Hispania-Spania. El nacimiento de España. Conciencia hispana en el Reino Visigodo de Toledo. Actas Editorial (Madrid, 2014). 563 pp. |
Como autor ha colaborado en las revistas Razón española y VERBO, sobre temas relacionados con España, en lo relativo a su historia y su tradición, sobre el monacato cristiano y su papel en la construcción de la Cristiandad.
Hispania-Spania. El nacimiento de España se presenta como una continuación del clásico El concepto de España en la Edad Media de José Antonio Maravall, ampliando el límite cronológico de la invasión islámica a fechas anteriores.
Esta obra nace con el propósito de revisar y redescubrir la historia de España remontándose a sus propios orígenes, para lo cual retoma la tesis tradicional de la época visigoda, y en particular el III Concilio de Toledo, como fundador de facto de España como nación. Sólo redescubriendo sus orígenes, cree Cantera que España podrá retomar su tradición, entender su historia, redefinir su presente y crear un futuro.
Roma unifica España mediante su lengua, su derecho, sus calzadas y sus milicias. Junto a Roma llega el cristianismo, con el que España da a Roma al emperador Teodosio, quién hará oficial en el Imperio el credo de Nicea. Las invasiones germánicas provocan la disgregación del Imperio, pero la Iglesia Católica hace que éste conserve una cierta unidad. El Reino de Toledo supondrá la primera experiencia de gobierno único e independiente sobre toda la Península con la unificación llevada por Leovigildo, Recaredo con el III Concilio de Toledo establece la unidad católica de España y Roncesvinto establece la unidad jurídica o civil con el Liber Iudiciorum, base jurídica de los reinos cristianos medievales.
El III Concilio de Toledo establece la unidad católica de España mediante la unión por la misma fe y en el mismo reino. La unificación religiosa establece tanto el mismo credo como la misma liturgia, debido a la interrelación entre la lex credendi y la lex orandi, establecida esta última en el IV Concilio de Toledo, presidido por San Isidoro de Sevilla.
A partir del III Concilio, la fe católica se vuelve una condición indispensable para el monarca visigodo. En el VIII Concilio, Recesvinto, afirmaba que la observaba con los fieles, invitaba a ella a los infieles que quisieran salvarse, gobernaba en ella a sus súbditos, amonestaba a sus propias gentes a que la observasen y la anunciaba a pueblos ajenos.
El concepto de España en la época visigoda distingue entre un concepto de orden político, el reino o las provincias de España y Galia, el Reino Visigodo, y un concepto puramente geográfico, el referido a España propiamente dicha. España en la época se escribe mediante las grafías Hispania e Spania, sin embargo, también es muy común el uso de esta palabra en plural: Hispaniae/Spaniae, las Españas.
La monarquía visigoda encuentra su capital en la urbs regia, sede de la monarquía y de su aparato administrativo. En éste, destaca el Oficio Palatino, una administración central con varias ramificaciones a la cabeza cada una de un Comes. Junto a ella, existía el Aula Regia o Senatus, una asamblea compuesta por los principales nobles y eclesiásticos del reino que debía asesorar al Rey en los asuntos políticos, legislativos y jurídicos más importantes. La urbs regia se establece en Toledo, que también se transforma en la Primada de las Españas, y allí se reunirá el Concilio General de la Iglesia Hispánica, con preferencia en la Basílica de Santa Leocadia.
El concepto de las Españas (Spaniae, Spaniarum, Spanias, Spaniis, Spaniam) surge en época romana para designar al conjunto de provincias romanas establecidas en Hispania, y sólo unificada mediante la Archidiocesis hispaniarum. España se encuentra dividida en época visigoda en Conventus o Provincias, cada una de las cuales se encuentra en cabezada por un dux, un comandante militar con funciones administrativas y judicales. La provincia, que en época romana se dividía en conventus (convertida ahora en sinónimo de provincia), se divide en época visigoda en pars o regio.
