Cinco años antes, Estrada y Mosé, voluntarios realistas malagueños, habían contribuido activamente a la persecución y derrota de la facción revolucionaria que acaudillada por José María Torrijos había desembarcado en la costa de Málaga el 3 de diciembre de 1831. Estos capitanes habían concurrido con el mayor entusiasmo a la persecución y rendición de los rebeldes liberales, por cuyos servicios fueron ascendidos y premiados por S.M. con la cruz de primera clase de la Real y militar orden de San Fernando.
Los revolucionarios, vencidos y humillados, hubieron de aguardar cinco años para vengar al traidor Torrijos y asesinar a sangre fría a algunos de los que habían contribuido a derrotar a su caudillo en buena lid.
Que la historia la escriben los vencedores lo constata el hecho de que hoy en Granada todos conozcan el nombre de Mariana Pineda, ejecutada por traición de lesa majestad, pero nadie el del Padre Osuna (de quien dimos cuenta en una entrada anterior), apuñalado en dos ocasiones por sus ideas, sin condena judicial, mientras se hallaba indefenso en la cárcel. Del mismo modo, se han vertido ríos de tinta sobre el fusilamiento del faccioso Torrijos, cuyo nombre es bien conocido en Málaga, pero nada se ha escrito sobre los hechos que relatamos hoy, por lo que consideramos de justicia sacarlos del olvido.
Según relataba el periódico liberal Eco del Comercio el 16 de noviembre de 1836,* el 4 de octubre anterior no se había presentado ninguna autoridad cristina «para contener los desórdenes ni menos reforzar la guardia de la cárcel con el auxilio competente», como habían pedido el comandante de Málaga don José Mendal y el sota alcaide de dicha cárcel don Miguel Gónima.
El 8 de noviembre de 1836 fueron sometidos a un consejo extraordinario de guerra José León y consortes, «por los alborotos ocurridos en esta plaza el día 4 de octubre último, que produjeron la grave alteración de la tranquilidad pública, y los asesinatos en las personas de don Francisco Estrada y don Carlos Mosé, que se hallaban bajo la salvaguardia de la ley en la cárcel pública».
Los sargentos José León y José Gentil, de la llamada milicia nacional, fueron sentenciados a pena de muerte. Diego Orozco, uno de los principales cabecillas según la sentencia, fue indultado por el capitán general cristino. Otro de los acusados, Francisco Ruiz, fue condenado a seis años en el presidio de Alhucemas, mientras que los demás soldados implicados fueron puestos en libertad.
En realidad, los crímenes fueron obra de toda la segunda compañía de granaderos, que incitó a otras a secundarlos, como demuestra el hecho de que sus oficiales y sargentos se negaran a designar a «los individuos que cometieron tales excesos, no pudiendo ignorar quienes fuesen».
Los carlistas malagueños no olvidaron nunca a sus correligionarios martirizados por defender nuestra bandera y nos consta que aun en 1896, con motivo de la fiesta de los Mártires de la Tradición, realizaban solemnes funerales en la parroquia del Sagrario, donde yacen los restos de don Francisco Estrada y don Carlos Mosé, ante cuyas tumbas cantaban un responso y depositaban entre otras coronas, una de la familia, otra de la junta Provincial y otra de la Juventud Tradicionalista (véase aquí).
Iglesia del Sagrario en Málaga, donde reposan los soldados de la Tradición Estrada y Mosé |
* ECO DEL COMERCIO (16/11/1836)
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