Nació en Murcia, en 1877, de familia conocida por sus ideas católicas. Se hizo bachiller en el Instituto de Murcia. Su vocación por el periodismo le apartó de la Facultad de Medicina de Valencia, donde estudió dos años con gran brillantez, y marchó a Murcia, dónde se consagró al periodismo, dirigiendo La Semana Católica, y alternando en sus ocupaciones como profesor de Lengua en los Colegios de Segunda enseñanza de Nuestra Señora de las Mercedes y de San Antonio.
Los éxitos de La Semana Católica convirtieron a ésta en diario, con el título de El Correo de la Noche. Allí realizó formidables campañas en favor de sus ideales, campañas que se tradujeron en la fundación de un Círculo Católico de Obreros, del que Peñaflor fue el alma, auxiliado por los profesores del Seminario Conciliar de Murcia, don Antonio Muñera y don José María Molina, y el propietario murciano don Mariano Palarea.
Después, dio multitud de conferencias en Murcia y en los pueblos de la provincia, defendiendo la Causa Tradicionalista, fundando el Círculo Carlista de Murcia y contribuyendo a la organización de la Comunión en aquella región. Su palabra fácil, brillante, elocuentísima, era oída con verdadero entusiasmo, y los murcianos le eligieron concejal de su Ayuntamiento por gran mayoría de votos. Entonces era alcalde de Murcia D. Juan de la Cierva y Peñafiel, quien, al conocer los méritos del señor Fernández, trató en muchas ocasiones de llevarlo a su campo, sin conseguirlo.
Como escritor, es seguramente el que más produjo en el campo católico. pueden contarse por más de treinta mil artículos los que salieron de su pluma. Era el maestro de muchos periodistas que después honraron con sus firmas las columnas de los periódicos católicos de España.
Cuando llegó a Madrid, fue requerido para ocupar puestos de importancia en el periodismo; pero él, que vivió siempre consagrado a la defensa de los ideales católicos, no quiso escribir más que en las publicaciones de sus ideales.
En El Correo Español Peñaflor escribió durante mucho tiempo, alternando con Eneas (Benigno Bolaños), editoriales repletos de doctrina. El marqués de Cerralbo sentía verdadera admiración por el señor Fernández, y lo nombró director del órgano del carlismo. El Correo Español alcanzó en la época en que lo dirigió don Miguel Fernández las mayores tiradas, principalmente durante la guerra europea, en la que superó en número de ejemplares a todos los diarios que se publicaban en Madrid por la tarde.
Vázquez de Mella, muy amigo suyo, quiso que Peñaflor dirigiera la segunda época de El Pensamiento Español fundado por el ilustre escritor don Francisco Navarro Villoslada. Y ese periódico lo dirigió con gran acierto desde su reaparición hasta su muerte.
También escribió mucho en El Universo, en donde sustituyó a don Juan Menéndez Pidal, como subdirector, y los últimos años de su vida dirigió la agencia de información Prensa Asociada.
A los cincuenta y ocho años, y para demostrar que todavía era capaz de mucho, emprendió la carrera de Derecho, que terminó en dos años.
El gran Juan Vázquez de Mella quería y admiraba a Peñaflor como nadie, porque sabía de sus talentos, de sus virtudes y de sus renunciaciones. Los dos grandes hombres. Mella y Peñaflor, se comprendían y estimaban en lo que valían y eran, quizá sin proponérselo, espuela mutua de sus vidas admirables.
Peñaflor, hijo preclarísimo de la luminosa vega murciana, recibió un día el encargo de sus paisanos de llevar a Mella a Murcia, como mantenedor de unos juegos florales.
—Lo que usted quiera— le respondió don Juan a Peñaflor.
Mas llegó la fecha convenida, y Mella dio en la flor de resistirse, más que llevado de la pereza, como creían los miopes, de aquella vida intensa de trabajo interior que dialogaba con su espíritu prócer y fecundísimo.
—No puedo ahora... Estoy enfermo, fatigado...
—Pero, ¿cómo? —le dijo Peñaflor con aquella rudeza de varón de hierro que era su característica— ¿Es posible que usted me deje como informal ante mis paisanos? No, no puede ser. Les he dado palabra que iría usted, y por encima de todo, como sea, entero o en pedazos, en el tren o en una espuerta, usted va a Murcia... ¡Pues no faltaba más!...
Y Mella, que en estos menesteres era capricho y débil como un niño, fue a Murcia.
Le acompañó Peñaflor, que por el camino le iba diciéndole:
—No crea usted, querido don Juan que con venir a Murcia está todo hecho. Es necesario que usted se supere a sí mismo, que los arrastre, que los ponga de pie en las butacas. De lo contrario, habrá usted fracasado en Murcia, que es tierra de poetas y de oradores insignes.
—Y ¿qué? —le preguntaron a Peñaflor con la curiosidad en carne viva— ¿Qué pasó?
—Pues que antes de los cinco minutos los murcianos estaban de pie, enloquecidos, magnetizados, por la elocuencia maravillosa del gran tribuno.
Tal fue, a grandes rasgos, la vida del insigne periodista católico, Miguel Fernández Peñaflor. Antes de morir, pidió que le administraran los Santos Sacramentos, que recibió con verdadera unción, y en sus últimos momentos, rodeado de su esposa y de sus hijos, no pensaba más que en recomendar a los suyos la defensa de sus cristianos ideales.
Momentos antes de morir, después de rezar fervorosamente el Rosario, sus labios pronunciaron esta frase, que habla con más elocuencia que muchos discursos: «Aprended, hijos míos, a morir cristianamente».
Fuentes:
El Siglo Futuro (17/02/1935)
La Lectura Dominical (23/03/1935)
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