La división administrativa de Hispania sufriría numerosas modificaciones a lo largo de la historia de Roma, sin embargo, cuando pasa al dominio godo, sus provincias son las siguientes: Baellica, capital entre Corduba e Hispalis, Lusitania, con capital en Emerita Augusta, Tarraconensis, con capital en Cartago Nova (la ciudad era también Primada de las Españas, pero ésta se traslada a Toledo cuando Cartago es conquistada por los bizantinos), Tarraconensis, con capital en Tarraco, y Gaellica, con capital en Bracata Augusta. A estas provincias se añade la provincia Galliae, también conocida como la Septimania o la Narbonense, el territorio en Galia que sigue en manos del Reino Visigodo a la caída del Reino de Tolosa.
Santiago Cantera señala el gran vigor que conserva la vida provincial, lo que se observa en la gran diversidad de costumbres y ritos religiosos, que incluso deberá ser sometidos a legislación por el Concilio de Toledo para evitar la disgregación o los cismas, conservando la uniformidad del reino. En otros casos, sin embargo, se aceptarán. Cantera dice de la vida provincial: el Concilio XIV refleja a un mismo tiempo (...) un claro sentido de España, y de la unidad del reino visigodo, así como un claro sentido de la vida propia de las provincias en el seno de la comunión hispánica superior, juntamente con un claro de universalismo católico en torno a una misma fe, al Papa de Roma y a los Concilios Ecuménicos.
El concepto de España se entiende con los conceptos de gens, patria, populus y regnum. La Gens designa a una colectividad que comparte un mismo origen, siendo sinónimo de pueblo, nación, raza o estirpe. La Patria es el territorio común que habitan godos e hispano-romanos, aplicándose tanto a España como al reino visigodo de España y Galia. El Populus es el pueblo que habita el territorio hispano o parte de él, y que se encuentra bajo la autoridad del rey godo. El Regnum es la entidad política sometida al gobierno del rey, así como la autoridad y ejercicio del poder real. Estos conceptos suelen ir unidos al genitivo gothorum (de los godos), al haber interiorizado las clases cultas hispanas la monarquía goda como propia, de forma que incluso los hispano-romanos se integran a sí mismos dentro del adjetivo godo, que pasa a englobar a todo el pueblo hispano.
Hago aquí una pausa para una breve reflexión. Por lo que se desprende de la definición de los conceptos arriba expuestos y por el uso en los discursos recopilados en la colección canónica Hispana, de la que nos da testimonio el libro, hay una asimilación entre este concepto de Patria con el antiguo concepto romano de res publica, la cosa pública, que no se menciona explícitamente en en este libro.
En los discursos recopilados en la Hispana, los intentos de magnicidio, usurpación del trono, sedición o rebelión contra la autoridad real son asimilados a atentados contra la patria o la gens, algo que se entiende tanto atentados contra el poder político, como en cuanto atentados contra la tranquilidad pública o contra el interés de la sociedad, identificado aquí con la estabilidad del poder regio. La res publica es un concepto que se refiere al poder o la sociedad política como a los intereses comunes que hacen que un conjunto determinado de personas se agrupen en una comunidad.
Cabe relacionar ésto con el artículo relativamente reciente de Antonio Ullate Fabo en VERBO, la hispanidad a la luz del bien común, en la que hacía un breve repaso a la historia de la nación española, en cuanto lo que hace la nación es una ordenación hacia un fin, que es el bien común. Subrayemos aquí lo de común. La res publica es la organización social cuyo fin es tratar todo lo que es común a sus miembros, y el bien común es el conjunto de bienes que son comunes a sus integrantes. La Patria, en un sentido atemporal, más que la tierra de los padres, es la tierra común, aún siendo común a varias generaciones, y la nación o gens es el conjunto de personas con las que se tiene un origen o un interés común, La Patria y la Gens son inseparables del Regnum, la autoridad política, tanto como representantes de la comunidad, como en cuanto la entidad política tiene como finalidad el bien común de sus súbditos, el Populus. Incluso la Tradición, que Elías de Tejada establece como aquello que forma una nación, es definida por Ullate Fabo como el bien común acumulado.
