martes, 26 de marzo de 2024

La lluvia arruina la Semana Santa, ¿y qué importa?

El Cautivo con chubasquero durante la lluvia el Domingo de Ramos de 2024.


El Cautivo cubierto por un chubasquero durante la lluvia el Domingo de Ramos de 2024.

En Plaza Nueva de Granada, antes de la entrada de la Carrera del Darro y el Paseo de los Tristes, se encuentra el gran palacio de la Chancillería de Granada. La Real Chancillería era la institución que custodiaba el Sello del Rey, y desde el cual se emanaban los documentos principales; con el tiempo, a la Chancillería se le incorporaría la Real Audiencia, el tribunal superior que administraba justicia en nombre del Rey. Tal era su importancia que el Palacio de la Chancillería tenía la consideración del Palacio Real, y en las procesiones y desfiles públicos el sello desfilaba en el lugar que correspondía al monarca: pues el sello era la imagen del Rey y símbolo de su autoridad.


Sello, según el Independiente, del Rey Felipe II. Por su heráldica, seguramente del Emperador Carlos V.

Anverso y reverso de un sello, según el Independiente de Granada, de Felipe II.
Según la heráldica y la propia efigie del monarca, posiblemente se trate de Carlos I.

Casi 500 años después, tiene lugar otro hecho que al principio no parece tener ninguna relación con lo que acabamos de contar (ya se verá más adelante): el pasado 24 de marzo, Domingo de Ramos, aproximadamente a las 16:15, la Junta de Gobierno de la Ilustre Cofradía de la Entrada de Jesús en Jerusalén anunció que este año no realizaría su estación de penitencia, debido al riesgo que suponía la lluvia de barro para las imágenes. A lo largo del día, le imitarían las cofradías de las Maravillas, el Despojado y la Santa Cena; sólo el Cautivo corrió el riesgo de salir en procesión, siendo el protagonista de la jornada, y sufriendo la temida lluvia de barro a las 22:00 horas de la noche. A mí la noticia me llegó en Puerta Elvira, dónde llevaba desde antes de las 13:00 –había escuchado misa en la cercana parroquia de San Andrés, sede canónica de la Borriquilla—; tras extenderse la noticia, oí a muchos murmurar y otros llorar. Yo me pregunté: «¿Y qué importa?».

Costalero de la Borroquilla llora al conocerse la suspensión de la estación de penitencia

Costalero llora al conocer la suspensión de la estación de penitencia.
Fuente: https://www.ideal.es/semanasantagranada/imagenes-intimas-sorprendentes-domingo-ramos-granada-20240324173211-ga.html


En términos religiosos, mucho más allá del elemento folclórico y del papel de sacralización de la vida pública, las imágenes solamente son imágenes de madera, igual que el sello real que he mencionado antes no es más que un sello. Entrar a una iglesia y buscar tal o cual imagen para santiguarse sin hacer previamente una genuflexión ante el Santísimo es como entrar en el Palacio de la Chancillería o en cualquier palacio real, para presentar tus respetos ante el sello del Rey o ante un retrato del monarca reinante… estando el propio monarca en persona, e ignorarlo por completo. 

La Semana Santa sigue adelante con procesiones o sin ellas, y lo único a lamentar por parte de los católicos son los cofrades que no pueden practicar la penitencia que ejercerían durante la procesión, pero… ¿qué más da? ¿Por qué llorar porque no salga la Oración en el Huerto si no lloramos por la soledad de Cristo en el Sagrario o por el olvido que hacemos de él, que es lo que representa ese Misterio? ¿Por qué correr a ver la Santa Cena si no corremos a la Eucaristía, dónde las escenas de la Pasión que representan los pasos de Semana Santa se repiten día tras día? ¿Por qué nos emocionamos ante un Rescate, pero no ante la idea de que Cristo acabó ante Pilatos, sufriendo humillaciones y torturas por salvarnos a nosotros, y por nuestros pecados?


La Oración en el Huerto preside el Via Crucis de la Juventud Cofrade el 10 de marzo de 2020.

Paso procesional de la Oración en el Huerto durante el Via Crucis de la Juventud Cofrade en 2020.

El símbolo es importante: sirven para hacer presente lo que no lo está o lo que no se percibe de forma manifiesta. Ése es el valor que puede tener un sello, una bandera o una imagen religiosa. Pero sin su contenido, el símbolo no tiene ningún valor. El núcleo del mensaje de Cristo está orientado a la lucha contra el Fariseísmo, un fenómeno que el padre Leonardo Castellani mostró como algo mucho más complejo que la hipocresía, y que puede mostrar muchas apariencias. Una de ellas, es convertir la religión en algo superficial, un conjunto de ceremonias y actos externos, pero desprovistas de ese contenido que Cristo definía como la Ley del Amor. Si no somos capaces de entender eso, es que no hemos entendido nada del mensaje de Cristo, y como ya advirtió hace poco el nuncio apostólico en España, monseñor Bernardito Anzua, reducir la Semana Santa a un mero reclamo turístico es destruir todo aquello que significa.

Aunque pueda sonar cínico, no hay que llorar por las procesiones. ¡Más tienen que llorar los hosteleros o los recaudadores de Hacienda por el dinero que no van a ingresar por las procesiones! Los cofrades que no realizarán este año su estación de penitencia –más allá de la frustración de algo que supone para ellos el elemento central del año— pueden realizar penitencia de otras maneras: pueden acompañar a sus imágenes a lo largo de todo el día, rezar el vía crucis o devociones como los siete dolores de la Virgen, pueden tocar las bandas dentro del templo, o cantarles saetas dentro del mismo. Lo mismo todos aquellos que sin ser cofrades tienen gran devoción a las respectivas imágenes. Y si es al Santísimo Sacramento –pues un nazareno o un crucificado no son sino representaciones de Cristo, pero el Santísimo es el mismísimo Cristo— aún mejor. Como he dicho: es absurdo honrar a un retrato real en palacio, ignorando al Rey sentado en su trono.

Esta es la reflexión que quiero compartir con vosotros. Dios es capaz de obrar un bien gracias a un mal. Esta Semana Santa pasada por agua es una buena oportunidad para vivir esa religiosidad más apartada e interiorizada, pero sincera, que predicaba Cristo: «cuando oréis, no lo hagáis a la vista de todos (…). Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt, 6:5). Reflexionad sobre los Misterios que representan los pasos de Semana Santa, la Pasión y la Eucaristía y el Santísimo. Y, sobre todo, si veis a otros llorando por las procesiones suspendidas reconfortadles con estas mismas palabras.

Que Dios os proteja y os guarde. 


Jesucristo da el Sermón de las Bienaventuranzas sentado frente a una multitud en un monte.

Carl Bloch. El sermón de la montaña, 1877.


viernes, 10 de febrero de 2023

D. Vicente Casanova y Marzol: de soldado carlista a Arzobispo de Granada y Cardenal

Gracias a un correligionario y amigo, hemos sido conocedores de una maravillosa anécdota. Resulta que nada más y nada menos que el Excmo. Sr. D. Vicente Casanova y Marzol, cardenal y arzobispo de Granada en la década de 1920, fue uno de los voluntarios de Carlos VII en la tercera guerra carlista. 

Ahora entendemos mejor que El Siglo Futuro, el diario que fuese ariete de la España católica durante más de medio siglo, contara a este príncipe de la Iglesia entre sus más estrechos amigos y colaboradores...

Curiosamente, la anécdota proviene de un liberal, el granadino (de Albuñol) Natalio Rivas Santiago. Aunque quizá no deba sorprender tanto si se tiene en cuenta que Rivas era amigo de Juan Vázquez de Mella y —según dijo él mismo— le unía a los carlistas «la fe religiosa y el amor a España». He aquí el relato.

