La dirección política de la Comunión Tradicionalista desde 1876
Por Melchor Ferrer
Al nuevo Secretario General en España, Don Manuel Fal Conde, digno continuador de los Jefes que la Real Confianza ha dado a nuestra Comunión.
Melchor Ferrer Dalmau (Mataró, 1888 – Valencia, 1965) |
No regateó, sin embargo, el Carlismo su ayuda a estas tentativas, antes bien, acudió con sus elementos y sus hombres. Los diputados carlistas, que lo eran de ideas pero que actuaban sólo como católicos, no faltaron en las Cortes de los últimos años de Isabel II, y los nombres de Muzquiz, Vinader, Fernández de Velasco, etc., dejan bien establecido que no dudaron un momento servir a España, bajo el caudillaje de los Nocedal y los Aparisi.
Consecuencia de ello, la dirección de la Comunión Carlista quedaba de hecho supeditada a las conveniencias y necesidades de la organización militar. Este carácter militar y conspirador lo tenía la Comisión Regia suprema, que entre 1855 y 1860 actuó en la preparación del movimiento que costó la vida al General Ortega, y a pesar de que en ella actuaban paisanos como Pablo Morales, de gloriosa memoria, y sacerdotes y religiosos de la abnegación y prestigio del Padre Maldonado y de que presidieron dicha Comisión Regia Suprema hombres de la autoridad del general Conde de Cleonard, exministro de la Guerra de Isabel II y del Marqués de Serdañola, solamente con muy buena voluntad, podríamos considerarlos como predecesores de los Jefes políticos que fueron nombrados por nuestro Caudillo a partir de 1876.
Después de la abdicación de Juan III, Carlos VII, avizorando un porvenir guerrero, creó las Comisarías Regias de Regiones y Provincias, pero considerando que debía unificarse el mando, concedióle al Capitán general de los Reales Ejércitos, don Ramón Cabrera y Griñó, Conde de Morella, residente en Londres. El Conde de Morella intentó desplegar cierta actividad política en la lucha legal, y alentado por el resultado de las elecciones para las Constituyentes de 1869, dispuso organizar la Campaña electoral en las primeras parciales, pero por falta de preparación y por falta de organización, el Carlismo sufrió un fuerte revés.
Escena de la Tercera Guerra Carlista (1872-1876) |
La tentativa del alzamiento de 1869, aumentó las discrepancias entre el Conde de Fuentes, Presidente del Consejo Real y el Conde de Morella, y si bien éste retiró la dimisión que había presentado, consideró que desde el extranjero era difícil dirigir el partido en su vida legal, naciendo la Junta Central Católico-Monárquica que tanta influencia debía tener en los acontecimientos de aquel período. Pero suscitadas nuevas dificultades, ya sin orden ideológico, entre Carlos VII y el Conde de Morella, el general Cabrera presentó la dimisión, que le fue aceptada después de ser rechazado su proyecto de Constitución parlamentaria.
La Junta Central que presidía el grande de España, Marqués de Villadarias, dirigió con acierto al partido Carlista. El éxito de las elecciones de 1871 se debió a la actividad y propaganda de la Junta. Las elecciones de 1872, si no tan tan favorables, no menos dignas de mención, se debieron, a su celo, y en particular al del Secretario de la Sección Electoral, gloria de nuestro arte, dramático, el gran carlista don Manuel Tamayo y Baus.
Pero la Junta Central también tuvo sus actividades militares y si bien ya las preocupaciones de organización política y los planes electorales figuran constantemente en su orden del día, también los preparativos bélicos son de su incumbencia, y en este terreno la Junta Central mereció bien del Rey y de nuestra Comunión.
