La muerte de don Juan Vázquez de Mella, el tribuno glorioso, verbo cálido de la raza, ha tenido en toda España repercusión dolorosa. Su nombre, admirado de todos, respetado aún por sus enemigos de ideología y de credo político, era hoy uno de los prestigios más altos de la patria, uno de los luminares más radiantes del intelecto hispano, figura augusta de una estirpe de varones egregios por sus virtud y su genio, que por desgracia va desapareciendo, extinguiéndose en una sociedad poco adicta a los generosos ideales y a las altas empresas del espíritu.
Vázquez de Mella fue un exaltado idealista y patriota ferviente. Tenía fe, confianza absoluta en los destinos de la patria, a la que sirvió larga y abnegadamente como político, señalándole con sus famosos discursos un camino luminoso que era senda de redención.
Desde muy joven militó Vázquez de Mella en la causa tradicionalista. Se entregó ella con tanta pasión, con tan encendido entusiasmo y un sentido tan recto y austero que bien pronto no eran sólo la voluntad y el pensamiento del hombre público los que vivían consagrados a servir aquel ideal histórico, sino que también acudían al conjuro de ese servicio el hombre de letras, el intelectual, el filósofo, el buen caballero cristiano, el orador, cuanto era y fue en su grandiosa personalidad el eminente español que acaba de fallecer.
La obra de Mella como sistematizador del tradicionalismo, como caudillo de la causa católica en su esencia más pura, fue enorme y fecunda, y está llamada a perdurar en la historia, asegurándole una gloria excelsa en la posteridad.
Había nacido don Juan Vázquez de Mella en Cangas de Onís (Oviedo), el año 1861. En su familia distinguiéronse hombres ilustres que vistieron el uniforme militar. Uno de sus abuelos luchó en la defensa de la Coruña contra el general británico Drake; otro sirvió en la campaña de Portugal, a las órdenes del marqués de Valparaíso; tres de sus ascendientes lucharon en la batalla de Trafalgar; un tío de su padre lanzó en las montañas gallegas el grito en favor del pretendiente Carlos V. Su padre era coronel, y se retiró porque le fue negada la autorización para marchar a la guerra de África el año 1860.
En la capital de Asturias hizo Vázquez de Mella el estudio del Bachillerato y se licenció en Derecho en la Universidad de Santiago. En el Ateneo santiagués comenzó a mostrar sus condiciones oratorias en polémicas, en las que intervenían también hombres que después ocuparon puestos preeminentes en política, como González Besada y el marqués de Figueroa.
Resulta imposible la tarea de recordar los discursos pronunciados por el formidable orador en sus campañas de propaganda política en toda España, en el Parlamento y en fiestas de cultura y artísticas, para las que continuamente se demandaba su cooperación. Pero merecen consignarse, entre los grandes triunfos oratorios que alcanzo, sus discursos durante el viaje que realizó en 1903 por Barcelona, Gerona, Lérida y las principales poblaciones de Tarragona, en los cuales expuso con una pristina claridad y con una admirable elevación patriótica, los principios básicos del regionalismo. Son también memorables sus discursos de la sesión celebrada en el Congreso el 29 de noviembre de 1905, en el que volvió tratar el asunto regionalista, el que pronunció en los Juegos Florales de Sevilla, el año 1906, sobre el tema «El escepticismo y el egoísmo son los dos males que imperan en nuestro siglo, y la Iglesia es la única que puede curarlos.»
Fiel a su ideal político, Vázquez de Mella rechazó infinidad de proposiciones que se le hicieron para ir a los Consejos de la Corona con la actual dinastía.
Desde el 1909 fue el representante del partido jaimista en nuestra nación, por haber renunciado ese cargo el marqués de Cerralbo, hasta que después de la guerra, por discrepancias con don Jaime, acerca de la política internacional, dejó la vida activa de la política.
El cadáver de Vázquez de Mella, amortajado con el hábito de Terciario Franciscano, expuesto en la capilla ardiente. |
Durante la gran guerra, fue Vázquez de Mella el paladín en España de la causa germana y de la neutralidad, sus ardientes discursos de aquellos días produjeron enorme impresión en todas partes, así como sus artículos periodísticos sobre la misma cuestión.
Al terminar la guerra, el gran tribuno se recluyó en la vida privada, dedicándose trabajos históricos y filosóficos y recientemente ha dado una prueba de su gran talento, publicando su primer libro, La filosofía de la Eucaristía, en la que se muestra como modelo de teólogo seglar.
Hace unos años, Vázquez de Mella sufrió una grave enfermedad, consecuencia de ella fue preciso amputarle una pierna. Desde entonces apenas salía de su domicilio.
La muerte del señor Vázquez de Mella es para España una de esas pérdidas que nunca se lloran lo bastante, una de esas tristezas que por igual afligen toda la nación, sincera admiradora de su genio. La muerte ha paralizado un gran corazón, que en muchas ocasiones fue como el corazón ardiente gigantesco de la patria. ¡Que Dios haya acogido en su santa gloria al tribuno ilustre español ejemplar!
La Hormiga de Oro (Barcelona, 1 de marzo de 1928)
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