Vicente Casanova y Marzol (1854-1930),
Arzobispo de Granada y Cardenal.

De soldado, a Cardenal

Hace muchos años —debió de ser hacia 1904, si la memoria no me es infiel—, en tiempos que me reunía yo a diario, en íntima relación, con el insigne e inolvidable Vázquez Mella, conocí en su casa de la calle de Valverde, 21, a un antiguo capitán carlista, llamado Fernando Galetti, que en la última guerra civil mandó un escuadrón de Caballería de voluntarios de Aragón. 

Su porte distinguido, su aire caballeresco, su sincera honradez y, sobre todo, su singular consecuencia, conquistaron mi simpatía desde el primer momento. Era un ejemplar humano, troquelado en el más puro y auténtico cuño del viejo tradicionalismo español, y representación genuina de los que yo, que nunca fui carlista, he nombrado siempre "caballeros del ideal". Nació tradicionalista y lo fue, sin desmayos ni dudas, hasta su muerte. 

En plena juventud abandonó su casa y se alistó bajo la bandera tradicional —que había de ser su sudario—, al comenzar la última contienda civil en 1872. Terminada la lucha en 1876, cesó como capitán de Caballería en las huestes de Carlos VII, y cuando, desde Cabrera abajo, fueron muchos los combatientes que reconocieron la restauración de la Monarquía, en la persona de Alfonso XII, él pasó la frontera, en compañía de los que no quisieron aceptar el nuevo régimen político. 

De un lado tenía francas las puertas de un porvenir asegurado y próspero, que le brindaba el tranquilo bienestar y el ascenso a las más elevadas jerarquías castrenses; y de otro, la emigración con todas sus amarguras, privaciones e incertidumbres y la cerrazón del horizonte, que sólo mostraba sombras. Y optó, valiente y decidido, por la peregrinación a través de un desierto sin oasis posible, cuyo fin no alcanzaba a ver, dispuesto a sacrificarse por un ideal cuya tierra de promisión contemplaba tan lejana, que estaba persuadido de que en su vida probable, por mucho que Dios la prolongara, no alcanzaría a disfrutarla.

En el extranjero, primero en Francia y después en Bélgica trabajó, con tenacísima voluntad, en negocios mercantiles, logrando adquirir medios decorosos de mantenimiento, que le permitieron normalizar su existencia. Contrajo matrimonio con una dama belga, constituyendo un hogar cristiano y honrado, a cuya sombra creó una familia, educada en el ejemplo de sus padres, que fue modelo de laboriosidad y honradez. 

Pasaron los años; crecieron sus hijos, que a su vez formaron nuevos hogares enlazándose con personas del país, y cuando ya los veía ventajosamente acomodados, y pensaba terminar sus días en apacible tranquilidad, falleció su esposa, dejándole en inconsolable aislamiento. 

Hacía largo tiempo que la frontera española estaba abierta, en virtud de amnistía, para los emigrados carlistas, y buscando el calor de la patria como lenitivo a la triste soledad en que le sumiera su desgracia, Galetti regresó a España y se aposentó en Huécija, pueblo de la provincia de Almería, donde había nacido, y se dedicó a cuidar del modesto patrimonio heredado de sus padres, que durante su dilatado exilio había confiado a manos mercenarias. 

Siempre que lo permitían las labores de su hacienda, pasaba temporadas en Madrid y diariamente concurría a casa de Vázquez Mella, al que tributaba verdadera adoración. De aquellas amenas reuniones, acaso sea yo el único superviviente. El padre Bocos, párroco de San Pedro; el inteligentísimo canónigo de Lérida mosén Antonio Salas; Alvaro Maldonado, y tantos otros que borró la muerte, formábamos la tertulia del elecuentísimo tribuno, Allí, como he dicho, tuve la fortuna de conocer a Fernando Galetti.

Poco tuvimos que tratarnos para contraer una sincera y leal amistad. Yo liberal y él tradicionalista, nos entendíamos perfectamente. Nos ligaba la fe religiosa y el amor a España, que son los vínculos más fuertes que pueden enlazar a dos personas. Contaba él más de cincuenta años de edad; yo no llegaba a los cuarenta, y, sin embargo, nuestra fraternidad era absoluta.

Me producía admiración que aquel hombre, que veía con frecuencia a antiguos compañeros suyos, que por haber acatado el nuevo régimen lucían los entorchados de general, no albergara en su espíritu el más remoto arrepentimiento de su firme y consecuente conducta. Creía, como un iluminado, en el futuro triunfo de la causa tradicionalista, y aunque estaba convencido de que él no gozaría de los beneficios de la victoria, porque la veía muy lejana, su alma alentaba, consolada con saber que llegaría la realización del sueño que fue objetivo de toda su vida. 

Transcurrieron algunos años, durante los cuales nuestra amistad no se eclipsó ni un solo instante, y por razones que no importa consignar, tenía yo que pasar frecuentes temporadas en Almería. Tan pronto como se enteraba de mi estancia en la ciudad mediterránea, abandonaba su tranquila residencia rural y me acompañaba varios días. Ya estaba viejo; rebasaba los setenta años y presentía que su muerte estaba próxima. Pero la esperaba con la resignación del justo. 

Era, a la sazón, Cardenal Arzobispo de Granada don Vicente Casanova, respetable y virtuoso prelado, que disfrutaba de grandes y merecidos respetos. 

En una de nuestras íntimas charlas, me dijo éstas o parecidas palabras: 

«El actual Arzobispo de Granada es un íntimo y fraternal amigo mío. Quiero confiarle, con la debida reserva, que, hasta que terminó la guerra civil, fue uno de los tenientes del escuadrón que yo mandaba. Cuando se incorporó a nuestro Ejército era un joven de dieciocho años, y combatió durante toda la contienda con admirable heroísmo. Concluida que fué, yo marché al extranjero y él se acogió a la amnistía, pero no para aprovechar los beneficios que otros lograron, sino para abrazar la carrera eclesiástica, en la cual, usted ve, sus virtudes y su talento le han elevado a la más alta dignidad. Sospecho que el tiempo, que todo lo desgasta, ha borrado ese episodio de su vida, y que en tierras andaluzas es posible que no haya nadie que le conozca. El Cardenal, seguramente creerá que yo he muerto. He pensado varias veces visitarle, porque le quiero mucho, pero temo, si le veo, que él crea que por darme tono vaya a divulgar que fue un guerrillero; y aunque ello no menoscabaría su decoro, quiero evitarle esa contrariedad. ¿Le parece a usted que hago bien?» 
«No —le contesté—; no debe usted abrigar ese temor. Al Cardenal le sobra talento para comprender que en nada puede empañar su buena fama el que, siendo seglar, luchara con las armas en favor de la causa tradicionalista; pero si conociendo la maldad humana, temiera que injustamente le censurasen por ello, él le conoce a usted y sabe que la caballerosidad de que siempre ha dado usted muestra, corre parejas con la discreción a que está obligado.» 

El ascendiente moral que yo ejercía sobre él; la lógica que apoyaba mis razonamientos, y yo creo que más que nada el ansia que le acuciaba de abrazar a su antiguo compañero, le decidió a emprender el viaje a Granada. 

Cuando regresó de su excursión fue a verme, para referirme la entrevista. Su semblante reflejaba alegría y contento. 

