¡Tres de agosto y doce de octubre de 1492! Fiesta de la Raza se ha denominado a la conmemoración del glorioso acontencimiento comprendido en estas fechas imperecederas de nuestra Historia.
Los legitimistas, que, lejos de oponernos, nos congratulamos de la exaltación pública de sucesos tradicionales, queremos escribir unas líneas sobre los enunciados desde las columnas de EL CRUZADO ESPAÑOL.
Que este Semanario, amante de las glorias patrias como el que más, ansía dar brillo y esplendor al recuerdo de tan faustas efemérides.
¡Tres de agosto de 1492!... Noche serena y apacible. Dos horas antes de que la aurora despejara las sombras de la noche, cuando aun se veía un firmamento tachonado de rutilantes estrellas, aquel peregrino que en 1484 se acercaba al histórico convento de la Rábida pidiendo hospitalidad y alimento para el niño de seis años que llevaba de la mano —alimento y hospitalidad concedida tan generosamente por el P. Guardián— y que es Almirante general de la flota, pronta a partir en busca de lo ignoto, se dispone a pronunciar las simpáticas y majestuosas palabras In Nómine D. J. Christi, que era, según el P. Coll, «el lema y como el alfa y omega de todas sus acciones».
El astro-rey lanza desde el horizonte sus crenchas de oro por el espacio y hace brillar los cascos embreados de las naves surtas en el puerto de Palos de Moguer. A la izquierda, a unos tres kilómetros, aparece sobre una prominencia el blanco Monasterio, albergue de los humildes hijos de San Francisco, patrocinadores de la magna empresa.
¡Momento solemne!... El sonido de las campanas de cercana iglesia se confunde con el griterío de los ciento treinta hombres que componen la tripulación. El P. Fr. Juan Pérez, erguido y con el brazo en alto, según un célebre escritor, «cortaba el aire con la cruz de sus incesantes bendiciones»; un viento favorable hincha las velas de la Santa María, la Pinta y la Niña, capitaneadas por el genovés y los dos Pinzones. Comienzan los buques a «cabecear, cortan vertiginosamente las rojizas aguas del Tinto, y se pierden en la lejanía...» ¡Allí va España!...
* * *
¡Doce de octubre de 1492!... Son las dos ríe la madrugada. La Pinta hace señal de tierra. Un marinero está en la delantera de la proa desde anochecido oteando el horizonte. Se aclara el nublado cielo, y Juan Rodríguez Bermejo divisa sobre las aguas una mancha blanquecina: era de arena. Alza los ojos y descubre claramente, a la luz de la luna, la línea negra de la costa. Un trueno de bombarda hiere el espacio, y el grito de ¡Tierra! ¡Tierra! detiene los navíos hasta que aclara el día.
Colón, al oír el cañonazo, grita:
— Señor Martín Alonso, habéis fallado tierra.
— Que mis albricias no se pierdan, señor — contestó Pinzón.
Se descorrió el velo, y apareció a la vista un Nuevo Mundo: un florón que, merced a Isabel, va a tener Iberia de hoy en adelante: sarta de perlas que los Reyes Católicos engarzan a la corona de España y que posteriormente nefastos políticos desgranaron una a una...
***
Esta es la fecha que hoy conmemoramos; fiesta cívica que parece haber relegado a segundo término a esa otra más gloriosa para los españoles, puesto que la Reina del Cielo elige a España su pueblo predilecto, visitándonos en carne mortal y dejando la huella perenne cabe las rientes márgenes del Ebro.
Los defensores de la Bandera de la Fe, de la Patria y la Monanquía nacional consideramos que esos pueblos de allende los mares son nuestros en todas sus manifestaciones: en sus modos, en sus costumbres, en su idioma, en su raza. Tan nuestros que hacemos votos fervientes por que sea un hecho el testamento de la excelsa Reina —América para España— siquiera en la forma y conforme al pensamiento de nuestros augustos Caudillos Don Carlos y Don Jaime de Borbón.
Y cabalmente por ello debiera ésta llamarse la Fiesta de la Tradición española. Y así, recordando fechas y hechos. cuantos españoles se precien de serlo, estudiarían detenidamente lo que fuimos y lo que somos, y harían el decidido propósito de rectificar erróneas conductas para que España recobrara la fe perdida y la riqueza despilfarrada.
Fe y riqueza que no se hubiesen perdido de no haber vuelto la espalda a la Tradición. Riqueza y fe que no se recobrarán en toda su plenitud, ínterin no se reintegre la sociedad española a la Tradición.
BRUNO RAMOS MARTINEZ
EL CRUZADO ESPAÑOL (11 de octubre de 1929)
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