jueves, 14 de octubre de 2021

Los granadinos no descendemos de los moros

Es un mito popular que las gentes de Andalucía en general, y las de Granada en particular, descienden, al menos en parte, de la población musulmana que habitaba la región antes de la conquista castellana; un mito de origen extranjero (promovido desde el siglo XIX por escritores como Washington Irving) que ha calado tanto, que ha acabado teniendo graves repercusiones políticas e identitarias, y ha servido de base ideológica para la artificial Comunidad Autónoma de Andalucía (cuya bandera tiene un origen islámico, como constatamos hace seis años en nuestra entrada El origen moro de la bandera de la Junta de Andalucía y las mentiras de los "andalucistas").

Lo cierto es que los españoles del sur nada tenemos que ver con quienes construyeron la Alhambra (por muy fascinante que nos parezca este monumento), ni fueron nuestros antepasados quienes saquearon Compostela a las órdenes de Almanzor. Lo demuestran, sin ir más lejos, recientes estudios genéticos, [1] así como todos los historiadores serios. Por mucho que vanamente se empeñen algunos en negarlo, las expulsiones masivas de los moriscos se produjeron. Y las repoblaciones masivas de cristianos viejos, también. No es que nos alegremos de que así fuera; más grato nos sería afirmar que, al igual que en América, la política de evangelización y mestizaje hubiese dado resultado y que ningún morisco pacífico hubiese tenido que salir de la tierra que le vio nacer. Simplemente la verdad de los hechos nos obliga a decir las cosas como fueron.

Pero vayamos al origen: ¿por qué, salvo algunos esclavos y cautivos, no había cristianos en ninguno de los reinos de Andalucía cuando estas tierras son reconquistadas? No olvidemos que la Bética había sido hogar de muchos santos, incluso de Padres de la Iglesia como San Osio de Córdoba, San Leandro y San Isidoro de Sevilla, y que nuestra tierra incluso había albergado un importante acontecimiento cristiano de la Antigüedad, el Concilio de Elvira. La respuesta es sencilla: los "tolerantes" musulmanes los habían expulsado, aniquilado o habían forzado su emigración. Esta intensa represión tuvo lugar especialmente tras la llegada de almorávides y almohades, pero también antes, como prueban episodios como el de los mártires de Córdoba.

Es cierto que en los primeros siglos de Al-Andalus, el grueso de los cristianos hispanos, lejos de islamizarse, [2] siguieron constituyendo la mayoría de la población, que conocemos por el nombre de mozárabes. Pero poco a poco fueron pasando al norte. De hecho, la población del reino astur-leonés iría aumentando casi exclusivamente con los mozárabes venidos del sur. [3]

Tras la expedición de Alfonso el Batallador de 1125, con la que colaboraron los mozárabes, una multitud de estos fueron deportados a África por decreto del emir almorávide Alí ibn Yúsuf en el año 1126 [4]​ (miles de ellos lograrían regresar a España dos décadas después, estableciéndose en Toledo) [5]​ y, pocos años después, los que habían quedado, sometidos a un hostigamiento continuo, se vieron obligados, por decreto del sultán almohade Abd al-Mumin, a emigrar a Castilla y León o islamizarse, bajo pena de la vida y confiscación de sus bienes. [6]

Reconquistada la Baja Andalucía por el rey San Fernando en el siglo siguiente, le tocaría el turno a los musulmanes, que fueron desterrados de esta región a consecuencia de la revuelta mudéjar de 1264. La región quedó despoblada e inhóspita (los moros se marcharon al vecino reino nazarí de Granada) y fue repoblándose con cristianos procedentes del norte durante un proceso lento y prolongado, [7] lo que explica que se tardase también tanto en tomar Granada. El historiador Manuel González Jiménez habla de «la práctica sustitución de una población por otra». [8]

Veamos qué pasaba en el reino de Granada. Como demuestra el gran arabista Francisco Javier Simonet, tradicionalista y autor de la monumental Historia de los Mozárabes de España, para cuando llegasen los Reyes Católicos, en este reino no quedaría vestigio alguno de la antigua población hispana:

«en el reino y Estado nasarita, fundado por Aláhmar con elementos puramente musulmanes y repoblado con la inmigración de los moros expulsados de los reinos de Sevilla, Córdoba, Jaén, Valencia y Murcia, recién conquistados por nuestros Monarcas, no había para la tolerancia del gobierno musulmán los motivos que hubo en otro tiempo cuando los sultanes de Córdoba contaban entre sus vasallos una inmensa muchedumbre de cristianos españoles; y así en el nuevo reino no había para los nuestros más partido que huir ó renegar». [9]

