Ya se acaba otro Halloween, una fiesta en la que los niños se disfrazan y llaman de puerta en puerta para amenazar con jugarretas si no les entregan golosinas. Es el «truco o trato», que ha llegado a España desde Estados Unidos y ya es prácticamente una tradición… de grandes almacenes.
Hace ya
meses, en uno de esos malos ratos que paso cuando tengo en la televisión un
telediario, salió una sección dedicado a la metedura de pelo del «Toro de la
Peña» en la que cambiaron el fuego de las astas del toro por unas bombillas
LED. A raíz de la polémica que se creó a causa del Toro de la Peña, la sección aprovechó para hablar de tradiciones que habían cambiado con el objetivo (o eso
decían ellos) de equilibrar tradición y respeto a los animales. El truco del
Toro de la Peña no contentó a nadie, pero resulta que otros sí. Uno de esos fue
cambiar una persecución por unos toros por unas grandes bolas de plástico que hacían
rodar por una cuesta. En otra ocasión, cambiaron una captura de patos por una
captura de huevos de plástico en el mar con regalos en su interior. Por
supuesto, les encantó a los niños.
Todos esos
cambios me produjeron una fuerte repulsa, pero lo que más me escandalizó fue
el hecho de que en todos se impusieron productos manufacturados, por lo general de algún tipo de plástico; lo que choca con los elementos de cualquier tradición popular. Antes, todos
los elementos de las tradiciones los daba la tierra, los paría un animal o los
producía un artesano. Se trataba de algo al alcance relativo de cualquiera. Ahora no: todo es salido de una fábrica y hay que confiar en un agente externo para que tenga lugar una tradición. La actitud oficial parece que estuviera sacada de Un
Mundo Feliz, de Aldous Huxley: el sistema económico impone el odio a la
naturaleza, pero con reservas (mientras venda).
Esto explica
por qué también se ha impuesto el modelo anglo-sajón de la Navidad: ayuda al
consumismo. Y no se sorprendan si en unos años aparecen, si es que no existen ya, grupos que quieran prohibir la Tomatina bajo la excusa de que se malgasta comida.
Lo malo de lo natural es que de ello sólo sacan provecho los ganaderos y agricultores, o al menos los
que no llenan su ganado y su cosecha de hormonas y transgénicos. El Día de
Todos los Santos no interesa, porque las flores no se fabrican en masa y los
dulces tradicionales del Día de Todos los Santos se pueden hacer en casa. Halloween sí que da beneficios: disfraces,
golosinas, decoración, películas de miedo… todo se puede hacer en masa en una
fábrica.
El Día de
Todos los Santos no genera consumismo, pero sí Halloween. Y ahora Halloween es
una tradición, pero es una tradición productiva. Con ella, los difuntos, protagonistas del Día de Todos los Santos o del Día de Difuntos, pasan a segundo plano en beneficio del egoísmo personal y de la felicidad material, y la dependencia hacia los comercios es total.
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