El 4 de febrero de 1823 una turba revolucionaria violentó las puertas de la Cárcel de Granada, asesinando bárbaramente al Padre Osuna, fraile del Convento de San Antón, tildado de absolutismo puro. Se le acusaba de reunirse con don Juan Campos, Corregidor que había sido de la Ciudad, y con otros individuos afiliados al partido realista; habiéndose propagado el rumor de que iban a organizar una partida semejante a las que ya actuaban en Cataluña y otras provincias españolas.
Sorprendido en el camino de Guadix y conducido preso a Granada, fue encerrado en la cárcel. Las pasiones estaban enardecidas, a lo que había contribuido la promulgación de la constitución política de 1812, con el beneplácito forzado de Fernando VII. Las sociedades secretas celebraban sus reuniones en un café de la Plaza Nueva «y ni el Capitán General Villacampa —dice el cronista— ni el jefe político Jofré trataban de reprimir sus conatos malévolos». Se decretó el asesinato del fraile preso y fue llevado a la práctica violentando las puertas de la cárcel.
Este acto de crueldad lo vengaron los vencedores del año 1823, haciendo morir en el cadalso a un tal Gamarra, cómplice del crimen; a un juglar llamado «Antonio el Feo» y a otros individuos. Pronto habrían de entrar los franceses en Granada por segunda vez, en esta ocasión como libertadores, al mando del general Molitor, arrollando a los constitucionales que en Campillo de Arenas intentaron oponerles resistencia.
Así lo narraba la obra Colección Eclesiástica Española en 1824:
Entre otros muchos hechos dignos de ser transmitidos al conocimiento y desengaño de la posteridad, llama con preferencia la atención el asesinato del padre Osuna, predicador de la Orden Tercera de San Francisco. Este religioso preso a pretexto de conjurador contra la patria, fue conducido, cercado de tropa por las principales calles de la ciudad, y después de varios rodeos puesto en la cárcel pública. Allí examinado judicialmente resultó inculpable, y esto irritó los ánimos filantrópicos de sus perseguidores. Echose la voz de que debía recibir de mano del pueblo la pena de muerte que le negaban los jueces. Crece esta voz el 4 de febrero de 1823; pónese sobre las armas la milicia nacional local de infantería y caballería, hierven las patrullas por toda la ciudad; pero un grupo poco numeroso de gente armada violenta a prima noche la cárcel, saca al sacerdote, lo acuchilla, y lo deja por muerto tendido en la calle, nadando en su propia sangre. Implora el moribundo el amparo de las autoridades que se presentan, es restituido a la cárcel, recibe los Santos Sacramentos, se consuela viendo vendadas sus heridas por los facultativos, que pronostican su probable curación: continúa por toda la noche el grande aparato de las patrullas que aterran al vecindario, manteniéndose en sus casas sin saber lo que está pasando y con recelos amargos de grandes infortunios. Entre tanto son forzadas la cárcel alta y la baja por unos pocos armados que cometen en una y otra varios asesinatos cruelísimos, y repiten sus golpes sobre el padre Osuna, que yace desangrado y casi exánime en el lecho de su dolor, no quedando satisfechos hasta que exhaló el último aliento.
Cárcel baja de Granada, demolida en 1942, donde fue asesinado el P. Osuna (fuente: Rincones de Granada) |
El padre Osuna fue por decirlo así, asesinado dos veces, mediando muchas horas entre uno y otro asesinato, sin encontrar entre tantos milicianos que con las armas en la mano paseaban las calles y cercaban las cárceles, quien lo defendiese de los pocos tigres que se saborearon por tanto tiempo en su sangre. Era de esperar que un atentado tan horrendo cubriese de vergüenza a sus perpetradores o por lo menos les inspirase temor para con las autoridades o con el público. Pero ellos se gloriaron en su maldad y no hallaron inconveniente en jactarse de que la repetirían. Testigos tantos furibundos periódicos como allí se publicaban dignos por sus títulos de su lenguaje:
«Quien quisiere, decía la FANTASMA, número 1.º, comprar los hábitos del padre Osuna, se servirá acudir a la cuesta del Chapiz y casa del padre Barles, donde le darán razón; y caso de ignorar este la pregunta, el sujeto, que guste de dicho ropaje, tendrá la bondad de esperar unos días y tal vez podrá escoger.»
«Al padre Osuna, zumbaba el Tábano (núm. 3.), el que murió de repente en la cárcel baja, se le ha concedido la lectoral de Sigüenza. Jamás se engañó la opinión pública... mozo robusto murió... la experiencia y el tiempo probarán que otros también... son mozos robustos.»
Colección Eclesiástica Española. Tomo XIV. (Madrid, 1824)Fuente: Hoja del lunes (Granada, 04/02/1957)
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