miércoles, 30 de octubre de 2019

Ellos y nosotros (historia del carlismo y del liberalismo en pocas líneas)

ELLOS Y NOSOTROS 

HAGAMOS HISTORIA 

Calumnia que algo queda, era la máxima de Voltaire a sus secuaces. Y se conoce que los liberales son sus aprovechados discípulos; no olvidan nunca el consejo de su maestro. Un periódico ha preguntado al Gobierno:

«¿Sabe la autoridad algo de la organización militar que en Estella y otros centros donde domina el carlismo están llevando a cabo con el objeto de defender a un Dios que nadie ofende, a una Patria que no es la suya, y a un Rey que jamás lo será?»

Se necesita frescura para combatir todavía al carlismo los que nos han traído las siete plagas de Egipto elevadas a la quinta potencia. Analicemos el gracioso parrafito con la imparcialidad que el caso requiere. A Dios se le ofende en las calles, blasfemando su santo Nombre, sin que la autoridad lo prohiba; cinismo que agrava más y más la ofensa inferida: ya ve el periódico liberal que miente como un bellaco al afirmar que no se le ofende.

«Una Patria que no es la suya»; pues, alma mía, ¿acaso hemos nacido los carlistas en las Batuecas? Si mientras más tiempo se posee una cosa, mayor derecho hay a su posesión, veamos de quién es esta Patria.

Nacimos con Recaredo y asistimos a los concilios de Toledo, aquellas famosas asambleas religioso-políticas en las que se formaban leyes sabias y justas que constituyeron la verdadera nacionalidad española (589).
«Esta es la bandera heredada de mi padre».
Grabado de 1875 (fuente)

Sostuvimos la monarquía goda hasta que Rodrigo la hizo imposible, acompañándole después a la batalla del Guadalete (711): allí se determinó una división funesta e inevitable; los traidores y perjuros desertaron con el conde D. Julián y D. Opas, presentándose a Tarif para hundir el puñal agareno en las entrañas de la Patria...

Nosotros quedamos sin Rey ni Caudillo, pero agrupados en torno de nuestra gloriosa bandera marchamos a Asturias, y en las asperezas del monte Auseba alzamos un Príncipe y constituimos un reino: Pelayo nos dirigió en Covadonga, cuya gruta fue a la vez templo, alcázar y fuerte (718).

Vencimos en Roncesvalles a la flor y nata de los caballeros franceses; y en Clavijo nos batimos a las órdenes de Santiago el Mayor, aunque los autores liberales consideren su aparición fabulosa. A las órdenes de Alfonso VIII peleamos en las Navas de Tolosa, derrotando a los moros de España, que unidos a los leones africanos mandaba Miramamolín.

Nos apoderamos de Córdoba y Sevilla con san Fernando y Garci-Perez de Vargas. Y en la vega de Granada presenciamos el desafío de Atarfe, triunfando el Ave María colocada sobre la poderosa lanza de Garcilaso de la Vega, y entrando después en la Corte de Boabdil, la poética ciudad de los cármenes, llamada por nuestros historiadores la sultana de las mil torres.

Embarcados con Colón en frágiles embarcaciones descubrimos un mundo nuevo, conquistándolo después con Cortés en las batallas de Otumba y Tlascala, y con Pizarro y Almagro en las llanuras del Perú, o en la formidable cordillera de los Andes.

Bajo el imperio de Carlos I vencimos en Pavía, en cuya batalla aprisionamos al Monarca francés y dominamos a Italia. Y Felipe II nos admiró en Lepanto y en Flandes guiados por D. Juan de Austria y el duque de Alba.

Más tarde, en 1808, el coloso del siglo y dueño absoluto de Europa pretendió dominarnos, y ese gigante murió en la isla de Santa Elena, vencido y derrotado por unos cuantos paisanos, dispuestos siempre a luchar por su Dios, por su Patria y por su Rey.

Esta es nuestra historia. Veamos el origen del liberalismo.

Nació en las Cortes de Cádiz, aquella tumultuosa asamblea que aprisionó a su Rey cuando salía de las garras de Napoleón, teniendo que venir 100.000 franceses a libertarlo. Amargaron los últimos instantes de su vida, forzándole a quebrantar las leyes seculares de España y dejando a su patria sumida en una guerra civil, protegiendo al parecer los supuestos derechos de una niña, que después se encargaron de corromper para más fácil destronarla.

Ayudaron a Espartero (el héroe de Ayacucho) a expulsar a la regente M.ª Cristina de España, señora a quien el General y sus prosélitos debían cuanto eran. Y al poco tiempo estos mismos héroes arrojaban a Espartero de la regencia, marchando éste a Londres, donde pocos años antes habíase refugiado su augusta víctima.