Cuando los Reyes Católicos toman Granada en 1492, se permitió a sus habitantes quedarse sin que tuviesen que renunciar forzosamente a su fe, merced a las condiciones de las capitulaciones. Por otro lado, como es natural, el cardenal Cisneros (hombre caritativo e ilustrado, que nada tiene que ver con la leyenda negra que se ha hecho de él) inició la evangelización de Granada, que en un principio dio muy buenos resultados, hasta tal punto que los mismos doctores musulmanes de la ciudad se convencieron de sus errores y pidieron ser bautizados. Ello impresionó de tal manera a los moros granadinos que, imitándolos, acudieron en masa a bautizarse. [10] Llevado de su celo apostólico, Cisneros mandó quemar públicamente en la plaza Bib-Rambla copias del Corán y libros de teología islámica (salvando expresamente todos los de ciencias), lo que, unido a otros sucesos menores, terminó de soliviantar a los moros no convertidos, los cuales iniciaron un efímero levantamiento en el Albaicín en 1499. [11] Este se extendió a las montañas, y en el año siguiente, Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, tuvo que sofocar una primera revuelta mora en Güéjar y Lanjarón. [12] 

Pacificada la región, Fernando el Católico dictó disposiciones para facilitar la evangelización con estímulos y recompensas para los que se hicieran cristianos. Sin embargo, algunos moros, en lugar de acogerse a estas ventajas y privilegios reales, optaron por asesinar a los misioneros, saquear e incendiar pueblos y vender en África como esclavos a los hombres, niños y mujeres que capturaban en sus correrías. [12] Los moros habían incumplido las condiciones de la capitulación, de manera que se suprimió el estatuto de mudejaría. En 1501 Fernando el Católico dispuso que se aparejasen en el puerto de Estepona los buques necesarios para el transporte de los moros que prefiriesen pasar a Berbería antes que hacerse cristianos. [13] 

Degüello de cristianos en Cadiar,
según un grabado de la novela
Los Monfíes de las Alpujarras (1859)
de Manuel Fernández y González.
Sin embargo, el problema morisco persistió. Durante el siglo XVI en las costas españolas (especialmente en las del reino de Granada) turcos, berberiscos y corsarios practicaron saqueos y secuestros de cristianos, lo que, según informes transmitidos al rey, podían hacer debido al trato y la ayuda que recibían de algunos moriscos. [14] Ante este panorama, se endurecieron las medidas contra ellos. A petición de las Cortes de Castilla (1559-1560), Felipe II prohibió a los moriscos tener esclavos negros a su servicio, para evitar que los educaran en el mahometismo. También se les prohibió usar armas sin autorización, y cuando estos empezaron a rebelarse, se reunió un concilio provincial en Granada, en el que se acordó prohibirles el uso de la lengua árabe y las costumbres moriscas. [15] En 1568 se produjo la insurrección mora más conocida: la llamada rebelión de las Alpujarras (que en realidad afectó a todo el reino de Granada), en la que cientos de cristianos granadinos indefensos fueron degollados por los salvajes monfíes

Para conocer las muchas y escalofriantes atrocidades que los moriscos cometieron contra nuestros antepasados, recomendamos la lectura de Historia del Rebelion y castigo de los Moriscos del reyno de Granada (1599), por Luis del Mármol Carvajal. Esta obra fue reeditada en 1797, en palabras de su editor, «como una obra tan digna de ser leida, y que puede dar honor á la nacion por el merito que en sí tiene, y las grandes hazañas de nuestros antepasados en una conquista que tantos bienes acarreó á la Religión Christiana, no merecia que estuviese tan sepultada en el olvido por la rareza de sus exemplares».