«Llegué —me dijo— al Palacio Arzobispal, sintiendo algún temor. Rogué al familiar que estaba de guardia que entregara a Su Eminencia mi tarjeta, y a los pocos momentos fui recibido. No puedo negarle a usted, que la más profunda emoción conturbaba mi ánimo, pero ésta se tornó en agradabilísima sorpresa, cuando contemplé al venerable Príncipe de la Iglesia de pie en el centro del despacho, en actitud respetuosa, que, llevando su mano a la sien, me saludaba militarmente, añadiendo: «A la orden, mi capitán.» Nos abrazamos derramando lágrimas. «¡ Fernando!» «¡Vicente!», fueron nuestras primeras palabras. La conversación fue larguísima y cordial, rayana en la ternura. 

«Gracias a Dios —me decía— que ha tenido la misericordia de conservarnos. Yo te creía muerto, y en esa suposición he rogado mucho por tu alma. Cuéntame tu vida. Yo también te relataré la mía.» 

Y ambos referimos nuestras andanzas, satisfechos de haber cumplido con los deberes que Dios nos impuso. Quedamos en que repetiría mi visita y, al despedirnos, le manifesté que no revelaría a nadie lo sucedido en tiempos pasados, salvo a un íntimo amigo —pensaba en usted, aunque no menté su nombre—, en cuya reserva confiaba. 

«Te conozco bien, me respondió, y no lo habrás dudado cuando has visto que no te ha recibido el Cardenal, sino el compañero que compartió contigo y a tus órdenes todas las glorias y reveses de la campaña.» 

Yo a nadie hice partícipe de aquella confianza. Después de fallecido el Cardenal, que me honró con su amistad, y con el que jamás me di por enterado, lo conté a algunas personas, y hoy por primera vez lo hago público, porque relatarlo honra la memoria de aquellos dos hombres ejemplares.


Fuente: Rivas Santiago, Natalio (1943). Anécdotas y narraciones de antaño. Editorial Juventud. págs. 111-115.

miércoles, 4 de enero de 2023

El periódico carlista La Esperanza, visto por un liberal-demócrata sincero en 1857

En su «revista de la prensa política española» (1857), el periodista granadino José de Castro y Serrano, no podía dejar de hablar de La Esperanza, el primer diario político carlista que existió (con la salvedad de las gacetas de guerra), que por aquel entonces era uno de los más populares y leídos de toda España.  

Sorprende en su descripción la ristra de elogios que dedicó a este periódico, punta de lanza del carlismo, en la revista liberal La América, de tendencia democrática (como se conocía por entonces al ala más izquierda del partido progresista). Y es que el genio del director de La Esperanza, don Pedro de la Hoz, obligaba a todo el que leía sus artículos de primera plana a inclinarse ante su sabiduría, ilustración, sensatez y patriotismo, cualesquiera que fuesen sus ideas. Castro y Serrano decía así:

Pedro de la Hoz
(1800-1865)

La Esperanza (...) ha sido y es en España mas que un diario; ha sido el núcleo y es la organizacion misma del partido monárquico puro; ha sido el catecismo y hoy es el código del mando absolutista. Sin La Esperanza no habria hoy entre nosotros mas que partido despótico, y sabida es la pobre significacion que en nuestros jóvenes oídos tiene ya esa palabra: con La Esperanza hay hoy en España verdadero y temible partido absolutista. Tambien este prodigio es obra de un solo hombre: tales serán su constancia y su talento. 

Un dia, cuando vencidos los carlistas en el campo de Vergara por la política y por las armas; cuando vencedor el bando liberal por la idea y por los hechos con la aquiescencia implícita de los gobiernos despóticos de Europa, se veia desfallecer al partido absolutista aplanado con tantas catástrofes, ese dia, decimos, apareció La Esperanza en el campo del periodismo español, para infundir con su solo nombre aliento entre las huestes dispersas, y para tomar de la tienda de sus propios enemigos, armas con que batirles y disputarles su victoria. 

El título y la ocasion elegida por el hombre no podian ser mas oportunos; y en efecto, desde ese día data la voz propagandista que sin perdonar momento, ni perder coyuntura por exigua que pareciese, resuena en los oidos del bando monárquico, anunciándoles para mañana la hora del triunfo; desde ese dia data la acusación perpetua que se ha lanzado sobre el partido liberal sin hacer otra cosa que poner de relieve la parte viciosa у absurda de su sistema; desde ese dia ha tenido el pais un catecismo abierto que á la vez que enseñaba la doctrina del sistema antiguo, modificaba y suavizaba ese mismo sistema á tenor de los adelantos civilizadores del siglo; desde ese dia, por último, se ha tenido públicamente entre nosotros una cátedra de despotismo ilustrado. Y ese si que producia un daño verdadero á las ideas liberales, que no los periódicos estúpidos cuya tarea estaba circunscrita á lamentarse de la abolicion del santo tribunal; pues esos periódicos solo corrian en manos de quienes se contentaban con ver escrito lo que ya habian pensado y lo que no habian querido dejar de pensar; pero papeles como La Esperanza, que comprenden y aceptan los adelantos de la civilización, que prometen equidad y justicia, orden y sosiego, desahogo y vida en contraposicion á las convulsiones necesarias de toda reinstalación social, esos periódicos son los que encarnan la fé, los que mantienen la esperanza y los que hacen prosélitos hasta entre los descontentadizos del ejército contrario. 

Tal ha sido por espacio de diez y siete años la tarea constante del diario absolutista. Con gran lucidez de espresion, con envidiables dotes de ciencia y con formas tan intencionadas como decorosas, ha hecho partido de lo que era secta, ha hecho razón lo que era ignorancia, ha hecho posible lo que era quimérico y absurdo. Qué mas se le puede pedir á un hombre? ¿Qué mas se le puede pedir á un periódico? La Esperanza ha sido siempre y lo es en el dia un periódico valeroso; jamás ha dejado de contestar á nadie sea cualquiera el apuro en que se le haya puesto: ha sido y lo es hoy un periódico de inconcebible destreza; jamás ha tropezado en ninguno de los mil escollos que cada dia encontraba al paso. El mayor título de gloria que este diario puede esponer á la admiracion de su partido, es que vive aún, despues de haber atravesado solo y entre una turba de enemigos implacables, cerca de veinte años de revolucion contra sus ideas.

La Esperanza ha estado fuera de la ley desde su aparicion; ha defendido lo que en España no se podia defender; ha sembrado lo que estaba prohibido sembrar; ha rehabilitado memorias que nuestras leyes tenian proscritas; y á pesar de todo, hoy es el dia en que con mayores brios esgrime sus armas, sin haber tenido que borrar por fuerza una sola línea de las infinitas que sobre asuntos peligrosos ha publicado. 

No todos los hombres del partido absolutista aceptan, sin embargo, á La Esperanza por director y maestro, pues hay fanáticos ó necios que se figuran harto liberal y ocasionado á disgustos el sistema de gobierno que defiende; pero esos hombres que tan cándidamente creen posible y duradero el advenimiento de un orden de cosas mas oscuro todavia, debieran escuchar la voz de la gran masa de su partido que proclama al periódico como sustentador, organizador y fuerte áncora de su existencia. La Esperanza es el periódico español que se escribe con mas cuidado, y la empresa periodística mas importante de cuantas se han formado hasta ahora.


José de Castro y Serrano: La América (Madrid). 24/10/1857. Pág. 9

lunes, 17 de octubre de 2022

«Nos, que valemos tanto como vos, y todos juntos más que vos...»: el invento de un calvinista francés

Todo el que se interesa por la historia antigua de España se habrá topado alguna vez con una curiosa frase, que se dice usaban los nobles aragoneses durante la ceremonia de coronación del Rey. Puede hallarse escrita en diferentes variaciones, una de las cuales es ésta: 

«Nos, que valemos tanto como vos, y todos juntos más que vos, os facemos nuestro rey y señor, con tal que guardéis nuestros fueros y libertades; y si non, non».

