden ser corregidas en ediciones posteriores.

Los capítulos dedicados a la situación general son bastante completos, si bien consideramos que sería bueno ahondar un poco más en la ideología separatista etarra; los sucesos que relata permiten deducir ciertos tipos de mecanismos y actuaciones que no se abordan explícitamente, e incluso se pueden comprender diversas situaciones como la nacionalista catalana actual (e incluso podemos establecer un paralelismo, salvando las distancias, entre la reacción por la muerte de Carrero Blanco y la reacción provocada por el intento de separación de Cataluña protagonizado recientemente por Puigdemont) o ciertas estrategias de dominio y control de la izquierda actual.



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