Cándido Nocedal y Rodríguez de la Flor (La Coruña, 1821 – Madrid, 1885) |
Terminada la tercera Guerra Civil, Carlos VII se preocupó de reunir nuestras fuerzas quebrantadísimas más en su moral que en su volumen. A este fin, en 1876 fue nombrado Delegado General en España el exministro de Gobernación de Isabel II, y exjefe de la minoría Tradicionalista en 1871, DON CÁNDIDO NOCEDAL Y RODRÍGUEZ DE LA FLOR (1876-1885). Nocedal hallóse ante una labor ímproba. Debía reorganizar el partido cuando ser o llamarse carlista atraía fuertes y despiadadas venganzas. Debía velar por la ideología del partido ante los avances del catolicismo-liberal y los manejos de la mesticería de la Unión Católica, por los que nuestras masas se veían constantemente tentadas por hombres que ellas habían admirado, querido, respetado y seguido, como eran el periodista Valentín Gómez, el Conde de Canga Argüelles, Santiago de Liniers, etc. Porque el peligro para el Carlismo no estaba entonces en el cabrerismo que propugnaban Julio Nombela y José Inocencio Caso, sino en la mesticería Pidalina, condenada por orden lógico y natural, como todo adhesionismo al fracaso y a la desaparición. Triste lección de las tentativas adhesionistas, desde Donoso Cortés hasta Pidal y que no han tenido en cuenta los adhesionistas de hoy.
En el orden político, este período se señala por haberse podido recoger a nuestros elementos dispersos, aún enardecidos por la lucha, pero desalentados por la derrota y la traición. Reapareció la prensa carlista, de la que aun subsisten EL SIGLO FUTURO, que fundó Ramón Nocedal, y EL CORREO CATALÁN, que debemos a Milá de la Roca. Ya en las segundas Cortes de la Restauración, un diputado, el Barón de Sangarren, representa al leal distrito de Azpeitia.
Francisco Navarro Villoslada (Viana, 1818 – Viana, 1895) |
Fallecido Nocedal, la Jefatura Delegada fue conferida al gran periodista y novelista DON FRANCISCO NAVARRO VILLOSLADA (1885-1887), en cuyo período se ahondaron más las divergencias entre los carlistas y los integristas, cada grupo considerándose más puro que el otro, período en el que la prensa tradicionalista tuvo un gran desarrollo. Desgraciadamente, las luchas intestinas terminaron con la unidad de la Comunión Tradicionalista, de forma que aunque no realizado materialmente existía cisma, que debía reflejarse más tarde en «El Pensasamiento del Duque de Madrid», por don Luis María de Llauder y en el «Manifiesto de Burgos».
En este período al Barón de Sangarren se le unió el diputado por Berga, don Luis María de Lauder.
Una nueva organización fue dada al partido después de la Jefatura de NAVARRO VILLOSLADA, organización más descentralizadora, pero por el carácter de los Delegados, más militar y muy parecida a la que tiene en la actualidad el partido Orleanista francés. En este período (1887-1890), coincidiendo con el viaje de Don Carlos VII a América, España fue dividida en cuatro zonas. La primera que correspondía la Reino de León,
Juan Nepomuceno de Orbe y Mariaca M. de Valdespina (Ermua, 1817 – 1891) |
Esta división en Cuatro Zonas en que se mantenía el principio de descentralización. ya que los cuatro Jefes residían respectivamente en Valladolid, Sevilla, Zaragoza y San Sebastián, duró hasta 1890, en que Carlos VII dispuso se reunieran las Cuatro Delegaciones en una sola persona.
Enrique de Aguilera y Gamboa, M. de Cerralbo (Madrid, 1845 – Madrid, 1922) |
Fue elegido entonces para tan alto cargo don Enrique de AGUILERA y GAMBOA, MARQUÉS DE CERRALBO (1890-1899), grande de España, Senador por derecho propio y exdiputado en 1872 de la minoría que no llegó a presentarse en el Parlamento. Cicatrizó Cerralbo las heridas que la escisión integrista habían abierto, organizó la participación en las elecciones primeras que se hicieron con Sufragio Universal presentando en el Congreso una Minoría que no fue igualada hasta 1907, y mantuvo en los sucesivos parlamentos minorías tradicionalistas. Recorrió España entera en viajes de propaganda, y llevó a cabo una organización tan ejemplar, que aun hoy se la recuerda. Pero los trabajos de Conspiración realizados a raiz de la pérdida de las Colonias, fracasaron entonces a consecuencias de la defección del General Weyler, y el Marqués de CERRALBO vióse obligado a dimitir, al mismo tiempo que se expatriaba.
