domingo, 30 de abril de 2017

Lutero pintado por los suyos

Martín Lutero

«Yo no me admiro, ¡oh Lutero!, de que verdaderamente no tengas vergüenza y te atrevas a levantar los ojos ante Dios y ante los hombres, por haber sido tan ligero y voluble que te dejaras llevar por instigación del demonio a tus más insensatas concupiscencias. Tú, fraile de San Agustín, has abusado, en primer lugar, de una virgen sagrada, que en otros tiempos habría expiado su delito con ser sepultada viva, y tú con ser azotado hasta morir. Y lejos de arrepentirte, ¡cosa execrable!, la has tomado públicamente por mujer, contrayendo con ella nupcias incestuosas, y abusando de la pobre y miserable doncella con escándalo del mundo, con reprobación y oprobio de tu nación, con desprecio del santo matrimonio, y con injuria y vilipendio de los votos hechos a Dios. Finalmente, ¡y es lo más execrable!, en vez de sentirte abatido y lleno de sentimiento y de vergüenza por tu incestuoso matrimonio, tú, ¡miserable!, haces alarde de eso, y en vez de implorar el perdón de tus miserables delitos, provocas con tus cartas y escritos a todos los religiosos a que hagan otro tanto.
ENRIQUE VIII DE INGLATERRA
Enrique VIII

«Dios, para castigar el orgullo y la soberbia que descubre en todos los escritos de Lutero, ha retirado de él tu Espíritu, y le ha entregado al espíritu del error y de la mentira, que siempre poseerá a los que siguen sus opiniones mientras que no se retracten de ellas.
CONRADO REISS, SACRAMENTARIO

«Ved cómo se esfuerza Satanás por apoderarse por completo de Lutero. No es raro el verle contradecirse de una página a la otra. Al verle entre los suyos lo creeríais poseído de una falange de demonios.
ZUINGLIO
Zuinglio

«Las gentes de bien no pueden menos de lamentarse del cisma funesto que has introducido en el mundo con tu arrogancia desenfrenada y sediciosa. —Lutero empieza a perder las simpatías de sus discípulos, hasta el punto que muchos de ellos le tratan de hereje, y afirman que, despojado del espíritu del Evangelio, ha sido abandonado a los delirios del espíritu humano.
ERASMO
Erasmo de Róterdam

«Verdaderamente, Lutero es en extremo vicioso. ¡Pluguiese a Dios que se hubiera cuidado de refrenar la intemperancia que trasciende de toda su persona! ¡Pluguiese a Dios que se hubiera parado un poco a reconocer sus vicios! —Lutero no ha hecho cosa que valga. —No conviene entretenerse en seguir sus huellas siendo papista a medias... Vale más fundar una Iglesia enteramente nueva. —Tu escuela —decía Calvino al luterano Westfal— no es más que una hedionda porquera. ¿Lo oyes, perro? ¿Lo oyes, frenético? ¿Lo oyes, bestia?
CALVINO
Juan Calvino

El Correo Español (18 de marzo 1893)

¡No a la retirada de la Cruz de los muertos de la Cruzada en Órgiva!

Animamos a todos nuestros lectores a firmar la siguiente petición: NO RETIRAR LA CRUZ DE LOS CAÍDOS DE ÓRGIVA.

Se trata de otra cruz que quieren quitar, esta vez en Órgiva, en la Alpujarra granadina, aludiendo razones de la falsa memoria histórica, que en realidad no es sino olvido histórico, pues la cruz, además de representar la fe cristiana de nuestros padres, sirve de piadoso recuerdo a los que murieron en la contienda de 1936.


Órgiva tiene muchas prioridades de las que debería ocuparse el Gobierno Municipal: carreteras infames, hospital, limpieza, infraestructuras municipales, juzgados, empleo, transparencia, participación....... Quitar esta Cruz que no contiene ninguna inscripción y ha sido punto de encuentro y disfrute de muchas generaciones no es ninguna demanda vecinal. No genera ningún conflicto. Actitudes talibanes de destrucción de una Cruz no producen ninguna reparación a nadie. Sólo se explica desde el intento de crear divisiones artificiales ya superadas.