Esta frase, inventada (como se verá) en el siglo XVI, pero popularizada en el XIX, transmitía la idea de que «fueros y libertades» eran lo sustancial de los reinos españoles medievales, mientras que el Rey (y, por ende, la monarquía), lo accidental. Según esta idea, la función del monarca vendría a ser meramente la de custodiar los derechos de sus súbditos, función que en el siglo XIX pasaría a ejercer la Constitución liberal, cobrando ésta un carácter poco menos que de sagrado. 

En esta manera de entender la monarquía, al igual que en la «monarquía parlamentaria», el principio monárquico brilla por su ausencia. Si, como dice la Ordenanza del Requeté, el Rey es «verdadera autoridad y padre de los españoles», ¿acaso no quedaría la autoridad paterna por los suelos si varios de sus hijos osasen acercarse a él y espetarle: «todos juntos valemos más que tú»? Todo poder viene de Dios, dice San Pablo (Rom. XIII, 1); por eso, rechazar la autoridad, sea de un padre, de un maestro o de un gobernante, equivale a rechazar a Aquél que se la ha dado. 

En cuanto a la segunda parte de la frase, es cierto que los Reyes españoles debían jurar las leyes del Reino, y también lo es, como dijo la Princesa de Beira en su carta a los españoles, que «prescindiendo de Dios y de su ley, ningún hombre puede imponer deber ni obligación a otro hombre, ni aun una mayoría a una minoría; todo lo cual es la subversión de toda autoridad, de toda ley, de toda sociedad». De ahí que un monarca legítimo de origen, cuando pretende destruir la ley de Dios, pueda perder su legitimidad de ejercicio. No sucede esto por dejar de jurar ciertos fueros o libertades cuya conservación o modificación entren en el terreno de lo prudencial, si bien es siempre deseable mantener todo lo bueno y provechoso de la tradición. Como es evidente, una vez realizado un juramento, éste no se puede quebrantar (a menos que lo jurado atente contra la misma ley de Dios).  

Pero veamos de dónde procede la susodicha frase apócrifa. Javier de Quinto en su Del juramento político de los antiguos Reyes de Aragón, contenido en la colección de discursos políticos sobre la legislación y la historia de este antiguo Reino (Madrid, 1848), trata con mucha erudición la cuestión de este supuesto juramento y atribuye, con fundados argumentos, la invención del mismo al francés François Hotman.


Hotman, llamado por algunos Francisco Otomano u Hotomano, fue un destacado jurisconsulto. Nació en París el 23 de agosto de 1524 y murió en Basilea el 12 de febrero de 1588. Afiliado a la secta de Calvino, publicó varias obras de Derecho, pero la que le dio más importancia fue la que tituló Franco-Gallia, cuya primera edición se publicó en Ginebra en 1573; después se hicieron otras hasta 1665, en Colonia, Middelburg, y Francfort. 

Como explica De Quinto, el propósito de Hotman no era otro que desvirtuar en todo lo posible la autoridad real, con la que se hallaba enemistado, humillándola y constituyendo frente a ella otro poder al que atribuía la soberanía suprema, con lo cual presentaba a aquella más inferior, y por consiguiente más rebajada. Con este fin, hizo incursiones en la historia de otros pueblos, acomodando los hechos a sus deseos, o inventándolos de la manera que cuadraran mejor a sus intenciones, para deducir así las buscadas consecuencias. Puesto que en la historia de Francia no encontraba bastante fundamento para presentar a sus monarcas subordinados al poder supremo del país cuando intervenía en la solución de los más altos negocios del Estado, Hotman tuvo que apelar a otras historias extrañas, en las cuales, si no hallaba lo que satisfacía a su propósito, no tuvo escrúpulo en suponer o inventar lo que respondía a sus deseos. 

Sin más fundamento, consigna a su manera que, entre las instituciones de todos los pueblos, ninguna puede citarse más insigne que cuando crean al Rey en las Juntas generales de Aragón. A fin de que quede consignado el hecho y perpetuada su memoria, pronuncian un razonamiento e introducen a un hombre a quien dan el título de Justicia de Aragón, al cual declaran por decreto de todo el pueblo superior al Rey y de más grande poderío. Y para poner de manifiesto el desprestigio del trono y de la autoridad real, que es el punto encubierto adonde se dirigen los intencionados tiros de Hotman, sostiene que al Monarca así elegido se le exigía el juramento bajo esta fórmula tan humillante: 

«NOS QUE VALENOS TANTO COME VOS, Y PODEMOS MAS QUE VOS, ELEGIMOS REY, CON ESTAS Y ESTAS CONDICIONES, INTRA VOS Y NOS UN QUE MANDA MAS QUE VOS.»

Como se ve, Hotman ni siquiera se esforzó por hacer la redacción verosímil. En el romance aragonés de la época no se decía «come» (evidente galicismo) ni «elegimos» y el conjunto de la frase parece estar escrita por un extranjero. 

De Quinto cuenta como fue Antonio Pérez (secretario de Felipe II, que malquistado y perseguido por el Rey prudente, emigró a Francia) quien reprodujo en sus Relaciones la fábula de Hotman, variando algunas palabras de la fórmula inventada, quedando ésta finalmente así: 

«NOS, QUE VALEMOS TANTO COMO VOS, OS FACEMOS NUESTRO REY Y SEÑOR CON TAL QUE NOS GUARDÉIS NUESTROS FUEROS Y LIBERTADES, Y SI NO, NO» 

Una escritura otorgada en 1075, conservada en el archivo del monasterio de San Victorián, nos saca de dudas. Contiene una Recopilación compuesta de tres partes: la primera los Fueros de Sobrarbe, que comprendía los que se sancionaron y acordaron cuando la conquista no había pasado del territorio de Sobrarbe; la segunda Fuero Feyto, que contenia los antiguos usos; y tercera Fueros de Aragon, que eran los promulgados cuando la misma conquista se extendió a otras tierras y el Reino tomó ya este nombre. La citada Recopilación se inicia en los siguientes términos: 

«Aqui comienza el libro de los primeros fueros que fueron fallados en spanya empues la perdicion que fue de los cristianos de spanya quando los moros en el tiempo del Rey Rodrigo et del conde D. Julian su sobrino conquirieron la tierra. 

En el nombre de Jesu-Cristo qui es et sera nuestro salvamiento empezamos aqueste libro á perpetua memoria de los fueros de Sobrarve et ensalzamiento de la cristiandad computando del primer fuero que fue stablecido de los montanyeses en spanya quando moros conquirieron la tierra sobre era DCC vij anyos.....»

Sigue después el prólogo, y luego continúa con el 

«Título de Reyes et de huestes et de cosas que taynen á Reyes et á huestes.

Como deven levantar Rey en espayna et como les deve eyll jurar.