Revoluciones sin cuento y motines sin fin ensangrentaron el suelo de la Patria cuando nos pronosticaron, al abrazarse en Vergara al traidor Maroto, que se abría un horizonte de paz y de ventura. Y vino la guerra de África que pudo ser gloriosa, como la llamamos todos por puro patriotismo, resultando mucha sangre vertida, perdido el terreno conquistado, y 400 millones de ochavos morunos pagados no sé en cuántos plazos.

Teniendo presente el testamento de Isabel la Católica y los patrióticos deseos de Cisneros, como asimismo la creencia y el derecho que asiste al pueblo español de extender su territorio por Marruecos, cuyas plazas conserva, el emperador Napoleón III, el conde de Montemolin seguido del partido carlista, algunos generales y ministros secundando las órdenes de Isabel II y su esposo, y la emperatriz Eugenia, que como española le halagaba el engrandecimiento de su patria, a la par que Napoleón veía en la posesión de España inutilizada la ambición de Inglaterra respecto del imperio Marroquí, se formó el proyecto de proclamar a Carlos VI rey de España, cuyo ánimo esforzado, auxiliado de su valiente partido, conquistaría el territorio que se extiende desde Ceuta al Atlas y desde las orillas de Argel al Atlántico.

Tan vasto pensamiento embargó por el pronto y entusiasmó a sus autores, pero se arrepintieron de hacer algo grande quienes no habían nacido más que para arrebatarse el presupuesto. Habiendo iniciado el movimiento en San Carlos de la Rápita el general Ortega, capitán general de las Baleares, creyóse preciso fusilarle para justificar que era una insurrección y no un golpe de Estado preparado por el mismo poder.

Tuvieron ocasión de hacer algo grande, y no lo hicieron. Pospusieron su ambición particular, mezcla de egoísmo y pequeñez, y España dejó sus hijos sacrificados cubriendo los campos de África, y quedamos todos tan satisfechos.

Al grito de Viva España con honra se hizo la revolución de Septiembre, arrojando del trono a Isabel II, derramando tanta sangre al destituirla como habían derramado al proclamarla, y acusándola de no sé qué crímenes, como no fuera el de haberles sostenido en el poder, como su desgraciada madre.

Esta es la historia del liberalismo, corta, pero aprovechada: imposible parece que en tan poco tiempo se haga tanto daño, como no se esté dispuesto a hacerlo. Después, la vergüenza de Melilla y los desaciertos de Cuba completan el cuadro de desventuras que llueve sobre esta Nación infortunada.

«En cuanto a un Rey que jamás lo será», si los carlistas no estuviesen convencidos del triunfo de ese Rey, bastaría apreciar el odio con que dan la noticia y el deseo de precipitar al Gobierno en el camino de las persecuciones, para convencernos de la certeza que abrigamos cada vez mayor del advenimiento del carlismo. Las causas perdidas y los enemigos débiles causan lástima o desprecio, pero nunca odio.

CARLOS CRUZ RODRÍGUEZ


Extraído de: «Ellos y nosotros». Biblioteca Popular Carlista. Tomo VIII, febrero de 1896, páginas 16-19.

domingo, 20 de octubre de 2019

La emigración: impresiones (por un carlista granadino exiliado en 1876)

LA EMIGRACIÓN

Impresiones
Cuadro: «Emigración carlista»
Por el emigrado José Rodriguez Gil. Orléans 1876. Fuente

Hay amarguras en la vida, crisis terribles que el hombre no podría soportar si Dios no viniese en su ayuda. Decía un compañero mío de destierro: «Oye la historia do un carlista, y verás en ella la de un mártir».

El político que se afilia a un partido, presta su influencia en bien de él, y toma parte en la acción legal solamente a cambio de la prosperidad y de los honores que pueda adquirir: ese hombre no sabe, ni puede tener idea del sacrificio.

Trasladaremos aquí el fin de mis Memorias de campaña, que ellas por sí solas patentizan el dolor que en aquellos momentos sentía.

Vi desvanecerse aquel ejército reunido a costa de tantos sacrificios; los batallones enteros entregarse al enemigo; vi de mi regimiento marchar los cuatro escuadrones enteros a Pamplona; la magnifica artillería, que tanto habíamos deseado, abandonada en el Pirineo, y a los mulos marchando solos en formación, acostumbrados a hacerlo en días más felices; busqué a mis compañeros de regimiento, me uní a ellos, y el 28 de Febrero de 1876 atravesábamos la frontera, no sin haber suspirado por la patria que perdíamos. En la línea vendimos los caballos, llegamos al primer pueblo francés, que es San Juan de Pie de Puerto, donde descansamos de nuestras últimas fatigas, y la segunda noche tomamos las diligencias que salían para Bayona, en cuya población nos presentamos al Prefecto y le pedimos nos internase en Nantes.