Con esta obra, Santiago Cantera consigue que te apasiones de una época que se tiende a olvidar con facilidad, por considerarse una etapa breve y sacudida por las guerras civiles. Sin embargo, nada más lejos de la realidad: estamos hablando de una etapa que, desde la batalla de Voillé (509) hasta la invasión islámica (711), tiene la misma extensión cronológica que el reinado de los Austrias, o incluso un poco más. La unificación política de España y la unidad religiosa, son de hecho fenómenos tempranos, que no llegan más que a la segunda mitad del primer siglo de existencia del reino visigodo.
Fue una época muy compleja y de gran esplendor, en la que los visigodos entraron en contacto con Bizancio, llegando incluso a tener noticias de las invasiones islámicas en Oriente. En lo cultural, la Iglesia hispana alcanzó un esplendor sin parangón con respecto al resto de la Cristiandad contemporánea, y la colección canónica Hispana obtuvo una gran influencia posterior. Se desarrollan la Liturgia Hispana, llamada mozárabe o visigótica, y la teología cristológica y mariana. También caben destacar las grandes crónicas historiográficas, que con la colección hispana, el liber iudiciorum y los yacimientos arqueológicos constituye la principal fuente de información del período.
El yacimiento del Tesoro de Guadarrázar o el hecho de que los arcos de herradura, atribuidos a los musulmanes, tienen origen visigodo, también nos indica el esplendor artístico que debió gozar la época, y de hecho nos ayuda a entender la catástrofe que supuso en la práctica la invasión islámica, pues quebró por completo todo ese esplendor. Como Chesterton dijo, una cadena es tan fuerte como su eslabón más débil, y finalmente la inestabilidad política del reino godo, supuso la llamada a España a los mahometanos por el bando witizano, y así la cadena goda se rompió en mil pedazos. Por último, cabe recordar que tras la Reconquista quedaron castillos y mezquitas islámicas, como la Catedral de Córdoba o la Alhambra de Granada, o incluso sinagogas judías, pero no se olviden que no quedan basílicas visigodas.
Volviendo a la reseña, creo que el mayor éxito de Santiago Cantera supone rescatar y dar definición científica a una tesis muy tradicional, como es la del período visigodo como origen nacional de España. Creo que es un acierto buscar el modelo en el que debemos buscar nuestro futuro en la época visigoda: como se ha visto la etapa visigoda supone un modelo político de unidad y convivencia entre una vida regional activa y un reino unido y fuerte, una definición o una teoría de lo que es la Patria, la naturaleza de la unidad católica, el monarca guardando la religión como el último de sus súbditos, el gobierno conforme al Evangelio, la protección y fomento de la moral religiosa, la búsqueda de la unidad religiosa total y la predicación a otros pueblos; y finalmente, como no, un modelo de esplendor cultural.
Una última mención que merece Cantera es la relativa al carlismo. Desconozco que el monje benedictino sea o no carlista, aunque es probable que no lo sea, como mucho simpatizante, pero es de agradecer el reconocimiento del carlismo como heredero directo de la Tradición española, así como las referencias a Elías de Tejada en cuanto al concepto de Las Españas y a Miguel Ayuso en el mismo y en lo relativo a la unidad católica.
Personalmente, recomiendo bastante este libro, y considero que tras su lectura también sería recomendable leer el Concepto de España en la Edad Media, como continuación lógica, aunque no tradicionalista de éste, e incluso de ser posible interesarse más por algunas lecturas del período visigótico, cosa que yo mismo haré en cuanto pueda.
1 comentario:
No es el abad, es el prior.
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