Et fue primerament establido por fuero en spayna del Rey alzar por siempre, et porque ningun Rey que iamas seria non lis podies ser malo, pues conceyllo, zo es pueblo, lo alzaban por Rey et li davan lo que ellos avian et ganavan de los moros, primero que lis juras antes que lo alzassen por Rey sobre la cruz é los Evangelios que les tovies adreyto et les meioras sienpre lures fueros et no les apeoras et que les desfficiés las fuerzas et que parta el bien de cada tierra con los honbres de la tierra convenibles á Ricos honbres à Cabaylleros á infanzones á honbres de villas et no con estranios de otra tierra. Et si por aventura abiniesse cossa que fuesse Rey ó ome de otra tierra ó de estranio logar ó de estranio lengoage que no les aduxisse en essa tierra mas de V ni en vayllia ni en servitio de Rey honbres estranios de otra tierra et que Rey ninguno no oviesse poder nunquas de facer cort sin conseyllo de los Ricos honbres naturales del Reyno et ni con otro Rey ó Reyna guerra et paz ni tregoa no faga ni otro granado fecho o embargamiento de Reyno sin conseyllo de Xij Ricos honbres ó Xij de los mas ancianos savios de la tierra. Et el Rey que aya su seyllo para sus mandas et moneda jurada en su vida et alferiz et seyna caudal et que se levante Rey en se dieylla de Roma ó de Arzobispo ó de Obispo et que sea areido la noche en su vigilia et oya su missa en la eglesia et offrezca porpora et de su moneda et dempues comulgue et al levantar suba sobre su escudo teniendo los Ricos honbres clamando todos tres veces Real, Real, Real, entonz espanda de su moneda sobre las qents ata C. solidos et por dar á entender que ningun otro Rey terrenal no aya poder sobre ellos cingesse eyll mismo con su espada que es asemblant de cruz et no deve otro cabayllero ser fecho en aquel dia. Et los Xij Ricos honbres o savios deben jurar al Rey sobre la cruz et los Evangelios de curiarle el cuerpo et la tierra et el pueblo, et los fueros aiudarli á mantener fielment et deven vesar su mano.»

Consta pues, el fuero de alzar Rey, y como debe el Rey jurar, guardando aquella conformidad, y establece la verdadera fórmula con que los Reyes debían jurar y ser jurados. Lejos de entrañar ésta humillación y desprestigio alguno para la corona, se la considera debidamente, con todo el esplendor que reclama tan augusta institución; y se le tributan homenajes de sumisión y respeto, al imponerse a los doce Ricos-omes o sabios, el deber de jurar la defensa de la persona del Monarca, su asistencia y ayuda, y al prescribirles que hubiesen de besarle la mano. El fuero de alzar Rey guarda mucha analogía con lo que sobre este punto se ordenaba por la legislación goda, como puede leerse en la ley 2.ª del Fuero Juzgo.

Consta también que los reyes de Aragón, como los del resto de la Península, se consideraban herederos del anterior Reino de España visigodo, del que derivaron después las regiones y no viceversa (como dijimos en nuestro anterior artículo La nación española es milenaria, pero sus regiones no).

Llama la atención que la frase inventada haya llegado hasta nuestros días, teniendo en cuenta que su falsedad fue demostrada hace casi dos siglos. Parece ser que a ciertas ideologías les ha interesado seguir propagándola. Con los medios de hoy resulta aún más fácil desmentirla.

En 1872 Carlos VII manifestó a los pueblos de la Corona de Aragón: «Hace un siglo y medio que mi ilustre abuelo Felipe V creyó deber borrar vuestros fueros del libro de las Franquicias de la Patria. (...) Yo os devuelvo vuestros fueros (...) y para hacerlo, como los años no transcurren en vano, os llamaré, y de común acuerdo podremos adaptarlos a las exigencias de nuestros tiempos». Como vemos, para el carlismo no son los fueros los que "ponen" y "quitan" Rey, sino el Rey quien "pone" o "quita" fueros, adaptándolos a las exigencias de nuestros tiempos.


Fuentes:

* De Quinto y Cortés, Javier (1848): Discursos políticos sobre la legislación y la historia del antiguo Reino de Aragón

* Martínez y Herrero, Bartolomé (1866): Sobrarbe y Aragón: estudios históricos sobre la fundación de estos reinos... Capítulo V: De la elección del primer Monarca. págs. 78-96

martes, 30 de agosto de 2022

Tradicionalismo y fascismo (V) : Otros fascismos y epílogo

 

Folletón de EL SIGLO FUTURO

por José Luis Vázquez Dodero (noviembre-diciembre de 1934)


OTROS FASCISMOS *

ESPAÑA. Falange Española de las J. O. N. S.

Este movimiento, acaudillado por José Antonio Primo de Rivera, reúne actualmente las fuerzas de Falange Española y las de las Juventudes de Ofensiva Nacional-Sindicalista, grupos distintos fundidos en la «F. E. de las J. O. N. S.» 

El pensamiento de «Falange» está expresado en los «Puntos iniciales» (1) y en los discursos de su Jefe, sobre todo en el de 29 de octubre de 1933 y el de 4 de marzo de 1934. 

«Falange» concibe España como «una unidad de destino» cuyos fines son: 

«1.° La permanencia en su unidad.
2.º El resurgimiento de su vitalidad intensa.
3.º La participación, con voz preeminente, en las empresas espirituales del mundo.» (2) 

Para alcanzar estos fines, España tropieza, según «Falange Española», con el obstáculo de una triple división: la de los separatismos regionales, la de los partidos políticos y la de la lucha de clases. 

Para obviar la primera dificultad, «el sentido total de la Patria» exige «que todos los pueblos de España, por diversos que sean, se sientan armonizados en una irrevocable unidad de destino». Para suprunjr el segundo obstáculo es necesario «que desaparezcan los partidos políticos». «Nadie ha nacido nunca miembro de un partido político; en cambio, nacemos todos miembros de una familia; somos todos vecinos de un municipio; nos afanamos todos en el ejercicio de un trabajo.» (P. de Rivera.) 

En fin, para acabar con la lucha de clases «el nuevo punto de vista considera a cuantos contribuyen a la producción como interesados en una misma gran empresa común». («Puntos iniciales»: 6.) 

El Estado, no hay que decirlo, ha de ser un Estado totalitario. «Un Estado de «todos»: es decir, que no se mueva sino por la consideración de esa idea permanente de España; nunca por sumisión al interés de una clase ni de un partido.» («P. iniciales»: 4.) •

En lo espiritual, rechaza la interpretación materialista de la Historia y proclama que «toda reconstrucción de España ha de tener un sentido «católico». El nuevo Estado debe «inspirarse en el espíritu religioso católico tradicional en España, y concordará con la Iglesia las consideraciones y el amparo que le son debidos». («P. iniciales»: 8.) 

¿Y la forma de gobierno? ¿Es republicano el movimiento de Falange Española? ¿Es monárquico, como el que acaudilla Mosley? 

Este punto está eludido así en los discursos del Jefe como en los «Puntos iniciales»; lo está también en las principales manifestaciones del pensamiento falangista. 

En el discurso de 29 de octubre de 1933, con el que hizo su aparición en política, José Antonio Primo de Rivera dijo: «Eso venimos a encontrar nosotros en el movimiento que empieza en este día: ese legítimo señor de España; pero un señor como el de San Francisco de Borja, un señor que no se nos muera. Y para que no se nos muera, ha de ser un señor que no sea al propio tiempo esclavo de un interés de grupo ni de un interés de clase.» 

A juicio de Víctor Pradera, que ha comentado este discurso, «el Tradicionalismo tiene el «Señor que no se puede morir» en la única forma posible en política: en la forma de institución. Y así la adoptó, creando la Monarquía representativa hereditaria». (3) 

En el pensamiento de «Falange» se percibe la huella de Mussolini: la literatura fascista por excelencia informa más que otra alguna los artículos y discursos de los «líderes». (4) 

ALEMANIA. El Nacional-Socialismo racista. 

