DE LAS TIERRAS DEL SUR [XIV]
Don Ramón de Contreras y Pérez de Herrasti. Jefe Regional de Granada
Escribe Manuel FAL CONDE
Ramón de Contreras y Pérez de Herrasti (Granada, 1886 - 1952) |
A este tierno Infantito, ¡cuán grave profesión de sacrificios le han impuesto sus padres en la presentación al pueblo carlista!
Y dentro de las fronteras, esto es, bajo los poderes monárquicos, republicanos, dictatoriales, por este gran pueblo carlista, milagro de supervivencia secular, secularmente incomprendido. Raras veces en mayoría, constituye en algunas regiones del Norte y Levante fuertes minorías, no tan compactas como debieran; y en el resto de España, núcleos pequeños, muy diversos y significativos los carlistas aislados, esos valientes a quienes no hay quién apee de su burro ni haga callar en una discusión.
Ejemplo, no de estoicismo, que es insensibilidad pagana, sino de fortaleza, que es virtud cardinal hermana de la justicia; es fenómeno singular en el mundo, que ha resistido las más poderosas persecuciones.
LA PROBIDAD POLÍTICA POR ANTONOMASIA
Sea un mérito para los jefes: conservar el fuego entre los hielos de la general indiferencia; la honestidad política frente a tanta picaresca; el freno paternal para los ímpetus juveniles, aunque luego, como el inolvidable jefe de Granada del que vamos a ocuparnos, se presentara a la policía, cuando estaban detenidos los requetés por pintar letreros “subversivos”, para hacerse responsable de los mismos; la sabiduría de la prudencia en autorizar cuándo y quién podía aceptar cargos públicos; platicar amabilidades con fuerzas políticas llamadas afines, pero oportunidad en echar la raya de contención de sus abusos, siempre convencidos de que siempre se nos buscaba para absorbernos.
Y a cada gobernador que iba ocupando la sucursal del centralismo madrileño:
“Señor Gobernardor: vengo en nombre de la Comunión Tradicionalista a ofrecerme a usted para cuanto pueda interesar a España, al orden público, a la paz…”, si bien que haciendo constar nuestra disparidad actual con las orientaciones políticas del Gobierno.
O a cada obispo, acabado de prestar juramento de fidelidad a la Jefatura del Estado:
“En representación de la Comunión Tradicionalista vengo a ofrecerme a usted como católicos fervientes, que aman y sirven la religión y a la Iglesia, sin pretender jamás servirse de ella…”.
BUEN PLANTEL CARLISTA
O este relevante servicio a la Iglesia del fidelísimo jefe regional de Andalucía Oriental, el modelo de caballeros, don Ramón Contreras y Pérez de Herrasti, de la Real Maestranza de Granada, a cuya honrosa memoria va este artículo.
Granada tiene abolengo carlista: por el brazo enjoyado aristócrata, los Condes de Padul, los Marqueses de Casablanca, los Herrasti y otros muchos; y por el brazo en artesanía o en labranza, tanto la campiña como la sierra, y en especial las Alpujarras, contienen canteras vivas de mozos y zagales para las hondas, las lanzas, de la imperecedera esperanza del Rey carlista que cantara Valle Inclán.
En las Alpujarras realizó su mayor recluta el intrépido general Gómez, como si hubiera quedado en sus breñas flotando el alma de don Juan de Austria; y cuando en 1929 Primo de Rivera anunció que se levantaba la veda de elecciones a diputados a Cortes, nuestros jefes hicieron sondeos para presentar un candidato, y me contaba don Fernando Contreras que habían recogido en no pocos pueblos, de bocas de gente anciana, esta peregrina afiliación política: “Yo soy del Rey Don Carlos”, expresión significativa de don Carlos María Isidro, aunque sirvieran, para poder vivir, al cacicato del liberal don Natalio Rivas.
De ese cuño, pero sin concesión ni mínima a los liberales, fue el Tercio de Isabel la Católica.
ÉPOCA DE CONFUSIÓN
La unificación política abrió en España una era de oscurecimiento de ciertas libertades. El aval, el V.º B.º del magisterio de derecho público cristiano, puesto al alzamiento, esa unidad de los espíritus, enfeudó quizá con exceso a la jerarquía eclesiástica. Al menos en copiosa enumeración de casos concretos: la mitificación de nombres y signos; las prerrogativas eclesiásticas de personas o cargos cívicos; la vinculación económica de la Iglesia al Estado.
En ese prevalerse para fines políticos –quede de una vez para siempre a salvo la intención– de personas o cosas sagradas, tuvo un significado prevalentísimo, como señal y cuño de adhesión política, el juramento. Por respeto a esas intenciones, que he dejado marginadas, no reproduzco aquí la fórmula del juramento publicado, preceptuado oficialmente en el boletín del Movimiento.
Se perturbaron las conciencias. Yo pedí dictamen de moralistas a dos doctores de primerísima categoría, como reservándoles sus nombres, porque yo no tenía derecho a ponerles en la picota, como en la que yo estaba, a todos los vientos de iras y malos modos.
UN GRAN CARDENAL Y UN GRAN JEFE CARLISTA
¡Qué página de caballerosidad católica y de grandeza de alma escribió don Ramón Contreras!:
–“Señor Cardenal, se dice que en vista de las discrepancias que sobre el juramento de Falange existían, ha reunido V. Emma. a párrocos y superiores religiosos, y les ha dicho…”.