En esta inmensa población de 150.000 almas lo pasamos bien; obsequiados por los legitimistas, y respetados por los republicanos a causa del miedo, o mejor dicho, del respeto que el español sabe infundir en todas las naciones donde habita, solamente echábamos de menos la madre patria al oír el lenguaje gabacho, y sentir un frío glacial que helaba nuestros huesos: en la espaciosa ría del Loira andaban buques numerosos, y en sus mástiles ondeaban casi todos los pabellones del mundo: grandes fábricas de fundición, y el arsenal, donde miles de operarios se ocupaban en la construcción de buques, daban una animación extraordinaria a la ciudad. Tiene ésta una catedral gótica de poco mérito; las calles son espaciosas, particularmente la denominada Gran Calle, y la conocida por Notre Dame. También cuenta un jardín de plantas bastante extenso con numerosos invernáculos, y en el centro un laberinto en forma de montaña; unos cuantos lagos con ánades completan el adorno de aquel recreo de niñeras y solaz de soldados, pues en Francia casi no hay paseo; todo el mundo está entregado al trabajo, y el que no trabaja, rinde culto a toda clase de vicios, no dejándole tiempo de pasear. Los sábados, domingos y lunes se encontraban por las calles numerosos y civilizados franceses perdiendo el equilibrio y cayendo a impulsos del Burdeos. ¡Qué ciudadanos más dignos! merecedores son de tener derechos individuales y llamarse pueblo soberano: imagen de ese pueblo son los Gobiernos que tienen. Vivía yo con el físico del batallón de Marquina, que tenía un primo redactor de El Imparcial, y me decía: «Siempre está mi primo alabando a los franceses; ya le diré yo cuando vaya lo que he visto»; y le contesté: «Desengáñate, Manuel, los liberales alaban y alabarán siempre a los franceses a pesar de saber lo que son: de esa nación surgió el liberalismo, es su madre predilecta; lo amamantó con la sangre inocente de los infortunados monarcas Luis XVI y María Antonieta; lo educó en el crimen y en la crápula de Danton, Marat y Robespierre, aquellos ciudadanos tan liberales, que odiaban a los tiranos llevando a la guillotina a todo ciudadano sospechoso de no pensar como ellos, y privándoles hasta de la vida en uso de un derecho sumamente liberal, convirtiendo a París en un lago de sangre: después completó su educación prendiendo al Papa en tiempos de Napoleón I; después... vino Luis Felipe, el rey cochero, y lo dejó tan bien educado que surgió la Commune, y... resplandores siniestros iluminaron las calles de París; entonces los liberales se asustaban y decían: «¿Dónde vamos á parar?» Fue preciso decirles y se les dijo: «No se asusten Vds.; son los resplandores de la libertad que iluminan al mundo: deben estar orgullosos de su obra. ¡Ciudadanos canallas, en vez de hacerle frente al enemigo, se entretenían en su propia destrucción, satisfaciendo sus odios personales y manchando el poder con su ridículo mando!»

Los primeros que presentamos las solicitudes de indulto nos embarcamos el Viernes Santo a bordo del vapor Villa de París. Salimos dos jefes, trece oficiales y ciento veinte soldados; navegamos dos días y dos noches; sufrimos mucho el Sábado de Gloria; descansamos en la isla de Ré, mientras el vapor tomaba agua, y el primer día de Pascua entrábamos en la ría de Burdeos, uno de los mejores puertos de Europa. Esta ciudad, capital de la Gironda, es muy populosa; cuenta 250.000 almas, y tiene notabilidades de primer orden, entre las que descuella el gran puente sobre su ría. El ferrocarril nos trasladó de esta ciudad a Bayona, plaza fuerte de segundo orden, de allí a Irún, y por último a San Sebastián. En este punto permanecimos dos días: San Sebastián tiene buenos edificios, está en una situación deliciosa, recostada sobre el monte Jaizquivel, y lamen sus orillas las agitadas olas del Cantábrico. Provistos de hojas de embarque y pasaportes expedidos por el Brigadier Gobernador, viajamos por cuenta del Estado los jefes en 1.ª, los oficiales en 2.ª, y los soldados en 3.ª; llegamos a nuestras casas después de haber visto mucho, y tomado parte en una campaña que, si bien no proporcionó con su triunfo la paz de España, consiguió por lo menos contener al ejército que so disolvía, merced a las descabelladas teorías predicadas por hombres que hoy figuran como conservadores, y que no tendrían templos donde orar, cementerios donde conservar sus cenizas, ni derecho a los bienes que poseen, porque disuelto el ejército toda autoridad concluía, y quedábamos a merced de la canalla disfrazada de guardia nacional.