Como consecuencia de esta revuelta, sofocada por Don Juan de Austria, la práctica totalidad de los moriscos que quedaban en el reino de Granada (más de 60.000) tuvieron que ser diseminados por la Corona de Castilla. [16] Pagaron justos por pecadores, pues se desterró a todos, también a los que no habían participado en la sublevación. [17] En la guerra alpujarreña habían muerto, además, según el embajador veneciano Leonardo Donato, una tercera parte de los moriscos que habitaban la región. [18]​ Extensas zonas de las actuales provincias de Almería, Granada y Málaga quedaron despobladas (de los 400 pueblos de la región, medio siglo después solo se había conseguido repoblar 270). [19]

La ley imponía la pena de muerte a cualquier morisco que
regresase al Reino de Granada y su esclavitud o adopción
en caso de ser menores de edad.
Nueva Recopilación (Libro 8.º, título 2.º, Ley XIII)
El historiador Antonio Domínguez Ortiz afirma que, a pesar de los grandes recelos por parte de los cristianos viejos y aunque los matrimonios mixtos fueron rarísimos, con el paso de las generaciones los antiguos moriscos granadinos (ya dispersos por Castilla), podrían haber llegado a ser integrados. [20] Sin embargo, los continuos tratos entre moriscos de diferentes partes de España, sus intrigas con franceses, turcos y berberiscos y el alarmante aumento de la población mora en el reino de Valencia motivaron que, en 1609, Felipe III decretara su expulsión general, por sugerencia del duque de Lerma. [21] Se evitaba así que los moriscos sirviesen de quinta columna en cualquier ataque de turcos o berberiscos.

El historiador francés Henri Lapeyre, en su exhaustivo trabajo Geografía de la España morisca, incluso pone cifras detalladas. De los cerca de 300.000 moriscos que vivían en España, abandonaron definitivamente nuestro país en torno a los 275.000 con la primera expulsión. [22] En 1614 se expulsó a otros 7000 más que habían vuelto clandestinamente. [23] Los poquitos que quedaron (por ser esclavos, haberse integrado en familias cristianas o haber abrazado la vida religiosa) suponían menos de un 0,3 % de la población española de siete millones, [24] y no se concentraron en Granada. 


Notas:

[1] Al-Andalus no dejó rastro en la genética del sur de EspañaEl País, 5-6-2019; La ciencia desmonta el mito del mestizaje: la población del sur de España apenas tiene ADN del norte de África. ABC de Sevilla, 4-6-2019.
[2] Simonet, Francisco Javier. Historia de los Mozárabes de España. 1897-1903, p. XXXIV. El mismo autor no ignora que, durante los primeros siglos, entre los mismos musulmanes, los españoles renegados o muladíes, junto con los beréberes, fueron superiores en número a la élite árabe dominante.
[3] Simonet, p. 141.
[4] Simonet, p. 750.
[5] Simonet, p. 761.
[6] Simonet, p. 765.
[7] González Jiménez, Manuel. «La repoblación de Andalucía (Siglos XIII-XV)». Universidad de Sevilla. Relaciones (COLMICH, Zamora), México, 1997, vol. 18, núm. 69, págs. 31-32.
[8] González Jiménez, p. 26.
[9] Simonet, 1897-1903, p. 789.
[10] Guichot, Joaquín. Historia general de Andalucía. Tomo VI. En «Colección completa de las Obras Literarias y Gráficas de Joaquín Guichot y Parody. Tomo III». 1913, p. 1009.
[11] Guichot, p. 1012.
[12] Guichot, p. 1016.
[13] Guichot, p. 1018.
[14] Balmes, Jaime. El Protestantismo comparado con el Catolicismo. Tomo I, París, 1852, págs. 503-504. 
[15] Guichot, p. 1028.
[16] Domínguez Ortiz, Antonio. Los moriscos granadinos antes de su definitiva expulsión. Miscelánea de estudios árabes y hebraicos. 1964. Vol. 12-13: p. 114.
[17] Lafuente, Modesto. Historia general de España, tomo VIII. 1862, p. 113.
[18] Lapeyre, Henri. Geografía de la España morisca. Universitat de València, 2011, p. 14.
[19] Domínguez Ortiz, p. 118.
[20] Domínguez Ortiz, págs. 120-121.
[21] Lafuente, págs. 197-202.
[22] Lapeyre, págs. 218-220.
[23] Lapeyre, p. 212. 
[24] Tras los pasos de Cervantes [en clave estadística] - INE, p. 5

sábado, 9 de octubre de 2021

La nación española es sagrada

¡La Patria! Sólo el ser degenerado y envilecido puede despreciarla: por eso el mundo civilizado le azota el rostro con el dicterio deshonroso llamándole: ¡sin patria! El sin patria es huérfano perpetuo, expósito miserable, que degeneró de su alcurnia y pasa la vida envuelto en dos andrajos de la abyección. 