Matías Barrio y Mier (Verdeña, 1844 – Madrid, 1909) |
Carlos VII designó entonces para Delegado a don Matías BARRIO Y MIER (1899-1909). Catedrático de la Universidad Central, diputado por Cervera del Río Pisuerga, cuya representación ostentó ya en 1871. Del período de BARRIO Y MIER, guarda el partido carlista grato recuerdo. Iniciado en tan pésimas circunstancias su gestión de Delegado, tuvo que soportar el momento de indecisión que produjeron los incidentes del movimiento de 1900, cuando Torrents atacaba el Cuartel de la Guardia Civil de Badalona y Grandía se mantenía durante quince días en las montañas de Berga, deseo que don Víctor Pradera, entonces diputado, defendió gallardamente en el Parlamento. Pero con su tacto obtuvo Barrio mucho más: la reconciliación de Cerralbo y Vázquez de Mella con Don Carlos, cuyo hecho tangible fue la candidatura de Mella por Barcelona, y el movimiento de renacimiento del partido que culminó en las elecciones de 1907.
También en aquel período se iniciaron los aplechs carlistas que movilizaron enormes masas y nueva floración de prensa tradicionalista que propagó nuestras doctrinas. Se iniciaron entonces las corrientes de armonía entre Nocedal y Mella, desapareciendo las pugnas entre los dos grupos tradicionalistas.
Fallecido Barrio y Mier en 1909, fue nombrado Delegado el diputado navarro don Bartolomé FELIU Y PÉREZ (1909-1913), y al morir Carlos VII, pocos días después, su sucesor Jaime III le reiteró la confianza.
El movimiento iniciado en el período anterior se aceleró notablemente. Fue nombrado Jefe de los Requetés Españoles el General don Joaquín Llorens y Fernández de Córdoba, Marqués de Córdoba, dándose un caso de organización militar independiente de la política.
En 1913 adoptóse nueva organización creándose la Junta Nacional, cuya presidencia fue conferida al Marqués de CERRALBO (1913-1919), actuando ésta durante el delicado período de la Guerra Europea. Divergencias entre la Junta Nacional y Jaime III fueron causa de que naciera el cisma tradicionalista de Vázquez de Mella. Aquella crisis terminó con la separación del Marqués de Cerralbo, en 1919, siendo nombrado Representante en España por Don Jaime, el ilustre jurisconsulto aragonés, don Pascual COMÍN Y MOYA, con el título de Secretario.
Luis Hernando de Larramendi Ruiz (Madrid, 1882 – Madrid, 1957) |
HERNANDO DE LARRAMENDI comenzó la reorganización con grandes dificultades, pues entre los mismos fieles de Jaime III no había verdadera unidad. Pero en la Junta de Biarritz, pudo presentar la armadura del partido, reconstituida, y su actividad le permitió reunir los elementos disgregados, aunque desgraciadamente el partido no tenía la fuerza de unos años antes. Nuestras minorías parlamentarias quedaron reducidas a unos pocos diputados y senadores. Al cesar la dirección del señor Hernando de Larramendi, éste pudo entregar a su sucesor un partido existente, de mayor o menor volumen, pero con juventudes entusiastas, especialmente en las regiones donde la escisión había hecho menos estragos, Navarra y Cataluña.
José Selva Mergelina, Marqués de Villores
(Villena, 1884 – Valencia, 1932)
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Mucho a ello contribuyó el gran corazón lleno de bondad del Marqués de Villores, quien falleció en 1932, cuando los propagandistas tradicionalistas con sus campañas habían extendido la vitalidad de nuestra Comunión por todos los ámbitos de España. Beunza, Rodezno, Lamamié de Clairac, Urquijo, Gómez Rojí, Estébanez, Oreja y Oriol, fueron los diputados de aquella heroica minoría que solo puede ser comparada a la de 1869.