CARLOS CRUZ RODRÍGUEZ


Extraído de «La emigración», Biblioteca Popular Carlista; Tomo XXVI, agosto de 1897, páginas 44-48.

viernes, 4 de octubre de 2019

Luis Villanova Ratazzi, el granadino Jefe del Tercio de Navarra y mártir de la Tradición

Fotografía de Luis Villanova Ratazzi
como alumno de Caballería
(imagen tomada de la BNE)
Luis Villanova Ratazzi era natural de Gójar, donde su familia era propietaria de la mayor parte del término municipal, aunque en Gabia también tenía importantes propiedades: Montevive, San Saturnino, Pedro Verde y gran parte de Gabia Chica.

Militar de carrera, en el Ejército Español llegó a ostentar el grado de Comandante de Caballería.

Se afilió a la Comunión Tradicionalista durante la Segunda República y fue Delegado de Juventudes. Al estallar la Cruzada de Liberación, fue Jefe del Tercio de Requetés de Navarra.

El Comandante Villanova, amigo personal del augusto Abanderado de la Comunión Tradicionalista en aquel momento, Don Francisco Javier de Borbón Parma, acogió de incógnito, por petición de Don Javier, al hermano de éste, Don Cayetano, como un combatiente requeté más en el Tercio de Navarra.

Luis Villanova Ratazzi fue herido por un francotirador el septiembre de 1937 en tierras asturianas y entregó su vida por Dios y por España tal día como hoy, 4 de octubre, en el Hospital Valdecilla, donde había sido trasladado.

El pleno del Ayuntamiento de Gabia Grande, reunido el día 30 de noviembre de 1937, acordó lo siguiente:

«la celebración de un funeral en sufragio del heroico Comandante de Caballería, Jefe del Tercio de Navarra D. Luis Villanova Ratazzi, que dio su vida por Dios y por la Patria, en el frente de Asturias el día 4 del pasado mes de Octubre, cuyo funeral era patrocinado por el Ayuntamiento. También se acuerda colocar una lápida conmemorativa en la fachada de la casa de su propiedad, donde se crió y vivió, dando su nombre a la calle donde está situada» (*)

Aunque en la iglesia parroquial de Gójar su familia conserva todavía un panteón familiar, según el párroco actual, con quien hemos tenido ocasión de hablar recientemente, el cuerpo del Comandante Villanova recibió cristiana sepultura en Pamplona.

El Coronel Emilio Herrera, integrante del Tercio de Navarra, cuenta la siguiente historia cuyo protagonista es el Comandante Villanova:

«Se produce una escena que parece arrancada de las páginas del Romancero: un hombre de mediana edad y aspecto distinguido, pálido y macilento, que acaba de surgir del escondite en el que ha pasado los trece largos meses de dominación roja, se dirige al comandante Villanova, le saluda ceremoniosamente y le agradece con sentidas frases el haber liberado para España la ciudad de Garcilaso; luego toma de la rienda a la yegua del comandante y marcha llevándola a la antigua usanza. Las gentes lloran de alegría y al romper filas los requetés se ven rodeados, besados, apretujados y agasajados por los cientos de hombres, mujeres y niños, que los obsequian con vino, sidra, leche condensada; con lo único que tienen».

Y con motivo de su muerte, el Coronel Herrera le dedica las siguientes palabras:

«Bravo entre los bravos, leal entre los leales, cristiano de rancia estirpe, español
a lo siglo de oro, carlista por convicción y sentimiento, caballero por la nobleza de
su sangre y más aún por su alma prócer, capitán valerosísimo y prudente; sobre
todo, padre con sus requetés a los que amaba con cariño tal y de los que era correspondido con adhesión entrañable...»

(*) Los revanchistas izquierdistas renombraron esta calle como «Calle Molino». No obstante, en Gójar sigue habiendo una «Calle Villanova».

Véase: Izquierdo Rodríguez, Manuel (2012): Historias desenterradas - Las Gabias, 1936, pp. 216-217; Romero Raizábal, Ignacio (1966): El príncipe requeté, pp. 47-48; El Siglo Futuro, 29/11/1934.

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