Hace un
par de años, reseñamos en este blog Imperiofobia
y Leyenda Negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español, de María
Elvira Roca Barea. Para refrescarles la memoria, el concepto de «imperiofobia»
hace referencia a la propaganda negativa que sufren los imperios o potencias
hegemónicas por parte de pueblos dominados, rebeldes y rivales como una reacción
a su posición predominante: es en este marco dónde se enmarca la Leyenda Negra
contra España. Pues bien, el año pasado (2019) salió la continuación natural de
este ensayo, «Fracasología, España y sus élites: de los afrancesados a nuestros
días», de la mano de la editorial Espasa; y, ahora, es hora de hacer nuestra
correspondiente reseña.
Como
hemos adelantado, Fracasología. España y
sus élites: de los afrancesados a nuestros días es la continuación natural
de Imperiofobia y Leyenda Negra…, y
explora el hecho insólito más conocido de la Leyenda Negra: su aceptación por
los propios españoles. Como reza el subtítulo, «España y sus élites: de los
afrancesados a nuestros días», se da mayor atención por parte de este ensayo a las élites españolas y su aceptación de
la Leyenda Negra, partiendo de la figura del intelectual, tal y como se va perfilando en la Ilustración como un
moldeador de la opinión pública, el cual va expresando una serie de ideas que
se va a repitiendo a lo largo de obras, novelas y artículos de prensa,
generando un ambiente intelectual que va introduciéndose en las clases medias,
y finalmente a las masas como resultado de la extensión de sus ideas y
prejuicios a la enseñanza pública, pasando así a la cultura popular.
La tesis
general de esta obra es que a partir del Tratado de Westfalia se va
constituyendo una especie de Nuevo Orden Cultural en Europa, en el que la
cultura francesa adquiere primacía, y, con ella, se impone la hispanofobia
francesa, alimentada a su vez por la derrota hispana en la Guerra de los
Treinta Años y por la debilidad de la Monarquía de Carlos II; como resultado,
se va configurando una nueva cultura europea, en la que España y su aportación
a la civilización es ninguneada o incluso convertida en un tabú para las élites
europeas. Sin embargo, esto no es suficiente para asumir los postulados
hispanófobos franceses: Inglaterra, por ejemplo, llevó a cabo medidas para
blindarse de la influencia cultural francesa, como la creación de sus propias
Academias y su propia masonería. Para que la hispanofobia entre en España será
fundamental la introducción de una dinastía francesa en el trono español: los
Borbones. La consecuencia de la subida de los Borbones al trono español será
que también se trasladarán los cánones y políticas culturales franceses al
mundo hispano, trayendo una disociación entre la cultura popular, con un
importante componente oral, y la cultura erudita, que se adoptará a los moldes
franceses y europeos. De esta manera, se produce una situación de subordinación cultural de las élites
españolas a las francesas: hay una predilección por obras del extranjero (con
más autoridad), e incluso se consumen “Historias de España” escritas en Francia
–con sus consiguientes prejuicios—, y se adopta acríticamente las doctrinas
procedentes del extranjero. Como resultado, en España se asumen los prejuicios
extranjeros sobre España, e incluso se adoptan medidas contraproducentes, como
las relativas al Libre Comercio –copiadas de Inglaterra, que en cambio tenía
unos aranceles altísimos— que dieron un golpe decisivo a la
proto-industrialización de España en el XVIII. A esto se añade el tópico
dieciochesco de la reforma, que
presume un estado desorden en el país (y una visión pesimista-destructiva del
mismo), y que se extenderá posteriormente durante los siglos XIX y XX
(regeneracionismo). De igual manera, desde la esfera política se cultivarán
determinadas críticas negativas, como las realizadas contra los Habsburgo por
los Borbones, que según Barea será fundamentar para desprestigiar y silenciar
este período (propiamente imperial), o de Franco sobre la época liberal hasta
1939, reforzando la idea de que «todo era un desorden hasta que llegó él», y
todo esto para acabar en las tendencias auto-destructivas de la Transición y la
Democracia.