NO RETIRAR LA CRUZ DE LOS CAÍDOS DE ÓRGIVA 

martes, 4 de abril de 2017

Reseña a la Biblioteca Literaria Carlista

Reseña a la Biblioteca Literaria Carlista.




Hace un par de semanas, se terminó en este blog de dar forma definitiva a una Biblioteca Literaria Carlista en la que se han incluido a numerosos autores que militaron en el carlismo durante toda su vida o una parte importante de su vida y en cuyas obras encontramos características comunes con el carlismo. También se ha incluido una sección anexa de autores no carlistas en la misma página, Literatura Tradicionalista, cuyos autores más importantes ya se abordaron hace una semana, además de otros autores que se han añadido y se irán añadiendo con posterioridad.

La principal de las características de la literatura tradicionalista es la importancia de la religión católica, pero también la defensa de lo regional, que se traduce en el gusto por la descripción de las costumbres locales en novelas costumbristas y naturalistas, y a menudo en la defensa de la lengua regional; destacando Pereda en el interés por la lengua montañesa, Pardo Bazán en la reivindicación del gallego y Marián Vayreda en la reivindicación del catalanismo político, siempre desde una órbita tradicionalista.

Nuestra Biblioteca se halla encabezada por los principales autores de la literatura carlista: Ramón María del Valle-Inclán, José María de Pereda, Francisco Navarro Villoslada y Marián Vayreda; cuyas obras se ha buscado organizar en función de su importancia o su interés, con la salvedad de Julio Nombela, cuya extensa producción hace difícil la priorización de sus obras.

Ramón María del Valle-Inclán (1866-1936) dio al mundo de la literatura al personaje carlista por excelencia: el marqués de Bradomín, un don juan «feo, católico y sentimental», que protagoniza las Sonatas de Primavera, de Estío, de Otoño y de Invierno (1902-1905), que tiene lugar en plena Tercera Guerra Carlista; y reivindicaría el carlismo en su serie de La Guerra Carlista (1908-1909). Dentro de la literatura general, Valle-Inclán es recordado también por ser su Tirano Banderas (1926) antecedente de las novelas de dictador y por inaugurar el género del esperpento con Luces de Bohemia (1920). Pereda fue uno de los máximos exponentes del realismo y el costumbrismo y es considerado el creador del género de la novela regional. Son muy importantes para la literatura carlista sus novelas de tesis. La Punyalada (1904) de Marián Vayreda (no hemos sido capaces de encontrar una edición digital de sus obras en castellano) es considerada una de las obras más importantes de la literatura de la Reanixença catalana y una de las máximas novelas de la literatura realista. Aunque Vayreda (1855-1903) abandonó el carlismo en 1896 por el catalanismo, éste seguirá muy influenciado por el tradicionalismo, especialmente en la época en la que sus discrepancias con los catalanistas republicanos y laicistas serán mayores. En este período escribe sus Records de la darrera Carlinada (1898) y Sang Nova (1899), una novela de tesis sobre el catalanismo.

Hemos relegado a Emilia Pardo Bazán (1851-1921) a un plano menor al que correspondería por la importancia y extensión de su obra a causa de la poca extensión de su período de militancia carlista, que según Xosé Ramón Barreiro se extendería hasta 1887 —si bien coincide cronológicamente con la serie que forman Los Pazos de Ulloa (1886) y La Madre Naturaleza (1887), considerada su obra maestra— y por su vida posterior poco ejemplar, tras la separación de su marido y las infidelidades hacia su amante el liberal Benito Pérez Galdós. A pesar de ello, es preciso reconocer la importancia de su extensa obra, siendo ella la introductora del naturalismo en España, que incluyen cuentos, relatos cortos, numerosos libros de viajes (en uno de los cuales, Mi romería, dedica el epílogo a describir al rey Carlos VII), diversas biografías, incluyendo las de Cortés y Pizarro, e importantes ensayos, destacando la cuestión palpitante (muy polémico) y tres tomos de la literatura francesa moderna.

