En la historia de los grandes imperios de la Antigüedad podemos encontrar varias circunstancias que coinciden en sus caídas: crisis económicas, cambios climáticos, problemas políticos y sociales y llegada de nuevos pueblos en calidad de inmigrantes, invasores e incluso ambos. Estas circunstancias no son aisladas: el cambio climático suele implicar desplazamientos en masa y grandes perjuicios económicos que ocasionan conflictos sociales y políticos, a menudo agravadas por la llegada de pueblos extranjeros que aumentan la tensión social.
No hace falta tener mucha imaginación para ver una relación entre estos factores y la situación actual: la Crisis económica global, el Calentamiento Global y la continua inmigración africana a Europa corresponden con estas circunstancias. Si comparamos la situación actual con la de los imperios de la Antigüedad podemos suponer que la situación climático-política se irá agravando y el Calentamiento Global ocasionará grandes perjuicios a la economía mundial y grandes problemas sociales, que agravarán la situación política. Finalmente los musulmanes, cultural y demográficamente más fuertes que los occidentales, construirán estados de poca duración en el lugar de los actuales (en muchos lugares ya constituyen "estados dentro del estado").
Sin embargo, esto es una comparación de una situación anterior y puede no darse, por no mencionar que hay que tener en cuenta que tanto la introducción de elementos extraños en la cultura occidental como la opresión de la corrección política contra cualquiera que intente criticar la situación actual ha cristalizado en un movimiento de reacción doble (contra los elementos extraños y en mayor medida contra lo políticamente correcto) como es la Alt-Right, que a la hora de presuponer la creación de "estados bárbaros" habría que tener en cuenta.
Pasemos al presente. La situación actual nos presenta un cambio que a la mayoría probablemente se le esté pasando desapercibido: Estados Unidos está perdiendo su papel de primera potencia mundial. Por un lado, China lleva discutiendo el papel de única superpotencia económica a Estados Unidos desde hace unos años, y por otro el "efecto Trump" está debilitando políticamente a Estados Unidos. Donald Trump ha canalizado en su persona dos bandos de una guerra ideológica que se lleva fraguando desde hace tiempo y que ha adquirido gran relevancia al tomar parte el (ex)presidente Obama (mientras seguía en el cargo) y diversas estrellas de Hollywood, por lo que el conflicto ahora engloba a todos los estratos de la sociedad estadounidense --que es vox populi en el mundo occidental, con el descrédito de su imagen política que ello conlleva.
Trump se ha alzado con el poder, así que durante cuatro años el presidente de los Estados Unidos se encontrará con la hostilidad de la mitad del país y de la mayoría de la opinión pública. Esto implica que además de que Estados Unidos se encuentra dividido, la política estadounidense se internará en sí misma, primero por el enfrentamiento entre Trump y sus detractores y luego por una ola de revanchas cuando estos lleguen al poder. A esta situación hay que añadir el relevante papel que ha ocupado Rusia en la victoria de Trump, por lo que la primera potencia mundial pasa de meterse en asuntos de otros países a que otro país se meta en sus asuntos. Por esta misma razón no es difícil pensar que Estados Unidos va a perder en breve su hegemonía política.
A diferencia del caso de China (pues el proceso de "reemplazo" ha empezado ya) es más difícil prever quién ocupará el puesto que Estados Unidos deja vacante, sin embargo quién tiene las mayores posibilidades es Rusia: un país con una política exterior muy intensa, que ha salido victorioso de los enfrentamientos con las estructuras supranacionales, ha intervenido en los asuntos internos de la primera potencia mundial y cuenta con una imagen exterior de país fuerte y estable (algo de lo que actualmente carece EEUU) y con un presidente que lleva casi veinte años en el poder y que tiene el carisma suficiente como para levantar las simpatías de contrarrevolucionarios e izquierdistas a la vez.
Ante este panorama ¿qué posición nos toca jugar a los carlistas? Aunque la situación interna de España no es tan favorable a un triunfo carlista como hace cuarenta años, la situación externa en cambio sí que es mucho más favorable a un triunfo carlista que hace cuarenta años e incluso crearía una gran inercia en el plano internacional.
Hasta hace poco, Estados Unidos era la cabeza de la ortodoxia democrática; por lo que una salida de tal ortodoxia implicaba el inevitable aislamiento político. En cambio, Estados Unidos va perdiendo la hegemonía política y económica, siendo sustituida por dos estados que entran fuera de la ortodoxia liberal: China, una dictadura comunista en lo ideológico y ultra-capitalista en lo económico, y Rusia, que aunque tiene la estructura formal de una democracia, no parece obedecer al discurso dominante. Esta situación deja un margen de actuación menos estrecho, que le permitiría a una España carlista ponerse bajo la protección de una de las dos potencias, preferentemente Rusia, por mayor cercanía geográfica a la Península y relativamente ideológica al discurso carlista, una alianza que interesaría bastante a Rusia, pues le daría un importante apoyo en un espacio tan geo-estratégicamente importante como es España, con mayor atención al Estrecho de Gibraltar.
La constitución de un Estado carlista, intolerable para la ortodoxia liberal, conllevaría a la Unión Europea un problema de primera magnitud, puesto que su expulsión (caso bastante probable) implicaría un antecedente para la salida de otros países de la Unión Europea de un peso mayor que el caso de Reino Unido; antecedente que los partidos anti-europeístas no tardarán en aprovechar.
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