¿La Revolución es un bloque?
Si por ello se entiende que es de una simplicidad, de una indivisibilidad absolutas, sin grietas, sin fallas, sin oposiciones internas y sin contradicciones, claro que la Revolución no es un bloque.
Sus hijos, sus nietos, sus sobrinos y sus resobrinos se devoraron y se devoran todavía vorazmente entre sí.
Los jacobinos "acorralaron" a los girondinos, los thermidorianos a Robespierre, y todos saben la religión de M. Thiers con la Comuna. Los liberales, a su vez, hubieron de ceder el lugar a los radicales, que fueron rápidamente "penetrados" por el socialismo; los mismos socialistas no tardaron en ser desbordados por el comunismo. Se sabe, en fin, cómo, en su régimen interno, las depuraciones se suceden ferozmente entre los comunistas.
¿Cómo puede entonces llamarse bloque a semejante sucesión de conflictos?
La contestación es fácil si se toman el trabajo de observar que estas oposiciones son en principio oposición de personas, o mejor dicho, de clanes, que van a la caza del poder. En lo demás, es decir, en lo esencial, hay continuidad, hay rigurosa progresión. Y si las cosas, en sí mismas, parecen cambiar, el cambio no es más que el desarrollo lógico de un conjunto de principios en los que es preciso reconocer el fiel desarrollo de la Revolución con todas sus consecuencias.
Por esto la Revolución es un bloque, sean cuales fueron o puedan ser las rivalidades sangrientas de aquellos que la sirven. (...)
La Revolución es un bloque, al igual que constituyen un bloque las armas modernas, aunque la infantería sea muy distinta de la aviación, los cuerpos de franco-tiradores muy distintos de las tropas disciplinadas, etc. A pesar de sus diferencias profundas forman un bloque, porque todas ellas contribuyen a un mismo fin. El hecho de que los parachutistas tengan tendencia a arrastrar los "tringlots" de "planqués" tiene una importancia secundaria.
La Revolución forma un bloque porque los liberales y los comunistas pueden reivindicar el mismo padre: Juan Jacques Rousseau..., las mismas máximas fundamentales del ginebrino pueden igualmente alegarse para justificar tanto el liberalismo más anárquico como el totalitarismo más riguroso. (...)
La primera policía, abuela de todas las chekas, gestapo, geupeon, etc., el mundo moderno la vio nacer en Francia..., y el dulce nombre de Fouquier-Tinville quedará siempre unido a tan memorable acontecimiento.
Lo mismo puede decirse por lo que respecta a la destrucción de ciudades "contrarrevolucionarias": Lyon, Tolon, la "tierra abrasada" de la Vendée, fueron los prenuncios de Budapest y de Hungría.
Y, en cuanto a la liberación de los países vecinos con la ocupación armada que los ataca del modo más sistemático, ¿cómo han de olvidar los rusos que los franceses les dieron el ejemplo en aquella época en casi todos los países de Europa?
También, por lo que se refiere al "terror" concebido como principio de gobierno, ¿no lo inventaron los franceses el nombre y la cosa?
«Es, pues, risible, diremos con el Padre Bruckberger, querer combatir el comunismo conservando al mismo tiempo la tradición, la lógica y el derecho nacidos de la Convención y de la primera república jacobina. No se puede contrarrestar un negro con un gris más o menos sucio, sino en virtud de un blanco más y más puro, más y más resplandeciente, que denuncia y condena tanto al gris como al negro.» (..)
No se puede, ni se podrá plenamente contrarrestar, no se podrá combatir victoriosamente el universalismo revolucionario, más que en nombre del universalismo cristiano.
Por eso no puede haber plena y entera contra-Revolución sin una profesión absoluta y firme de catolicismo.
Al bloque satánico de la Revolución, sólo puede oponerse la piedra divina sobre la que el Señor fundó su Iglesia.
Fragmento extraído del editorial de Verbe, abril de 1957.
Tomado de Revolución y contrarrevolución, CRISTIANDAD, julio de 1957
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