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miércoles, 26 de marzo de 2014

NO IMPORTA

«No importa» fue la consigna y aún el grito de guerra– de nuestros antepasados en la lucha contra Napoleón. Todas las condiciones eran adversas. El enemigo invasor no era menos que el ejército más poderoso (proporcionalmente a su tiempo) que ha conocido la historia, el que dominó victorioso a toda Europa, el que no fue vencido por nadie, el que llegó hasta Moscú y sólo el frío y la propia desmoralización logró batir en retirada.

Pero además ese ejército estaba ya dentro de España. Había ocupado plazas fuertes, los nudos de comunicaciones, los arsenales el partido «afrancesado» o «renegado». ¿Quien podría enfrentarse a tal enemigo, quien afrontar tan tremendo naufragio? La prudencia más elemental aconsejaba aceptar los hechos, tratar de convivir con los nuevos dueños. Sin embargo ¡no importa!, nada de esto importó. Se luchó, se sufrió hasta lo inaudito, se acosó a las tropas invasoras aun sin la menor esperanza de victoria cercana, exponiendo vidas, familias, haciendas. Y se llegó a formar ejércitos que ofrecieron al invasor batalla en campo abierto. Y se venció, y el enemigo mordió el polvo y acabó abandonando el campo. Desde el punto de vista de la prudencia humana, quizá ninguna lucha más temeraria y empecinada que nuestra Guerra de la Independencia.


Madrid: 2 de mayo de 1808, por Justo Jimeno Bazaga

Hoy, quien se siente católico, tradicionalista español y carlista se encuentra en condiciones muy semejantes a la de aquellos hombres, pero en ámbito mundial. Su enemigo ocupa todos los gobiernos del mundo y sus resortes de poder. Dividido en dos bloques –el de Manhattan y el soviético– ambos coinciden en su enemiga a la fe católica y a la sociedad cristiana. Los unos propugnan –e imponen– Estados laicos en los que el catolicismo debe verse reducido al ámbito de lo privado; los otros tratan de erradicar la fe cristiana –y toda religión– de sus dominios. Ya no existen Estados católicos y nadie en el mundo parece reivindicarlos. Pero aún más: como en aquella guerra, el enemigo está dentro de nuestros reductos. Se ha tratado de crear, desde dentro, un carlismo socialista, y la Iglesia progresista, postconciliar, parece a menudo alienada con el enemigo, empeñada en sus mismas batallas; por supuesto sin plantarle cara jamás. Un nuncio pontificio se empleó durante casi una década en cubrir las sedes episcopales de nuestra patria con los clérigos más izquierdistas, más enemigos de nuestra tradición patria.

Ante la suprema aberración del aborto sólo uno alzó su voz hablando de quienes automáticamente incurrían en las más graves penas canónicas. Pero como respuesta, la Nunciatura Apostólica invita a un almuerzo de amigos –contra todo protocolo– a los máximos responsables de esas leyes, en unión del Primado y del arzobispo de Madrid, con lo que desautoriza tácitamente aquella enérgica protesta.

¿Habrá ante todo esto que amoldarse, aceptar la democracia laicista y los pactos de Roma, arriar la bandera en definitiva?

Nuestros mayores nos dieron el ejemplo y la consigna: NO IMPORTA. Lo que se nos exige no es vencer sino luchar. Los 
«sin Dios» parecen tenerlo todo, e incluso estar infiltrados en nuestros propios bastiones. Y nosotros nos vemos en la indigencia. Pero lo que ellos no tienen es a Dios; Dios no está de su parte. Y sea que nuestro esfuerzo porfiado lo merezca o que Él se canse de tanta secularización y apostasía, la victoria final –estemos seguros– será suya.

RAFAEL GAMBRA.
Boletín Fal Conde, 1986.

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