El santo sacrificio, celebrado según el rito romano tradicional, fue oficiado por el Rvdo. Sr. D. José Ramón García Gallardo, sacerdote de la Hermandad de San Pío X y Consiliario Nacional de las Juventudes Tradicionalistas, en cuya homilía nos recordó la enorme deuda de gratitud que tenemos contraída todos los españoles de bien con quienes inmolaron sus vidas por Dios y por la Patria.
D. José Ramón nos habló del Purgatorio (dogma de fe, como el del Infierno, que niegan muchos herejes), cuya existencia se anticipaba ya en el Antiguo Testamento, recordándonos la epístola del valiente Judas Macabeo, que hizo una colecta y juntó doce mil dracmas de plata para ofrecer a Dios un sacrificio por los pecados de sus soldados difuntos (2. Machab., XIII, 43-46). Aquella acción —nos dijo— estaba inspirada en la idea de la resurrección y del perdón de los pecados en el fuego purgante, idea que nos confirma Jesucristo en el Evangelio de San Mateo, pues al decir Nuestro Señor que hay pecados que no se perdonan ni en esta vida ni en la otra (San Mateo, XII, 32), nos enseña también que hay pecados que se perdonan en la otra vida, en referencia a la expiación completa de los pecados mortales absueltos y de las culpas veniales, como sabemos por el catecismo de la doctrina católica.
El Consiliario Nacional de las Juventudes Tradicionalistas infirió en la necesidad que tienen de nuestros sacrificios y oraciones las benditas almas del Purgatorio, que esperan que tengamos piedad de ellas. En el caso de los difuntos de la Cruzada de 1936-1939, nos dijo que es nuestro deber de caridad como cristianos acordarnos no solo de nuestros muertos, sino también de los del enemigo. Porque aunque la causa del enemigo —la República marxista— era intrínsecamente perversa, no todos los combatientes del bando rojo —en su mayor parte bautizados y muchos de ellos reclutas— se habrán condenado al Infierno; un buen número de ellos probablemente muriesen en estado de gracia y por tanto aguardan asimismo la misericordia de Dios y nuestra intercesión para librarse de sus sufrimientos.
Finalmente, en su impecable homilía, que tuvo algo de arenga patriótica, D. José Ramón nos exhortó a perpetuar la causa de los que lucharon por Dios y por España en la última Cruzada y a no desanimarnos, recordándonos que si bien en la Iglesia militante cada vez somos menos, las ánimas de la Iglesia purgante son numerosísimas, al igual que las de la Iglesia triunfante, que interceden por nosotros en la Gloria de Dios.
¡Honor y gloria a los muertos de la Cruzada!
¡Viva Cristo Rey!
¡Viva el Requeté!
¡Viva por siempre!!! Desde Palencia, Juan Andrés. Otra vez vamos para allá, Dios mediante
ResponderEliminar