El 23 de marzo de 1933 decía Hitler ante el Reichstag: «La disolución ataca todos los fundamentos del orden social. La completa contraposición de unos a otros en cuanto a los conceptos de Estado, Sociedad, Religión, Moral, Familia, Economía, abre diferencias que conducen a la guerra de todos contra todos. Partiendo del liberalismo del siglo pasado, este proceso encuentra naturalmente su término en el caos comunista.» 

Estas palabras son exactamente las que en labios tradicionalistas significaron durante un siglo la repulsa hacia el régimen liberal y el continuo toque de alarma sobre las consecuencias que acarrearía. De aquí que el hitlerismo nacional-socialista coincida con Tradicionalismo y Fascismo en ser movimiento antiliberal. Quiere, como ellos, levantar sobre las ruinas del Estado liberal, el edificio de un Estado que dé por caducados para siempre los principios del liberalismo. Por eso el término «Fascismo» tiene un sentido genérico, por virtud del cual se aplica no sólo al fenómeno político italiano, de donde ha salido el nombre, sino a todos aquellos que van apareciendo en Europa para sofocar la división liberal y democrática y unir en un haz a todas las fuerzas dispuestas a salvar a la patria. 

Anotada esta analogía fundamental, hay que hacer constar las particularidades privativas de cada uno de esos «fascismos». 

La más sobresaliente del nacional-socialismo alemán es su «racismo». Su punto de vista, su fin, sus medios salen de este norte de la raza. 

El antisemitismo racista no se funda, como el español en su día, en la universalidad del catolicismo, sino en una cuestión de raza. 

«Hitler —ha escrito Eugenio Montes— pasa de la idea justa de que Alemania estaba corrompida, a la idea injusta de que esa corrupción es la obra del hebreo. Un resbalón más, y ya estamos en la tesis de que todo alemán es naturalmente bueno, siendo el judío quien, en la época de su poder, lo maleaba, lo convertía en malo.» (5) 

«La sangre y la raza volverán a ser fuentes de la intuición artística.» (Hitler.) 

La enemiga del Nacional-Socialismo a la raza judía es cosa de sangre aria incompartida. 

La esterilización de los psicópatas, ya puesta en práctica, obedece a esta idea de la raza que da su ser al «racismo». La «raza» lo es todo. El movimiento nacional acaudillado por Hitler es «racista», y esta peculiaridad acentuadísima es lo que más le distingue de los otros «fascismos». 

Por lo demás, «todo el Poder —dice el Führer en el discurso de 6 de julio de 1933— yace en manos del ejecutivo». 

El nacionalismo racista ha manifestado la soberanía del Imperio. Cada Estado tiene al frente un gobernador, nombrado por el Presidente de la República a propuesta del Canciller. El gobernador representa y pone en práctica la política del Canciller. Nombra y depone a los jefes del Gobierno regional y a propuesta suya a los demás miembros del Gobierno. (6) 

***

Acerca de la forma de gobierno, Hitler ha hecho las siguientes manifestaciones: «El gobierno nacional, ante el actual estado de cosas, considera la cuestión de la restauración monárquica como fuera de discusión. El intento de resolver este problema por sí mismo en algún Estado alemán sería considerado como un ataque a la unidad del Reich y se procedería en consecuencia». (Discurso ante el Reichstag, el 23 de marzo de 1933.) 

«No se trata ahora de decidir sobre Alemania como Estado, del Imperio como forma de gobierno; no se decide sobre la monarquía, ni sobre el capitalismo ni el militarismo, sino sobre el ser o no ser de nuestro pueblo.» (En el Congreso del Frente del Trabajo alemán; Berlín, 10 de mayo de 1933.) (7)

«Protesto contra la tesis de que Alemania sólo puede ser feliz con sus dinastías hereditarias. Esta tesis, propalada intensamente en los últimos días, es falsa. Con toda estimación a los valores de la Monarquía y aquellos entre nuestros Emperadores y Reyes que han sido verdaderamente grandes a lo largo de nuestra historia, declaro que actualmente queda fuera de discusión el problema de la forma de Gobierno. Sea cual fuere la decisión que a este respecto adopte la nación algún día, sea cual fuere la resolución que den al problema el pueblo y sus conductores, una cosa habrá que tener presente: quien asuma la mas alta significación del Estado recibirá sus poderes del pueblo alemán, y sólo del pueblo alemán, dependiendo, por tanto, de él exclusivamente. Yo me siento tan sólo encargado por la nación de una misión que consiste en ejecutar aquellas reformas que luego puedan darle al pueblo la posibilidad de decidir, de un modo definitivo, la forma de Gobierno que adopte para el futuro, y su Constitución para más adelante.» (Discurso en el Reichstag el 30 de enero de 1934, primer aniversario de la subida al poder.) 

El Jefe del Gobierno prusiano, Goering, ha disuelto todas las federaciones y organizaciones monárquicas y se ha preparado para impedir el resurgimiento de tendencias y movimientos análogos. «El nuevo Estado —ha dicho— desconoce el litigio de la forma de gobierno.» 


El canciller católico austríaco Engelbert Dollfuss
pasando revista a las tropas.

AUSTRIA. El «Frente patriótico». 

Dominada por completo la revolución judaico-roja y algo apagados, al parecer, los peligros del nacional-socialismo y del Anschluss, el «kleine» Dollfuss está entregado a la obra de edificar la nueva Austria. Repetidamente ha dicho que edificará sobre los firmes pilares de la «Quadragesimo anno». Claras están, pues, las directrices del nuevo Estado: católico, corporativo. 

En la mente de Dollfuss la religión no es, por consiguiente, un medio político, sino un fin. Su ferviente religiosidad aleja cualquier sospecha de pragmatismo. 

«Austria es un Estado católico cuyos derechos vienen de la gracia de Dios, y no del pueblo.» 

Van a la absoluta eliminación de todo vestigio de política liberal, democrática y de lucha de clases. 

Han quedado suprimidos los partidos políticos; el «Frente patriótico» —formado por cristiano-sociales, Heimwehren y agrarios— será en adelante la única expresión del sentido de la opinión pública. 

Han sido deshechos los sindicatos socialistas y se han creado unos sindicatos profesionales, únicos reconocidos de ahora en adelante, que constituirán las distintas Corporaciones, base social del nuevo Estado. 

Se constituirá, según parece, una Cámara con representación orgánica corporativa y facultades legisladoras en determinados asuntos (económicos, sociales, etc.). 

Muy en breve se pondrá en vigor la nueva Constitución, a la que Eugenio Montes califica de «aquiniana». 

Austria ha hecho borrar de su denominación oficial la palabra «república» y en su emblema ha cambiado el águila republicana por el águila imperial. Es una república, pero parece como si no quisiera serlo. Está abriendo las puertas de la patria a los Habsburgos, con los que parece estar Dollfuss en buenas relaciones. ¿Por qué no entonces una restauración? 

Los draconianos tratados internacionales de la postguerra impusieron a los vencidos —argumento Aquiles contra la idea republicana— la transformación en República como medio para su total aniquilamiento. Dificultan, pues, grandemente los aliados la restauración austríaca. Saben que será el comienzo de la formación de una gran potencia. 

Pero parece ser que Dollfuss también se ha dado cuenta de que le hace falta esto para bien forjar la nueva Austria. 


INGLATERRA E IRLANDA 

El país del tópico liberal y parlamentario también está siendo invadido por las doctrinas fascistas. Los camisas negras, acaudillados por Sir Oswald Mosley, están adquiriendo gran auge. 

Muy poco se puede decir de su contenido ideológico, pues son en la oposición, como buenos fascistas, todo nervio y acción. No admiten el «racismo»; son mussolinianos y no hitlerianos. 

