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jueves, 11 de junio de 2020

El Corpus y la Tradición


Ha llegado la época bella y encantadora de esta tierra andaluza sin par, en Granada se torna en espléndido tapiz de luz y de flores, como acuarela de brillantes colores que hubiera sido trazada por pinceles de ángeles. En este marco de intensa poesía, se encuadra la hermosa tradición de sus populares fiestas del Corpus, en la que flota la magnífica misión de la Reconquista, evocadora de las grandezas de su pasado histórico.

Corpus y tradición, parecen ser y, son, la savia vivificante del alma granadina.

Así es que al aproximarse estas fiestas, Granada se conmueve hondamente, desbordándose todo el entusiasmo, toda la alegría, todo el bullicio y la animación que transitoriamente agita la entraña popular de las poblaciones que conmemoran las fiestas típicas señaladas y arraigadas por la Tradición.

Aquí es el Corpus, la fiesta granadina por excelencia; la que unas y otras generaciones solemnizan con especial predilección desde que fué instituida por los ínclitos Reyes Católicos, de tal manera arraigada, que Granada dejaría de ser lo que es, si desapareciera.

Este día grande del año, que es uno de los tres que relucen más que el sol, es el que por Tradición reluce para Granada más que miríadas de soles de la mayor magnitud. Y los vergeles granadinos contribuyen a ello prestando sus fragancias y la gama de sus aterciopelados colores; los ruiseñores de sus floridos cármenes, sus más tiernas endechas; el murmurio de sus ríos, la sinfonía retozona del constante rodar de sus aguas espumosas, el cielo su azul intenso y bello, y su Sierra gigantesca el tul blanquísimo de sus nieves. Y para que reluzca aun más, con celestiales resplandores, está el entusiasmo fervoroso de la católica Granada, que rinde sus corazones en amor intenso por la devoción al Santísimo Sacramento.

Vamos, pues, granadinos, a solemnizar nuestra gran fiesta, la que nos legaron los magníficos Reyes de la Reconquista por respeto a la Tradición; por mandato imperioso de un sacratísimo deber; por satisfacción de nuestra fe católica que nos impulsa al amor más. encendido y fervoroso al Santísimo Sacramento; y sintiendo el orgullo de nuestras creencias, doblemos la rodilla al paso de la Divina Custodia, y elevemos en tanto al cielo, con el perfumador y blanquecino vapor del incienso y el simpático y rústico aroma de las juncias y los mastranzos que tapizan las calles del tránsito, las más fervorosas plegarias en honor de Jesús Sacramentado; y... ¡cantemos!... cantemos al Amor de los amores, proclamando el reinado de Cristo en estos tiempos en que los enemigos de la Religión braman contra la Iglesia y forcejean por derrocar el Altar, y agradezcamos al Señor el beneficio de sus infinitas misericordias, manifestadas en la protección que dispensa a nuestro glorioso ejército y heroicas milicias en los campos de batalla, y en la exuberancia de nuestras vegas, que muestran la magnitud de excelentes cosechas y abundantes frutos.

Lorenzo Ros

LA VERDAD, periódico tradicionalista (mayo de 1937)

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