En esta literatura encontramos el interés por las costumbres plasmado en forma de la novela costumbrista y realista. Se destaca los Pazos de Ulloa (1886) y Madre Naturaleza (1887) de Emilia Pardo Bazán y Escenas montañesas (1864), Tipos y paisajes (1871), Tipos trashumantes (1888) y Peñas Arriba (1896) de Pereda.

La importancia del catolicismo, aparte de la que tendrá en Pardo Bazán y su concepción particular (entiéndase: católica) del naturalismo, nos la encontramos en las obras de tesis de dos autores: José María de Pereda (1833-1906) y Manuel de Tamayo y Baus (1829-1898). Pereda escribiría A buey suelto (1888) para defender la indisolubilidad del matrimonio, y De tal palo, tal astilla (1880) para criticar la libertad de cultos; Manuel de Tamayo y Baus dedicaría exclusivamente sus obras a una finalidad moralizante y a atacar la pérdida de los valores tradicionales a partir de 1856 con La bola de nieve (1856), critica los celos con Lances de honor (1863), los duelos y el materialismo y el afán de lucro con Lo positivo (1862) y una diversidad de temas (infidelidad, amor imposible, honor...) en Un drama nuevo (1867).

sábado, 1 de abril de 2017

CX aniversario de Ramón Nocedal y Romea

Ramón Nocedal Romea (Madrid, 1842-1907)
Pocas veces será tan aplicable y exacto el conocido dicho de «de tal palo tal astilla» como en el caso, y valga la aplicación, de Ramón Nocedal. Hijo de don Cándido Nocedal, el gigantesco político y gran orador que durante varios años, y hasta su muerte, rigiera el partido carlista, no puede extrañar que heredara las excelsas cualidades que en tan elevado grado brillaran en su padre. Tuvo buena escuela y supo sacar provecho de ella.

Formado en el culto de la verdad religiosa y en el amor de los principios tradicionales, comenzó su experiencia política al lado de su padre, en la brillante minoría tradicionalista que él acaudillara en las Cortes de 1871. Ajenos estaban los prohombres de los partidos liberales que se turnaban en el juego del poder, cuando eran incesantemente fustigados por el verbo irresistible y la poderosa argumentación de don Cándido Nocedal, que éste habría de supervivirse de forma tan adecuada y exacta en el terreno de la lucha política.

Murió don Cándido, pero si el enemigo equivocadamente respiró a su muerte, poco le duró el respiro. Porque con la muerte de don Cándido Nocedal no calló su voz, ni mucho menos murieron las doctrinas y principios que tan celosamente defendió en vida. En el progreso hereditario que, como tan acertadamente la definiera Mella, es la Tradición, poco importa la contingencia y brevedad de una vida. Los hombres mueren, pero los principios viven, y por encima de las contingencias personales, el caudaloso río de la Tradición española sigue y seguirá su curso, fluyendo intacto e incontaminado, cada día más limpio y clarificado, hasta el fin de los tiempos, cuyo secreto profundo sólo Dios posee.

Pero si la Tradición no muere, porque es historia viva que arranca del pasado, se perfecciona en el presente y prolonga en el futuro, cabría que una generación infiel —revolucionaria— tratara y aun consiguiera romper momentáneamente su fluir histórico, abandonando su servicio y traicionando con una sustitución,, a base de doctrinas exóticas y heterodoxas, al ser del país que ella constituye. Esto intentó hacer el liberalismo en España y esto fue lo que ni siquiera momentánea ni circunstancilamente consiguió. Porque la Tradición española, aunque traicionada por unos y abandonada por otros, no quedó rota ni falta de seguidores y defensores. El Carlismo la recogió y, haciéndose depositario de ella, la defendió contra doctrinas extrañas y la conservó al día, perfeccionándola con el talento de sus hombres y fecundándola con la sangre de sus mártires, para esperanza y salvación de España.