Son los únicos fascistas —que yo sepa— decididos en cuanto a forma de gobierno: son clara y rotundamente monárquicos. 

Los fascistas irlandeses —camisas azules— tienen por jefe a O'Duffy. 

Es enemigo de De Valera por sus delirios separatistas. 


PORTUGAL. Oliveira y el Nacional-Sindicalismo. 

En Portugal la revolución, más lenta y moderada, conducida por Oliveira Salazar, permanece completamente dentro del régimen republicano. Ha modificado por decreto el sufragio, restringiendo en parte su universalidad y concediendo voto de calidad a los padres de familia. Con la nueva Constitución del Estado, aprobada por plebiscito el 19 de marzo del año pasado, se abrió un ciclo nuevo en la vida de la nación, definiendo la república portuguesa como una «República unitaria y corporativa», y quedando, por tanto, suprimida la huelga y todo rastro de lucha de clases. Se están formando los Sindicatos que integrarán las Corporaciones, según dictamina el Estatuto del Trabajó Nacional. 

Actualmente no hay más que poder personal dictatorial. Según parece, una vez realizada esta nueva estructuración portuguesa, se formará una Cámara Corporativa. 

El Nacional-Sindicalismo, cuyo principal teórico es Rolao Preto, que desempeña además la jefatura del grupo, tiene un contenido eminentemente económico expuesto brillantemente por aquél en doce puntos doctrinales. (8) 

En ellos se nos muestra el Nacional-Sindicalismo como un movimiento de gran acometividad, que pretende derruir el Estado liberal para establecer el Corporativo.


EPÍLOGO 

De estas breves consideraciones se deduce, como indicaba al comenzar el trabajo, que Fascismo y Tradicionalismo son movimientos que coinciden en el designio de derrocar la política liberal con todas sus derivaciones y consecuencias. Ortega y Gasset ha dicho que el Fascismo erige a «la violencia en sucedáneo de una legalidad inexistente»; Para Ortega lo más característico del Fascismo es la «ilegitimidad». «Lo que otorga un altísimo rango —dice— como síntoma histórico al hecho italiano es que nos presenta el gobierno de un poder ilegítimo «como tal». Toda preocupación por consagrar mediante un derecho el ejercicio del poder está sustituida por la mera declaración de un motivo: «hay que salvar a Italia». (9) 

Todo esto presupone el concepto liberal del orden jurídico, según el cual una suma de voluntades humanas establece siempre la legalidad valedera, aunque sea con menoscabo de la norma eterna. 

Del Vecchio, por el contrario, cree en el Derecho natural y afirma que el Fascismo es un esfuerzo para restaurar en el mundo su dormido imperio. 

«La verdad es —afirma— que la revolución fascista no es otra cosa que un paso adelante en el camino de la verificación histórica del Derecho natural. De este criterio ideal toma la razón de su legitimidad, que en vano se buscaría en concepciones inmanentistas o positivistas del Derecho.» (10) 

Sean cualesquiera los errores y aun las vulneraciones del Derecho natural que el Fascismo haya cometido, lo indudable es que las palabras de Del Vecchio son ciertas, porque el Fascismo no es la consagración de lo ilegítimo, como dice Ortega y Gasset, sino la repudiación de una legitimidad no más que aparente para instaurar un orden que valore las cosas ateniéndose a eterna e inmutable pauta. 

Con mayor o menor precisión y tino, todos los «fascismos» vagan alrededor del Derecho natural, a veces tímida o equivocadamente, pero siempre en actitud de arrancarle el secreto. Tanteos o realizaciones, indican sin cesar que se busca lo que hay de eterno en el orden del universo; eso que la quimera de varias generaciones ha querido hacer objeto de deliberación, entregándolo, como cualquier accidente, a las disputas de los hombres. 

Este amor de eternidad había sido desde mucho antes la esencia del Tradicionalismo. No hay un solo punto de su programa que no se haya examinado a la luz de lo eterno. Por eso en él la Idea es antes que la Acción, que toma su dirección en el seno de aquélla, como la flecha de manos y ojos del arquero.

En lo fundamental, todos los movimientos de ahora no han hecho sino confirmar la doctrina política tradicionalista. 

Las diferencias nacen de circunstancias de lugar y tiempo y acaso también de que Mussolini y sus colegas, hombres de improvisación, tienen que suplir intuitivamente todo lo que no se les alcanza por un sistema de verdades adquirido y dominado con la parsimonia científica. 

Así, quizá lo que en sus comienzos tiene apariencias de cesarismo, dé más tarde paso, en circunstancias propicias, al orden antiguo del Rey de herencia que reina y gobierna como el padre del pueblo. 

Horacio, refiriéndose a las voces arcaicas, dejó escrita esta sentencia en su «Arte poética»: «Multa renascentur quae jam ceciderunt»: muchas renacerán que ya cayeron en desuso. 

Algo así puede decirse en esta hora de Derecho y Política, Estado y Gobierno. 

Todo hace pensar que los hombres comienzan a afanarse por un orden nuevo. Nuevo, porque el actual ha durado tanto que ha llegado a parecer el orden natural de las cosas. Fuera de esto, el orden que se busca no es nuevo, sino eterno.

LAUS DEO



(*) Téngase en cuenta al leer este capítulo que el plazo de admisión de los trabajos para el Concurso de que se trata se cerraba en marzo [de 1934].

(1) Vid. el núm. I de «F. E.»: «Puntos iniciales».

(2) «Puntos iniciales», 1.

(3) Vid. «¿Bandera que se alza?», núm. 43 de «Acción Española». 

(4) Giménez Caballero ha publicado «La nueva catolicidad» con observaciones sobre España.

(5) «El vértigo romántico». («A B C», 2-2-1934.)

(6) Vid. «La revolución Nacional-Socialista», por Vicente Gay. Barcelona, 1934. 

(7) «La joven Alemania quiere Trabajo y Paz.» (Discursos del Canciller Hitler; edición oficial en castellano: Berlín, 1933.)

(8) Véanse los interesantes artículos publicados por Preto en los números 39, 45, 46, 47, 49 y 50 de «Acción Española»; donde expone los doce puntos.

(9) Vid. J. Ortega y Gasset: «El Espectador»; tomo VI, pág. 35. («Sobre el Fascismo».)

(10) Vid. art. cit., pág. 854.

lunes, 29 de agosto de 2022

Tradicionalismo y fascismo (IV) : Rey

 

Folletón de EL SIGLO FUTURO

por José Luis Vázquez Dodero (noviembre-diciembre de 1934)


REY

Para el Tradicionalismo es sustancial la cuestión de las formas de gobierno. Sistema con sillares metafísicos, no olvida que es vano hablar de formas de gobierno sin analizar ante todo el contenido de este vocablo «forma», para no incurrir en logomaquias cuando se plantea la discusión sobre el problema. (1)

El concepto del Tradicionalismo respecto a las formas de gobierno lo expresa muy bien Vázquez de Mella cuando dice que, en el derecho natural, no son meros accidentes, sino cosa que se relaciona con los atributos inherentes a la soberanía, y según sea el concepto que se tenga de ésta, así será el concepto que se tenga de las formas de gobierno. 

El Tradicionalismo pone sobre su cabeza todo el peso de la argumentación de Santo Tomás para probar que el gobierno de uno es superior intrínsecamente a toda otra forma de gobierno. 

En la filosofía del Tradicionalismo la Monarquía es en sí misma, en abstracto, prescindiendo de toda relación de lugar y tiempo, la mejor forma de gobierno. (2) 

Pero además pesa también el argumento histórico.