Y si esa Patria es la gloriosísima España, cuya historia tejió una epopeya incomparable, en los pliegues de cuya bandera se cantaron los himnos de triunfo más armoniosos, la nación mil veces bendita que, desde Covadonga a Granada, fue recorriendo un camino alfombrado de turbantes y sombreado por laureles; la amazona inmortal que dilató más allá de los mares sus conquistas, porque, no cabiendo en su recinto ni el tesoro de su saber, ni la grandeza de su valor, tuvo que descubrir un mundo, para fecundarlo con su civilización y con su fe, para plantar en aquellas tierras vírgenes, con la Cruz de Cristo, el pendón de sus heroicidades. En una palabra: si esa Patria es la nuestra, la sociedad nacional es entonces tan sagrada, su tradición es tan divina, que sólo el infierno aguijado de la envidia, pudiera robarnos la riqueza de tan riquísimo abolengo. 

Sólo de España hubo de cantar un poeta: 

    “Por eso, al par de tu arrogante dama
    fueron tu gloria la bandera y Dios:
    y pueblos, como tú, de tanta fama
    ... ¡la Historia miente si consigna dos!” 

Y más adelante: 

    “España, mi ilusión y mi consuelo,
    solar más noble, que ambicione yo,
    no vio la tierra... y aun el mismo cielo... 
    ¡el cielo, sí; pero la tierra, no!”

Heredad preciosa que la sabia Providencia alhajó para nosotros, obligándonos a no degenerar de tanto heroísmo y de virtudes tantas, estimulándonos a abrillantar más y más su bandera con nuestra sangre, para que se mezcle con la sangre que en su escudo dejaron estampada nuestros padres. 

Y ¡cómo alientan esos triunfos que ya son nuestros, porque es ya legítima de nuestra familia! Cómo nos encantan y conmueven sus genios portentosos, sus sabios eminentes, sus literatos insignes, cuya estela perdura en la casa solariega que habitamos! 

Contemplad la riqueza fabulosa de nuestra madre: sus monumentos arquitectónicos, sus catedrales majestuosas, las cruces de los caminos que forman las piedras miliarias de su paso triunfal, las imágenes que predican su devoción en sencillas hornacinas, las ermitas cuajadas de exvotos que perpetúan milagros y favores del cielo, los cantares pletóricos de fe y esmaltados de esperanzas, las romerías de las aldeas, el Pilar donde posó su planta la Madre de Dios, cuando vivía aún en carne mortal, el sepulcro de Santiago... todo, en España nos predica que “Dios está aquí”, que nuestra Patria es, al par que baluarte y fortaleza, templo espléndido, donde es preciso orar, para mostrarnos agradecidos a los beneficios incontables que derramara el cielo en este suelo privilegiado. 

¿No advertís cómo palpita el pecho de todo español honrado, cuando ve en el extranjero la enseña nacional o escucha elogios de nuestros antepasados? 

Yo recuerdo el júbilo que inundó mi espíritu al penetrar por primera vez en la Basílica de San Pedro, cuando me sorprendieron las gigantescas estatuas que adornan las columnas del grandioso templo; porque son las imágenes que, desde niño, tengo grabadas en mi corazón: de Santa Teresa de Jesús, de San Ignacio de Loyola, de San Francisco Javier. Aquellas efigies me parecían gloria propia que yo mismo prestaba al Vaticano; y mi gozo se dilataba porque aquellas esculturas eran la exaltación de mi madre España. 

José María Ruano y Corbo
(Salamanca, 1876 - Paracuellos, 1936)
Al recorrer las repúblicas hispanoamericanas, al oír allí la lengua de Castilla, al ver en nombres y ciudades, en obeliscos y templos, en usos y costumbres la huella de los campeones hispanos, siento que el amor fraternal me une y enlaza con aquellos naturales. Entre todos esos Estados, estrecho con amor más tierno a la República de Colombia, donde cuento con amigos tan cariñosos, de la que admiro su rica literatura; y la quiero más por ver en ella más viva la devoción por España, porque se consagró al Sagrado Corazón de Jesús como nosotros, porque celebró un Congreso eucarístico que alegró a los cielos; porque en Velada inolvidable y solemnísima en honor de Santa Teresa de Jesús, elogió con tanto entusiasmo a nuestra Doctora mística y la aclamó “la gloria de la Raza”. 

Y es que la Patria no es una sociedad sobrepuesta y artificial, no es fruto de un pacto adventicio, sino algo consustancial para todo hombre bien nacido.


Texto extraído de “El Socialismo a la luz del Evangelio” (Tortosa, 1934), págs. 64-68, por el Dr. José María Ruano, mártir de la Tradición

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