Pero si la Tradición española encontró en el Carlismo el eslabón preciso para no romperse ni perderse, si gracias a él ha podido guardarse su esencia y continuarse ininterrumpidamente su desarrollo histórico, merece señalarse, dentro de ella, esa supervivencia personal que he indicado al referirme a la muerte de don Cándido Nocedal.


Si las doctrinas tradicionales no murieron porque no podían morir, y ahí estaba el partido carlista para evitarlo, tampoco desapareció del panorama político español, a su muerte, la egregia figura de don Cándido.

Su voz no calló. Esa voz que provocara crisis en los gobiernos liberales y que tan valientemente atacara sus errores y extravíos, continuó resonando, en el Parlamento unas veces, y en los campos y ciudades de España otras, porque otro Nocedal, hechura fiel del primero, continuó, continua y constantemente, encargado de que no se apagaran sus ecos.

Cándido y Ramón Nocedal, dos nombres y un solo apellido, al servicio de un mismo Ideal. Y en esta fusión de personalidades y de ejecutorias en el cumplimiento de una misma y sagrada tarea, está contenido cuanto en explicación y elogio de ambos pueda decirse. Pues para ninguno de ellos cabe mayor elogio que el decir sencillamente que fue padre de tal hijo e hijo de tal padre.

Cándido Nocedal y Rodríguez de la Flor 
(La Coruña, 1821 - Madrid, 1885)

Con lo anterior queda ya implícitamente dicho que Ramón Nocedal y Romea dedicó su vida entera y exclusivamente al servicio de los ideales tradicionalistas que su padre le inculcara y defendiera.

Por ellos renunció a honores, posibilidades sociales y políticas, aficiones particulares y satisfacciones personales. Por ellos también sufrió toda clase de persecuciones y padeció afrentas, intrigas, calumnias e injusticias continuadas. No interesa su inventario, pero sí destacar cómo, en medio de ese mar de adversidades, permaneció siempre entero, erguido y firme, sin claudicar ni acobardarse, clamando incesantemente la verdad y luchando en su defensa hasta llegar a ser un ejemplo digno de ser seguido por las generaciones venideras.


Sus dotes personales eran verdaderamente extraordinarias. Poseía un gran talento histórico-crítico y una maravillosa capacidad de síntesis, evidenciadas en sus apuntes y escritos históricos, y constantemente presentes en sus discursos políticos.

Como orador, sorprenden su facilidad y elocuencia. Hablaba con sencillez cuando de cuestiones sencillas se trataba, y con gran calor, vehemencia y entusiasmo, cuando se proponía llevar al auditorio la fe en sus convicciones y creencias. Y siempre, con gran claridad y elegancia.

En todos sus escritos y discursos se manifiesta una lógica férrea, aguda y sutil. Sus razonamientos son siempre claros y sólidos: acorrala al adversario y le reduce a la impotencia descubriendo sus puntos débiles con fina perspicacia y asestando en ellos los golpes irresistibles de sus argumentos. Esto le hacía un polemista terrible y peligroso, tanto más, cuanto que a su perspicacia y dialéctica razonadora se unían una fina ironía y una profunda intención para confundir al enemigo y ponerle en evidencia.

Contestaba las interrupciones parlamentarias con gran serenidad y frases concisas. Profundo, ardoroso y acometedor siempre, conforme fue adquiriendo experiencia sus magníficas dotes se fueron perfeccionando hasta hacerse un orador intencionado, experto, extraordinariamente eficaz y mortífero en los ataques, a la par que cauto para no dejarse envolver ni caer en las trampas dialécticas de sus enemigos. Esto le hizo brillar con luz propia en Parlamentos en los que figuraban oradores de la talla de Cánovas, Canalejas, Salmerón, Silvela, Sagasta y Maura, con los cuales contendió ventajosamente en innúmeras ocasiones.