Tomás Domínguez Arévalo, C. de Rodezno (Madrid, 1882 – Villafranca, Navarra, 1952) |
Antes de morir, pasó por el duro trance del fallecimiento de Jaime III, y Don Alfonso Carlos I (q. D. g.) le honró, reiterándole la confianza. El estado de salud del Marqués obligó a que se creara la Junta Suprema, y al fallecer el Marqués de Villores, la Junta se encargó de la dirección del Partido, bajo la presidencia del Conde de RODEZNO.
Don Tomás Domínguez Arévalo, Conde de RODEZNO (1932-34), exsenador y exdiputado, diputado de las Constituyentes, escritor pulquérrimo e historiador concienzudo, ha presidido el notable esfuerzo de propaganda y actividad. Las persecuciones que los Gobernantes del Bienio desencadenaron contra el Tradicionalismo, sirvieron para animar la llama, y España fue recorrida por propagandistas tradicionalistas y las organizaciones, especialmente de Boinas Rojas y Margaritas, florecieron por doquier. Andalucía se pronunció por nuestros ideales y en la lucha electoral de 1933, 21 diputados tradicionalistas se sentaban en el Parlamento, acaudillados por el propio Conde de Rodezno y entre ellos, novedad jamás vista, ni tan solo en 1871, cuatro diputados representando Andalucía Carlista. Los señores Martínez, de Pinillos, Palomino, Tejada y el obrero Ginés Martínez Rubio.
Manuel Fal Conde (Higuera de la Sierra, 1894 – Sevilla, 1975) |
Pero los acontecimientos han impuesto nuevas modificaciones que han llevado a la SECRETARIA GENERAL PARA ESPAÑA, hoy restablecida, la figura de don Manuel FAL CONDE. Con tales predecesores y con un historial como el que tiene el señor Fal Conde, mucho cabe esperar para nuestra Comunión.
Crisis dolorosísimas, disensiones entre hermanos, períodos de calma en que nos querían cazar con promesas, persecuciones, desorganizaciones impuestas por el fracaso de intentonas y guerras, régimen parlamentario, dictaduras, períodos revolucionarios, todo ello ha podido influir más o menos en la lozanía del partido, pero en su vida, no. Ni las tentadoras ofertas de Pidal, ni los consejos del Cardenal Sancha, ni minimismos ni adhesiones han interrumpido su existencia. El Tradicionalismo existe a pesar de todo cuanto se ha hecho contra él. Ha visto sus más idolatrados generales, como Cabrera, pasarse al enemigo, ha visto la ingratitud, el abandono imperar en el mundo político español, pero su esencia ha vivido en la lealtad de los humildes, en los Caudillos que no claudican, en su bandera inmaculada. La nobleza se había separado de nosotros, nuestros veteranos formaban el último cuadro de la vida cayendo heridos por la edad, los ambiciosos se acogen a reconocementeras influencias; pero el Partido, la Gran Comunión, persiste, como persistió, después de Vergara, como persistió después de la amnistía que terminó con la guerra de los Matinés, como persistió después del fusilamiento de Ortega, y de la traición de Cabrera, como persistió después de la traición de Dorregaray y del paso de Valcarlos por los últimos soldados leales.
Si el Carlismo no es algo Providencial, si su existencia no ha sido guardada por la Providencia divina para una gran misión, hemos de confesar que su persistencia durante 100 años de sacrificios sin recompensa y de dolores sin cuento, es el mayor absurdo político que se conoce, y que no tiene humana explicación.
A este conjunto de lealtades no igualadas, de sacrificios, de tristezas, de dolores, pero también de esperanzas sin límites, viene hoy a regir el señor FAL CONDE. Conociendo la Comunión Tradicionalista y conociendo el nuevo Secretario todo es de aguardar de su actuación, y por esto, una vez más, la muchedumbre del partido ha estado unida a su Caudillo Don Alfonso Carlos, depositando ambos al unísono, como acordes y unísonos están sus corazones, la confianza en don Manuel Fal Conde para que nos guíe al Sacrificio y al Deber, para por la Gloria y el Triunfo ver restaurada en España la Tradición Real y Foral bajo la protección divina del Sagrado Corazón.
MELCHOR FERRER.
Barcelona, Junio, 1934.
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