El Cautivo cubierto por un chubasquero durante la lluvia el Domingo de Ramos de 2024.
En Plaza Nueva de Granada, antes
de la entrada de la Carrera del Darro y el Paseo de los Tristes, se encuentra
el gran palacio de la Chancillería de Granada. La Real Chancillería era la
institución que custodiaba el Sello del Rey, y desde el cual se emanaban los
documentos principales; con el tiempo, a la Chancillería se le incorporaría la
Real Audiencia, el tribunal superior que administraba justicia en nombre del
Rey. Tal era su importancia que el Palacio de la Chancillería tenía la
consideración del Palacio Real, y en las procesiones y desfiles públicos el
sello desfilaba en el lugar que correspondía al monarca: pues el sello era la
imagen del Rey y símbolo de su autoridad.
Anverso y reverso de un sello, según el Independiente de Granada, de Felipe II.
Según la heráldica y la propia efigie del monarca, posiblemente se trate de Carlos I.
Casi 500 años después, tiene
lugar otro hecho que al principio no parece tener ninguna relación con lo que
acabamos de contar (ya se verá más adelante): el pasado 24 de marzo, Domingo de
Ramos, aproximadamente a las 16:15, la Junta de Gobierno de la Ilustre Cofradía
de la Entrada de Jesús en Jerusalén anunció que este año no realizaría su estación de penitencia, debido al riesgo que suponía la lluvia de barro para
las imágenes. A lo largo del día, le imitarían las cofradías de las Maravillas, el Despojado y
la Santa Cena; sólo el Cautivo corrió el riesgo de salir en procesión, siendo
el protagonista de la jornada, y sufriendo la temida lluvia de barro a las
22:00 horas de la noche. A mí la noticia me llegó en Puerta Elvira, dónde
llevaba desde antes de las 13:00 –había escuchado misa en la cercana parroquia
de San Andrés, sede canónica de la Borriquilla—; tras extenderse la noticia, oí
a muchos murmurar y otros llorar. Yo me pregunté: «¿Y qué importa?».
En términos religiosos, mucho más
allá del elemento folclórico y del papel de sacralización de la vida pública,
las imágenes solamente son imágenes de madera, igual que el sello real que he
mencionado antes no es más que un sello. Entrar a una iglesia y buscar tal o
cual imagen para santiguarse sin hacer previamente una genuflexión ante el
Santísimo es como entrar en el Palacio de la Chancillería o en cualquier
palacio real, para presentar tus respetos ante el sello del Rey o ante un
retrato del monarca reinante… estando el propio monarca en persona, e ignorarlo
por completo.
La Semana Santa sigue adelante con procesiones o sin ellas, y lo
único a lamentar por parte de los católicos son los cofrades que no pueden practicar la penitencia que ejercerían durante la procesión, pero… ¿qué más da? ¿Por qué llorar porque no salga la
Oración en el Huerto si no lloramos por la soledad de Cristo en el Sagrario o
por el olvido que hacemos de él, que es lo que representa ese Misterio? ¿Por
qué correr a ver la Santa Cena si no corremos a la Eucaristía, dónde las
escenas de la Pasión que representan los pasos de Semana Santa se repiten día
tras día? ¿Por qué nos emocionamos ante un Rescate, pero no ante la idea de que
Cristo acabó ante Pilatos, sufriendo humillaciones y torturas por salvarnos a
nosotros, y por nuestros pecados?
Paso procesional de la Oración en el Huerto durante el Via Crucis de la Juventud Cofrade en 2020.
El símbolo es importante: sirven
para hacer presente lo que no lo está o lo que no se percibe de forma manifiesta. Ése es el valor que puede tener un
sello, una bandera o una imagen religiosa. Pero sin su contenido, el símbolo no
tiene ningún valor. El núcleo del mensaje de Cristo está orientado a la lucha
contra el Fariseísmo, un fenómeno que
el padre Leonardo Castellani mostró como algo mucho más complejo que la
hipocresía, y que puede mostrar muchas apariencias. Una de ellas, es convertir
la religión en algo superficial, un conjunto de ceremonias y actos externos,
pero desprovistas de ese contenido que Cristo definía como la Ley del Amor. Si no somos capaces de
entender eso, es que no hemos entendido nada del mensaje de Cristo, y como ya
advirtió hace poco el nuncio apostólico en España, monseñor Bernardito Anzua,
reducir la Semana Santa a un mero reclamo turístico es destruir todo aquello
que significa.
Aunque pueda sonar cínico, no hay
que llorar por las procesiones. ¡Más tienen que llorar los hosteleros o los
recaudadores de Hacienda por el dinero que no van a ingresar por las
procesiones! Los cofrades que no realizarán este año su estación
de penitencia –más allá de la frustración de algo que supone para ellos el elemento central del año— pueden realizar penitencia de otras maneras:
pueden acompañar a sus imágenes a lo largo de todo el día, rezar el vía crucis
o devociones como los siete dolores de la Virgen, pueden tocar las bandas
dentro del templo, o cantarles saetas dentro del mismo. Lo mismo todos aquellos
que sin ser cofrades tienen gran devoción a las respectivas imágenes. Y si es
al Santísimo Sacramento –pues un nazareno o un crucificado no son sino
representaciones de Cristo, pero el Santísimo es el mismísimo Cristo— aún
mejor. Como he dicho: es absurdo honrar a un retrato real en palacio, ignorando
al Rey sentado en su trono.
Esta es la reflexión que quiero compartir con vosotros. Dios es capaz de obrar un bien gracias a un mal. Esta Semana Santa pasada por agua es una buena oportunidad para vivir esa religiosidad más apartada e interiorizada, pero sincera, que predicaba Cristo: «cuando oréis, no lo hagáis a la vista de todos (…). Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt, 6:5). Reflexionad sobre los Misterios que representan los pasos de Semana Santa, la Pasión y la Eucaristía y el Santísimo. Y, sobre todo, si veis a otros llorando por las procesiones suspendidas reconfortadles con estas mismas palabras.
Que Dios os proteja y os guarde.
Carl Bloch. El sermón de la montaña, 1877.