Cualidad suya permanente fue la de ser siempre correcto y prudente, aun en sus más claras y duras intervenciones parlamentarias. Respetuoso con las personas, supo siempre decirles las verdades precisas sin ofenderlas y jamás transigió con sus errores, ni con las doctrinas revolucionarias, las defendiera quien las defendiera.


Fundó, con la cooperación de su padre, «El Siglo Futuro» y continuó en el Parlamento varias campañas que él iniciara. Poseedor de una solidísima formación religiosa y política, se constituyó en incansable defensor de los vejados derechos de la Iglesia y de las doctrinas tradicionales españolas.

Motivo constante de sus actuaciones fueron la crítica de las medidas antirreligiosas y antitradicionales de los gobiernos liberales, y continuamente, con fe de iluminado y valentía heroica, expuso ante auditorios muchas veces hostiles y enemigos las verdades salvadoras que él había recogido de la religión católica y de la tradición española. Como dice don Agustín González de Amezúa en el prólogo a uno de los volúmenes de sus «Obras Completas» por él recopiladas, podrá haber sido llamado con toda justicia «procurador en Cortes por la Iglesia». Y las campañas políticas hicieron a su vez de él el más genuino defensor de los fueros y libertades de las sociedades infrasoberanas.


Mucho se ha especulado sobre los acontecimientos que le colocaron fuera de la disciplina carlista y le llevaron a fundar el Partido Católico Nacional, más corrientemente conocido por «integrista», en el que continuó defendiendo, en todos los campos, los principios tradicionales y las doctrinas que recibiera de su padre y del partido carlista.

No interesa ahondar en esta cuestión, zanjada ya por el tiempo, con la natural fusión y vuelta del integrismo a la Comunión Tradicionalista. Por encima de hechos lamentables y de contingencias circunstanciales, carlismo e integrismo lucharon por los mismos principios y contribuyeron a salvar las mismas doctrinas y, desaparecidas las causas que determinaron su separación, se encontraron otra vez juntos en la misma disciplina. Cabe, pues, olvidar esta riña de hermanos, y a la luz de la doctrina, que es lo eterno, por encima de los hechos accidentales, considerar a Ramón Nocedal, ahora, en 1951, como un tradicionalista carlista de siempre, y de los que, de forma destacada, han contribuido en grado máximo a la salvación de la Tradición española y a este vigor actual del Carlismo español, tan magníficamente evidenciado en el florecer de boinas rojas de 1936.

Con este criterio he preparado esta antología y por eso, bajo el epígrafe de «Carlismo», figuran unos textos que, si directamente se refieren al partido integrista, por su sentido y alcance convienen también exactamente al Carlismo, y sobre él habrían sido pronunciadas por s autor de no haberse producido los acontecimientos que determinaron el nacimiento del Partido Católico Nacional.


El pensamiento de Ramón Nocedal fue rico en concepciones y exacto en su expresión. Con intuición profunda descubrió las raíces de los males que aquejaban a España y con claridad meridiana, y con machacona insistencia, expuso las soluciones a ellos. Sus palabras —así cuando anunció la muerte de los partidos liberales y la ruina a que llevarían a España—, muchas veces resultaron proféticas. Y siempre, claras y luminosas para calar en el alma de España y guiar los pasos de quienes buscan la verdad política. Por eso, a los cuarenta y cuatro años de su muerte, conservan todo su interés y viva actualidad y serán, sin duda, sumamente provechosas para los lectores actuales que se preocupan por los problemas políticos.


Del preliminar de la Antología de Ramón Nocedal Romea, preparada por Jaime de Carlos Gómez-Rodulfo, Editorial Tradicionalista, Madrid 1952, pp. 7-14.

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