El Rey de la Tradición no es un autócrata. Es un soberano que reina y «gobierna»; pero su poder está templado por las libertades municipales y forales y por las Cortes, sin cuyo consentimiento no puede poner la mano en ninguna ley fundamental, ni gravar con nuevas cargas contributivas al pueblo. El Rey está, además, asistido por el «Consejo Real». 

Otra característica es el principio hereditario de la Monarquía. Este principio asegura la permanencia, la estabilidad, la seguridad; es la garantía de que la Monarquía no es accidental para la nación. 

Estos son a grandes rasgos los principales puntos del programa tradicionalista en cuanto al régimen de gobierno. En una palabra: para el Tradicionalismo es sustancial que haya un Rey hereditario, el cual gobierna de hecho, aunque con cortapisas. 

Mussolini, por el contrario, sienta en la «Doctrina» como cosa descontada la accidentalidad de las formas. El Fascismo fué, en sus comienzos, republicano (3). Cuando la marcha sobre Roma, dejó de serlo. Pero —entiéndase bien— no porque creyese que la Monarquía era una forma de gobierno superior a la República por razones filosóficas o meramente históricas, sino porque, según de sí dice el Duce, estaba «convencido de que la cuestión de las formas políticas de un Estado no es, hoy, primordial, y de que del estudio de las monarquías y de las repúblicas pasadas y presentes resulta que Monarquía y República no deben juzgarse bajo especie de eternidad, sino que representan formas en las cuales se evidencia la evolución política, la historia, la tradición, la psicología de un país determinado. El Fascismo, pues, está por encima de la antítesis Monarquía-República, con la que se quedó retrasada la democracia, cargando sobre la primera todas las insuficiencias y haciendo la apología de la última como régimen de perfección». (Párrafo 6 de la «Doctrina».) 

No basta citar estas interesantes frases del Duce, porque a veces es notorio el divorcio entre la teoría y los hechos de gobierno. Hay que descender a la realidad política italiana para ver si en efecto la institución monárquica es o no una pieza fundamental en el Fascismo

Don José F. Lequerica, en reciente artículo (4), quiere ver en el Fascismo «la síntesis más sabia» de «la forma monárquica hereditaria» y los «poderes autocráticos». 

Por su parte don José Linares Rivas, en otro interesante artículo (5), afirma que «el Fascismo italiano, que en un primer momento pudo no ser monárquico, se confirma prácticamente en la absoluta necesidad de mantener en su más alto prestigio esta institución (la Monarquía) fundamental para la vida del país, viendo en la realeza la encarnación suprema de la idea nacional...», etc. Y líneas después añade: «El principio monárquico ha sido adoptado por la experiencia fascista italiana, «como base fundamental del sistema». 

Tentemos la elocuencia de los hechos. 

En Italia, como ya queda dicho, el Poder ejecutivo es fortísimo. A su cabeza, y sin dependencia real alguna del legislativo, está el Duce, que tiene además el título de «Capo del Governo», Capitán del Gobierno fascista. Los ministros son nombrados por él, y sólo ante él responden. 

La ley de 9 de diciembre de 1928 reorganizó e incorporó oficialmente al Estado el Gran Consejo fascista, especie de punto de unión entre el Estado y el Partido. 

El «Capo del Governo» nombra también libremente a los miembros del Gran Consejo, cuya misión es asesorar al Duce y nombrar en su día a quien haya de sucederle. Goad llama al Gran Consejo «el supremo depositario del poder» (6). Y, en efecto, otro escritor lo confirma diciendo que tendrá que intervenir en caso de sucesión al trono, y aventura que es muy probable que el nuevo soberano tenga que ser reconocido por el Gran Consejo. 

¿Y el Rey?, se preguntará. En el Fascismo el Rey, por lo visto, no tiene prerrogativas regias; reina, en cuanto que sigue en pie la institución que representa; pero no gobierna, y por consiguiente, no reina en el sentido auténtico del vocablo. Representa la Tradición, y viene a ser una especie de sombra secular que contribuye con el benéfico esplendor institucional a dar fuerza a los que de veras ejercen la soberanía. «El Rey, suma y compendio de todo su pueblo —dice el artículo que acabo de citar— dará en su día la investidura al jefe del Gobierno que designe el Gran Consejo Fascista, para suceder en el tiempo al Duce.» 

Se pregunta uno qué clase de Rey es este que no tiene facultades constitucionales para desentenderse del primer Ministro, que no puede sino ratificar sumisamente las leyes, que no goza siquiera de la prerrogativa de elegir nuevo jefe cuando el actual muera... 

Habrá que pensar que el Rey del Fascismo tiene menos mando que cualquier Rey constitucional; que es un Rey de nombre... 

Un francés que ha estudiado el Fascismo con imparcialidad no exenta de resabios liberales (7) afirma que aquél estruja a la Monarquía y que si no la rechaza es porque ve en ella una utilísima fuente de legitimación de su poder y sus actos. 

Pero, por otra parte, la República es, en rigor filosófico, lo más opuesto al Fascismo, porque o es gobierno democrático o no es República. 

«El Fascismo —dice Aldo Dani— se ha injertado en la Monarquía de la misma manera que se hubiera injertado en la República. Mejor dicho, «él es el que constituye el régimen». La Monarquía o la República no pasan de formas externas.» 

Parecen ciertas las palabras que subrayo; pero, para lo que el Fascismo es y representa, indudablemente la Monarquía le da algo que no podría darle la República: la majestad y el brillo de la institución. 

De la República, al matar la democracia liberal, no hubiera quedado nada; de la Monarquía, aunque se cercenen todas las regias prerrogativas, ha quedado, para bien del Fascismo, todo lo que ella tiene siempre de divino a los ojos del pueblo. 

Es otra manifestación del gran talento político de Mussolini. 

En el Tradicionalismo, la Monarquía es de esencia: no se concibe sin ella. El Fascismo la considera accidental, porque es un partido que ha concentrado en sus manos todos los poderes. Pero entiende que, aunque nada le quede al Rey de soberanía efectiva, todavía puede el pueblo beneficiarse de su presencia, que impone más respeto que institución alguna. Quizá no sea más que un caso de psicología de las multitudes. 

Políticamente, Italia depende de una organización poderosísima: el partido fascista, que absorbe por completo el poder. El Duce ha conservado la Monarquía como se conserva lo que nos da lustre y brillo a los ojos del prójimo. 

El Fascismo es una autocracia colectiva con un blasón de filosofía y de historia.



(1) No es este lugar para hacer una disquisición sobre punto tan elevado; pero no estará de más advertir que el concepto de «forma» de que parten los pensadores tradicionalistas, y aun el mimo programa implícitamente, es éste que Santo Tomás trae en el capítulo 1 «De ente et essentia»: «Per formam significatur perfectio uniuscujusque rei».

(2) Vid. Gilson: «Santo Tomás de Aquino», páginas 344 y siguientes, y Grabmann, págs. 140 y siguientes de la citada obra del mismo título. Importa subrayar el fundamento metafísico de la fe monárquica tradicionalista, porque hay quien cree que ésta proviene únicamente de consideraciones históricas. En estos libros se expone muy clara y exactamente el pensamiento de Santo Tomás.

(3) En el primer Congreso fascista (octubre 1919) Mussolini dijo: «No teníamos prejuicios monárquicos ni republicanos; pero hoy decimos que la Monarquía es inferior a su misión histórica».

(4) «El pantalón al revés». («La Época», 14-4-1934.)

(5) «Las ideas fascistas y el problema de la Monarquía» («La Epoca», 28-3-1934.)

(6) O. cit., pág. 164.

(7) Vid. G. Roux, obra cit. págs. 70 y siguientes.

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