Por D. Juan Vázquez de Mella
El general Cabrera rompe el cerco de Morella, obra de Augusto Ferrer-Dalmau |
Es la perseverancia la virtud del héroe, y la resignación en el infortunio la del mártir.
Constancia en el combate para no rendirse, y sublime paciencia en la desgracia para no ir por el camino de la desesperación a la locura o a la vileza, son grandezas del alma que brotan del sacrificio, fuente inexhausta de las bellezas morales. Y el sacrificio supone el imperio de la voluntad sobre las solicitaciones de la concupiscencia y la idea luminosa del deber sojuzgando al entendimiento, y las dos cosas juntas una energía irresistible que hace de la vida un dilema entre el honor o la muerte.
Ni la victoria colma nuestros anhelos, ni la desgracia rinde con la postración del desastre nuestras fuerzas.
España, que, paladín armado del derecho, ha salvado en una cruzada, siete veces secular, la civilización universal del simoun de los desiertos africanos; y en las contiendas de este siglo, luchando cuerpo a cuerpo con la revolución, ha demostrado que será, en la nueva edad que ya comienza, la Covadonga de Europa.
Nuestro pueblo hace de la desgracia el escabel de la fortuna, y de la derrota el pedestal de la victoria.
Por eso, al conmemorar a nuestros mártires y a nuestros héroes, sería la mayor de las injusticias no celebrar la memoria del más grande de los héroes y los mártires, del que resume y condensa así toda nuestra historia y compendia en su nombre, que significa la firmeza del triunfo y el desprecio de la muerte, todos los rasgos de nuestro carácter, el sublime general NO IMPORTA, emblema de nuestra raza.
El joven Príncipe que después se llamó Carlos V, oponiendo a Napoleón, en el castillo de Marrac, el non possumus del honor en medio de la debilidad y vileza de Carlos IV y Fernando VII, se yergue, al lado de los que cayeron en el Parque y entre los escombros de Zaragoza, como una de las figuras más hermosas, que el odio político ha tratado de cubrir con el velo del silencio, en ese cuadro portentoso que iluminan las descargas del 2 de mayo, las bombas de Gerona y las estrellas arrancadas al cielo de la victoria en Arapiles y Bailén.
Desde el héroe de Arquijas hasta los mártires de Abanto, en las ondas de ese río de sangre generosa que socava los muros del agrietado alcázar revolucionario, se oye, como un murmullo solemne que parece la voz de la Patria, el perpetuo NO IMPORTA español que nos recuerda el deber de no rendirnos nunca al infortunio y alzar altivos la frente en las horas de las grandes tristezas nacionales, recordando las magnificencias del pasado, para salir de las desgracias del presente, fijos siempre los ojos en aquella Bandera que ondeará con su lema glorioso, cifra de nuestros amores y de nuestras esperanzas, sobre los trofeos de la victoria el día en que, aplacada la justicia de Dios con la penitencia, podamos recoger el galardón de tantos sacrificios como aun en este siglo ha ofrecido el gran héroe y el gran mártir, el general NO IMPORTA, oponiendo su pecho a la metralla para que no llegara hasta el altar.
Artículo publicado en El Correo Español el 10 de marzo de 1905, reproducido por El Requeté (Buenos Aires, 1 de marzo de 1939)
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