–“Sí, les he dicho que se puede, mejor dicho, se debe prestar ese juramento, y que se atengan todos a esa norma”. (Este íntegro cardenal de Granada no bailaba en la cuerda de cada personaje visitante).
Don Ramón:
“Pero es que yo he recibido este dictamen de moralistas que dicen lo contrario, y vengo a traérselo”.
Y con la humilde corrección de su limpio linaje, le entregó la cuartilla que el doctor Parrado leyó atentamente:
“El juramento promisorio obliga en conciencia, sea la materia grave o leve, y su incumplimiento es pecado grave de perjurio… obliga a manera de ley particular que el jurante se impone con el testimonio divino… el juramento promisorio, según Santo Tomás, obliga gravemente, y peca mortalmente quien jura sin ánimo de prometer y de cumplir lo prometido…”.
Seguía, tras las citas de los más autorizados moralistas, analizando el juramento oficial de FET de las JONS:
“Es juramento promisorio”. Después de la promesa laudable de defender la Patria y la autoridad legítima, “se ofrecen otras muy especiosas y bastante equívocas, que pueden ser causa de perturbación espiritual. Jurar no tener otro orgullo que el de la Patria in sensu exclusivo es inadmisible. La primera gloria del hombre es Dios. Presenta algunos equívocos, v. gr.: juro mantener sobre todo la idea de unidad en el hombre. El hombre est per se quid unum subsistens sin nuestra defensa. Jurar impasible perseverancia en todas las vicisitudes supone un heroísmo poco común.”
Retuvo el insigne prelado la cuartilla para copiarla y devolverla, y rogó al señor Contreras que volviera a los pocos días.
LA HUMILDAD DE LA SABIDURÍA
Nueva reunión en Palacio de la clerecía granadina:
El sabio y santo prelado:
“Les he vuelto a reunir para leerles un dictamen anónimo de moralista sobre el juramento de Falange y decirles que, ni se puede, ni menos se debe prestar dicho juramento, porque es promisorio y a nadie puede obligarse a prometer sino lo que quiera libremente y porque…” (siguen las razones).
Nunca aquellos celosos párrocos y piadosos religiosos besaron con tanta veneración el pastoral anillo, por pastoral, ni gozaron tanto los consuelos del Espíritu Santo por la unción del Orden Episcopal.
Don Ramón Contreras, siempre amante de la jerarquía eclesiástica, creció mucho en su devoción al sabio y humilde cardenal don Agustín Parrado. Con la mayor reverencia, no exenta de su gracia peculiar, relataba el final de su vida edificante.
Un impresionante hecho ameniza los últimos instantes de la vida, adustos hasta el desabrimiento, que ratifican la conducta recta y ascética de un prelado ejemplar.
Como era propio de su genio, iba preguntando al médico si ya la gravedad de su enfermedad indicaba la oportunidad del Santo Viático o de la Extremaunción. Si ya debía hacerse la recomendación del alma y encargaba a cada capitular su cometido.
Todo ejecutado piadosa y devotamente, quedaron solos en el aposento, su hermana, santa mujer que lo cuidó siempre, y un ancianísimo sacerdote de Palencia, que había sido su párroco cuando el doctor Parrado había empezado su vida sacerdotal.
Entregó entonces a su hermana su rosario de uso ordinario y le dijo que, según su creencia, los cardenales de la Santa Iglesia están ligados con voto de pobreza y que, por eso, no podía dejarle otra cosa que el rosario, porque su modesta hacienda la dejaba al seminario, y a ella la confiaba a la caridad de la diócesis.
¡Imponente final de un príncipe de la Iglesia!
MARAVILLOSO ENCARGO
En el silencio imponente de la alcoba, don Tomás, el viejo párroco, le dice:
“Prométame, señor Cardenal, pedir al Señor cuando esté en su Gloria, llevarme con su eminencia”.
“Así lo haré”.
La voz de la inconsolable hermana:
“¡Agustín, Agustín, que eso lo ha dicho don Tomás. Que yo no he dicho nada”.
Se quedó la cuidadosa Marta tan feliz con su rosario, y tranquila en la caridad de la diócesis.
Pero al día octavo, como en la liturgia de difuntos, don Tomás, que permanecía en Granada durante el novenario, se murió. Dulcemente se murió. Se murió de dolor de ausencia.
¡Ah! del desamor de algunos sacerdotes a sus obispos. Que aprendan.
IGUAL QUE…
La Reina inolvidable Doña María de las Nieves, para la que hubiera habido que inventar, si no lo tuviera nuestro idioma, el calificativo de amable, tuvo toda su vida una doncella guipuzcoana, llevada con ella en la guerra a los 17 años, y que cuando la Señora murió el 15 de Febrero de 1941, a los 89, Petra Echevarría llevaba al servicio de la Señora –unidísima, fidelísima, inseparable– unos setenta años.
El buen Eliseo Calle me escribía contándome cómo la óptima Petra no podía ni alimentarse ni llorar.
A la semana justa se quedó dulcemente muerta. El médico, a preguntas de Eliseo, no supo decir otra cosa que había muerto de pena por la separación.
¡Ah! del desamor de algunos carlistas al principio real.
Fuente: El Pensamiento Navarro, 12 de Mayo de 1970, página 6.
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