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sábado, 22 de marzo de 2014

LA FE DE NUESTROS PADRES

Los realistas fueron, como se sabe, el antecedente inmediato de los carlistas. Durante el reinado de Fernando VII, cuando todavía no existía pleito dinástico, los realistas se alzaron en armas contra los primeros liberales que, tras la sublevación de Riego, implantaron de nuevo la Constitución de Cádiz. Ellos lucharon por la antigua monarquía católica contra el primer intento de fundar el Estado y la sociedad sobre bases puramente humanas, contractuales.

Ell grito de unos y otros en aquella guerra de 1821 al 23 fue: ¡Viva la Religión! y ¡Viva la Constitución! Gritos clarividentes del sentido profundo de las guerras que se desarrollarían desde aquellos comienzos hasta la última Cruzada de 1936. Para unos –los realistas la sociedad y las leyes se fundaban sobre la Religión, sobre la Ley de Dios. Para los otros –los liberales– la sociedad y las leyes se fundamentan en la voluntad humana, en un pacto social, contrato o Constituciones revolucionarias, era la Declaración de Derechos Humanos.


Voluntarios Realistas haciendo su entrada en Barcelona.

Era lo que ya San Agustín llamó en remotos tiempos la Ciudad de Dios y la Ciudad terrenal o del Diablo, la del hombre rebelde y desvinculado de Dios. Nuestra patria tuvo su sólido fundamento en la religión desde que el rey Recaredo en el Tercer Concilio de Toledo abrazó la fe católica, afinales del siglo VI. ¡Hace mil cuatrocientos años! Esta unidad religiosa, avalada por casi ocho siglos de Reconquista contra el Islam, es lo que permitió a nuestros mayores vivir en paz interior y realizar las mayores empresas que el mundo ha visto, desde la civilización de América hasta Lepanto.

Ella ha llegado hasta nuestros días. Incluso las Constituciones liberales del siglo pasado la reconocieron, aunque fuera como resultado del pacto constitucional y no de los derechos mismos de Dios. Y tras el breve paréntesis de la Segunda República, fue restaurada por nuestra Cruzada de Liberación durante cuarenta años de "régimen de cristiandad". Fueron precisos los siniestros pactos masónicos realizado a espaldas del pueblo español para que, con el advenimiento de la actual democracia liberal, se borrara hasta el mismo nombre de Dios de la alta legislación española. Ha sido precisa también la inverosímil actitud liberalizante de la Iglesia postconciliar para que la conciencia católica e anestesiara en España hasta no producirse ya una nueva reacción católica en el pueblo español.

Pero la Providencia no puede olvidar los inmensos sacrificios de este pueblo desde la Reconquista hasta nuestros días ni dejará sin respuesta la apostasía de quienes más obligación tenían de defender la fe heredada.

Rafael GAMBRA

(Boletín Fal Conde)


Rafael Gambra

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