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¡Navidad! es decir ¡el nacimiento de la alegría, del amor, de la luz, de la fe! el nacimiento del Hombre Dios, es decir, de lo más grande y hermoso que puede concebir la humana imaginación: he aquí lo que simboliza el 25 de diciembre.
¿Por qué el rey del cielo envió a su hijo a nacer en un pesebre, y le envió en lo más crudo y riguroso del invierno?
Para enseñarnos la paciencia, la humildad, la mansedumbre, el amor a la pobreza y el desprendimiento de todos los bienes de la vida.
Jesús, que es la suma belleza, la suma sabiduría, la fuente de toda riqueza, el hijo y único amado del dispensador de todas las grandezas quiso venir al mundo, pobre, humilde, que tiene por habitación un desvencijado portal, por cuna un duro pesebre, por madre a una Virgen que le mece sobre sus rodillas, le toca con sus labios y le arrulla con su canto. Desde este momento histórico el cielo baja a la tierra. Ese Niño cifra toda su felicidad en nuestra felicidad. Y si Adán obedeciendo al espíritu de las tinieblas, separó de Dios al mundo, Él, obedeciendo libre y amorosamente al Espíritu de la luz, unirá al hombre con Dios, salvará al mundo perdido por Adán y establecerá la serie de las gracias y de las virtudes contra la serie de crímenes abierta con el pecado original.
¡Oh divino Jesús, con cuánta razón podemos repetir con el Apóstol: Donde había abundado el pecado ha superabundado la gracia! Eres ya nuestro hermano, Tu Madre es la nuestra, nuestra patria tu cielo, tu gloria nuestra gloria. Ante tu cuna se han formado dos razas de hombres, la raza de los que te aceptan y la raza de los que no te quieren; la raza del pecado de Adán y la raza de tu reparación; y mientras los primeros, buscando la deificación de la razón, caen en el más abyecto y miserable servilismo, los segundos, sujetando su razón al argumento de tus gracias, se explayan apacible y libremente por las riveras de tu luz y de tu amor.
Por esto cantaban alborozados los ángeles en el día de tu nacimiento:
Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad.
Por esto el mundo no necesita ya, en frase del Apóstol de las grandes concepciones, sol ni luna; porque la claridad de Dios lo ilumina, su antorcha es el Cordero.
LA VERDAD (Granada, 21 de diciembre de 1907)
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