El libro
da o sugiere hipótesis muy interesantes, pero en general se puede decir que su
calidad es bastante inferior a su predecesor. Adolece del victimismo o
“pesimismo nacional” –tipo «estas cosas sólo pasan en este país»— que en principio
pretende evitar. Su metodología no siempre es la más adecuada: en una ocasión,
por ejemplo, al comparar el tratamiento de la expulsión de los judíos de España
con la expulsión y persecución de los hugonotes en Francia hace una comparación
de resultados de ambos temas en Dialnet, que es una página que ofrece el
trabajo producido en el entorno universitario español, y no sería el más
adecuado para comparar trabajos producidos en Francia con los producidos en
España; igualmente, a la hora de hacer valoraciones generales, no estoy muy
seguro de que búsqueda realizada sea lo más exhaustiva posible. Realiza
afirmaciones bastante gratuitas o interpretaciones que atribuyen a otras causas
las que no son sino causas políticas. Por ejemplo, se atribuye al imperio
otomano su supervivencia hasta la Primera Guerra Mundial la inercia de sus
estructuras imperiales, obviando –sin dejar de ser una causa posible— el
interés geopolítico de Reino Unido en su supervivencia para evitar que Rusia u
otra potencia se hiciera con el Bósforo; y se relaciona con la Leyenda Negra el
hecho de que no se impusiera la idea de decadencia en Francia pero sí en
España, a pesar de que Francia cuenta en su haber más desastres, obviando el
hecho de que un país con tantos recursos demográficos y económicos como Francia
está en mejor disposición de rehacerse de un desastre como Waterloo y lanzar
una nueva campaña descabellada como las aventuras napoleónicas o el II Imperio,
mientras que en España un desastre como Westfalia o el del 98 será
irremediablemente más demoledor.
Otros
aspectos que me resultan bastante negativos de la obra son el tratamiento a los
Borbones y a los liberales. En primer lugar, se hace gala de un anti-borbonismo
casi patológico, que constituye un verdadero peligro a la hora de asentar el
tópico de Austrias buenos/Borbones malos, y más teniendo en cuenta el
predicamento y la repercusión de las opiniones de Roca Barea. La autora achaca
a los Borbones no sólo el afrancesamiento, la extranjerización y la ruptura con
las prácticas tradicionales de los Habsburgo –hasta dónde su crítica es
legítima—, sino la denigración y minusvaloración consciente del reinado de los
Habsburgo, alimentando la Leyenda Negra dentro de España, y la transformación
de España en una colonia francesa
durante el reinado de Felipe V –no voy a ahondar en esta cuestión para evitar
hacer la reseña demasiado larga, aunque tal vez lo trate en otra entrada en el
futuro. En segundo lugar, cabe destacar el hecho de que la crítica a las élites
liberales es bastante menos dura que a los afrancesados, incluso a pesar del
interés que ofrecería el hacer un repaso de los efectos de múltiples medidas
liberales e incluso la subordinación ya no cultural sino política de estas
élites a los intereses extranjeros. El repaso a la época liberal se limita al
breve período de sustitución de lo francés como modelo al que imitar
servilmente por lo alemán (krausismo, kantismo…, en lo que sí hay críticas
interesantes), el regeneracionismo y la adopción de las doctrinas racistas,
como una ruptura del modelo internacional imperial y un modelo adoptado por los
secesionismos. Pero lo que más me ha dolido en mi orgullo ha sido la
consideración de los liberales de 1812 como una clase más nacional o castiza que
los afrancesados, al ser clases medias (medias-altas, diría yo) alejadas del
primer plano de la vida política y cultural, y por lo tanto de los moldes de la
vida cortesana y afrancesada, reivindicando así la Constitución de 1812, aún a
pesar de que la influencia extranjera en los moldes de ese pensamiento –las
referencias a la constitución tradicional de la Monarquía nunca dejarán de ser
máscaras para justificar la adopción de un modelo de pensamiento revolucionario,
A modo
de conclusión, las tesis del libro son interesantes. Dan luz a la cuestión de
la aceptación de la Leyenda Negra, la oposición entre España y Europa, y la
decadencia del Imperio como resultado de la pérdida de la idea de que es
posible civilizar y evangelizar a todos los pueblos al aceptar las doctrinas
racistas fruto de la misma subordinación cultural que lleva a aceptar la
Leyenda Negra. Pero la obra también tiene trabas, tanto a nivel de discurso
como en su metodología, con múltiples afirmaciones fortuitas, y tal vez
demasiado gusto por un relativo victimismo. El mayor problema radica en el
anti-borbonismo excesivo que hemos mencionado, no tanto por su integración en
la hipótesis del libro como en el desarrollo de un peligroso tópico como es el
de «Austrias buenos, Borbones malos». De igual manera, el trato de los
liberales revela las limitaciones del fenómeno Imperiofobia, que se reduce a la reivindicación del “Imperio” y de
los Austrias y a la reacción contra el legado de la Ilustración, pero por lo
demás se encuadra dentro de la cultura democrático-constitucional liberal.
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